ese 20 por ciento, es absolutamente imposible. No puede haber un
mundo donde los caboclos del último valle de la Amazonia posean
dos coches por familia. ¡No existe, no puede ser!
Entonces, si no
es posible para toda la humanidad, al menos deberíamos con-
siderar que es pecaminoso para ese pequeño porcentaje de la
población.
Esa política económica –cuyos efectos se agravan con la
globalización– incrementará aún más esas diferencias y va a
marginalizar seguramente a otros mil millones de personas.
¿Qué
mundo va a ser este, donde otros mil millones de personas
estarán destinados a los tugurios urbanos?
Hoy tenemos ciu-
dades como São Paulo, con casi 20 millones de personas, México
con 22 millones. Se vacía el campo, se hipertrofian las ciudades,
donde la vida es más irritante, insalubre, más alienante y
deshumana. Las tensiones sociales, las rebeliones y los desastres
ecológicos van a ser indescriptibles. Sin embargo, la gran tecno-
cracia que hoy controla al mundo quiere acabar con los campesi-
nos y con todas las estructuras sociales tradicionales.
Ellos nece-
sitan una fuerza laboral barata, recursos baratos y quieren a
las personas totalmente dependientes.
La globalización no fue inventada por gobierno alguno –y mucho
menos por los pueblos– sino por las grandes transnacionales que
tienen más poder que todos los gobiernos. Las transnacionales no
sólo pretenden tener un fácil acceso a los recursos del tercer mun-
do –laborales y materiales– también quieren demoler las conquis-
tas sociales en el primer mundo. Para ellas, el obrero alemán y el
obrero estadounidense ganan demasiado y hay que terminar cuan-
to antes con eso. La lucha de los indios en Chiapas también es
contra esa marginación. Eso es lo que nosotros, desde nuestra Fun-
dación, queremos evitar ayudando a los pequeños productores a
sobrevivir, y ello implica todo un pensamiento económico y políti-
co distinto.
–¿Cómo logramos eso?
–Lo primero que tenemos que conseguir es que los gobiernos ha-
gan otro tipo de cuentas. En cualquier empresa se hacen balances
bien sencillos: de un lado se adiciona todo lo que entra y en otra
columna se descuentan todos los costos, más la amortización de
los medios de producción. Pero cuando miden el progreso los go-
biernos lo hacen a través del Producto Nacional Bruto, que no es
más que la suma de todas las facturas. Si se realizaran las cuentas
correctas todos se darían cuenta que cada día estamos más pobres.
Te doy un ejemplo concreto: Brasil destruye montañas enteras para
exportar aluminio y hierro.
En las cuentas nuestro gobierno
adiciona las divisas que ganó a través de la exportación de
esa materia prima, pero en ninguna parte de sus libros se des-
cuenta el hueco que quedó en la montaña, el bosque que des-
truyeron, el genocidio perpetrado contra los pobladores in-
dios, etc. Es como si yo fuera al banco, retirara 1.000 dólares,
los gastara y me considerara más rico. ¡Estoy más pobre!
¡Nuestros países están cada día más pobres!
Hoy, después del suicidio del comunismo, el dogma básico del
pensamiento económico es que las fuerzas del mercado van a re-
solver todos nuestros problemas. Pero veamos, por ejemplo, lo
que sucede en el Mercado Común Europeo: allí la agricultura está
totalmente manipulada.
¿Acaso tiene sentido que en el sur del
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