–La biotecnología en la agricultura es la culminación de un proce-
so que ya dura casi un siglo. La agricultura moderna, con toda su
maquinaria y su parafernalia química, se nos presenta como un
progreso fantástico. Nos dicen:
en los años 1900 en Estados
Unidos, el 60 por ciento de la población trabajaba en el cam-
po para alimentarse a sí misma y al 40 por ciento restante. En
1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, 40 por
ciento de la población de Estados Unidos y 60 por ciento de la
de Alemania trabajaba en el campo. Hoy en los campos de
Estados Unidos trabaja solamente el 1,7 por ciento de la po-
blación.
Entonces dicen: ¡qué progreso fantástico, en un país mo-
derno como Estados Unidos sólo el 1,7 por ciento alimenta a toda
la población!… Pero no es verdad, es una comparación que no
tiene sentido. Si uno quiere comparar el campesino tradicional con
un agricultor moderno hay que hacer una cuenta distinta, que sume
todas las horas de trabajo relacionadas directa o indirectamente
con la producción, manejo y distribución de alimentos. Todo lo
que antes el agricultor hacía solo, ahora está en manos de una
inmensa estructura tecnocrática. Por ejemplo: si a las personas
que hoy trabajan en un banco sentadas frente al computador con-
trolando los créditos al campesino se les preguntara si son agricul-
tores, sin duda responderán que no. Pero no saben que son parte
del proceso de producción y distribución de alimentos. Cuando el
economista moderno mira una fábrica de tractores y camiones ve
una industria metalúrgica, y sin embargo también eso es agricul-
tura moderna. Cuando ese economista está frente a las fábricas de
agrotóxicos, dice: industria química, pero al menos esa parte de la
industria química es agricultura moderna, y no hacen la cuenta
completa.
Por lo tanto, no hubo una economía en términos de
horas de trabajo, lo que hubo fue una reestructuración pro-
movida por las grandes empresas.
do”. Fui a ver su predio donde, si mal no recuerdo, tenía unos 20
mil árboles. Él mencionaba que perdía mucho dinero, que gastaba
mucho en agrotóxicos y que así no podía continuar. Bueno, ¿qué
sucedía? Esta persona estaba haciendo lo que mandaba el servicio
oficial de extensión agrícola: arar dos veces al año, mantener el
suelo totalmente desnudo y después, cada 15 días, fumigar con
insecticidas, acaricidas y funguicidas. ¡Una locura! Entonces le
dije: “Mira, no vamos a arar más, vamos a dejar el suelo vivo,
intacto. Puedes destruir tu arado, acaba con él. Deja venir la vege-
tación natural, vamos a sembrar leguminosas para fijar nitrógeno
gratuitamente y puedes poner el ganado bajo los árboles, que son
grandes y altos, en vez de cortarlos todos.” Como había un tambo
cerca donde hacían queso y desechaban el suero de leche, recogi-
mos ese suero para pulverizar los árboles. Ese hombre tiene hoy
los guayabos más lindos que te puedas imaginar, y en vez de apli-
car aquellos agrotóxicos tan caros y dañinos, ahora aplica suero
de leche diluido al 2 por ciento y paga sólo el transporte del ca-
mión que le trae el suero.
Esos son conocimientos subversivos,
porque tú no estás dando dinero a los bancos, ni a las
transnacionales. Pero ese tipo de conocimiento está desapa-
reciendo. Lo del suero no es una idea mía, me lo contó un
viejo agricultor. Por eso una cosa que se debe hacer es reco-
ger la sabiduría de esos viejos agricultores, para aprender de
su experiencia y de sus prácticas que no dejan de sorprender-
nos.
La biotecnología
–Y ahora se nos quiere convencer que a través de la
biotecnología y los transgénicos estamos a la puerta de un
mundo diferente, sin hambre y sin contaminación.
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