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Brasil se haya destruido todo el bosque del río Uruguay para
plantar soja destinada a alimentar las vacas y cerdos de Eu-
ropa?
Mira que locura: después de hacer 500 kilómetros en ca-
mión, esa soja viaja 13 mil kilómetros en barco. Cuando llega a
Holanda o Alemania, una parte se destina a la alimentación de
cerdos, que luego matan, y un porcentaje de esa carne viaja hasta
el sur de Italia para hacer salame “italiano” que es exportado a
todas partes, incluso al sur de Brasil. No es lógico.
La comida
debe ser producida localmente y consumida lo más local o
regionalmente posible.
El dios mercado
Me gusta utilizar una metáfora para intentar explicar lo que suce-
de en los mercados internacionales. Supongamos que estamos en
una subasta en la cual se ofrece una obra de arte –pensemos en un
vaso chino de mil o dos mil años de antigüedad–, pero el tipo que
subasta el vaso es un ladrón que quiere librarse rápidamente del
objeto. Entonces, sucede que alguien lo adquiere por 500 dólares,
un vaso que podría valer más de un millón.
Esto es lo que sucede
con nuestros recursos naturales. ¿Quién vende los bosques en
Chile y Argentina? ¿Quién vende la Amazonia? No es el pue-
blo, son nuestros bandidos.
Como decía, el mercado no ve hoy el padecimiento de miles de
millones de personas,
pero es todavía más ciego con respecto a
las generaciones futuras, porque cada vez hay menos oportu-
nidades para que ellas dispongan de una vida diferente y fe-
liz.
CONFUSIÓN
DE INTERESES
Un detalle importante que la mayoría de los
agricultores no entiende es que la industria y
la investigación les han inculcado que lo
único que importa es extraer la mayor
cantidad de quilos por hectárea. Pero hay que
preguntarles: ¿qué es lo que más interesa, más
quilos por hectárea o que quede más dinero
en el bolsillo? Ya tenemos una producción
excesiva. Lo que interesa es el bienestar del
agricultor y del consumidor. Claro, eso a la
industria no le interesa en lo más mínimo.
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