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AGRICULTURA SIN AGRICULTORES
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INFOAGRO COLOMBIA
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SEPTIEMBRE
2013
en guerra debe dedicarse en gran parte a
fortalecer la industria de producción de
materiales de combate (aviones, tanques,
acorazados y las respectivas municiones y
combustibles) pero que no pueden aban-
donar la agricultura porque los habitantes
de todos los países, se encuentren en gue-
rra o no, necesitan alimentarse. O sea, que
una buena parte de los esfuerzos naciona-
les deben estar orientados a la producción
agraria, ya que sin ella pueden quedar blo-
queados en determinado momento. Si no
alimentan sus tropas, éstas pueden desfa-
llecer; y si no alimentan a los obreros que
quedan en las fábricas, así sea para produ-
cir materiales de guerra y uniformes para
los soldados, esos obreros pueden morir, o
rebelarse. Es lo que después de la Segunda
Guerra Mundial empieza a difundirse con
el concepto de seguridad alimentaria. Y las
potencias entendieron que es vital velar
por su propia producción agropecuaria.
Entendieron, además, que una gran pro-
ducción de alimentos no sólo es fuente de
seguridad para un país sino que puede ser
el camino para su fortalecimiento econó-
mico. Por ejemplo, el poderío y el prestigio
nacional e internacional que tuvo Juan Do-
mingo Perón, el popular dictador argentino,
se debió, en gran medida, al buen manejo
que durante la Segunda Guerra Mundial
y los primeros años de posguerra hizo de
la riqueza agropecuaria de su país. Desde
finales del siglo XIX Argentina era uno de
los graneros del mundo, como gran pro-
ductor de cereales, carne y derivados lác-
teos en general, y durante las dos guerras
mundiales aprovechó para vender bien los
alimentos que producía, consolidar su mer-
cado interno y expandir sus exportaciones,
principalmente las agropecuarias, con altos
precios y muy buenas ganancias. Utilizando
el arma de su gran producción de alimen-
tos, Perón, alrededor de la Segunda Guerra
abasteció los países hambreados, manio-
bró con destreza y le vendió a los dos gran-
des bloques en pugna. Con los recursos ob-
tenidos fortaleció el Estado mediante una
serie de nacionalizaciones, entre las cuales
la más importante fue la del comercio exte-
rior: creó el IAPI (Instituto Argentino para la
Promoción del Intercambio) y por su inter-
medio compró la producción agropecuaria
nacional a precios fijos y la vendió a precios
altos en el mercado internacional, lo que
le dio para financiar sus planes de gobier-
no, apoyar la industria argentina, subsidiar
el consumo de la mayoría de la población,
elevar los salarios, acabar prácticamente
con el desempleo y reducir en forma consi-
derable la deuda externa. A todos los dejó
contentos y, de paso, controló férreamente
los sindicatos, que se convirtieron en base
importante de su fuerza política.
La bonanza argentina empezó a desva-
necerse en la medida en que los países ca-
pitalistas se dedicaron a estimular su propia
producción después de la guerra. Y el paraí-
so se convirtió en infierno cuando Estados
Unidos impuso su política recolonizadora
sobre América Latina y le apretó las tuercas
a sus gobiernos lacayos. En las últimas tres
décadas del siglo veinte, los gobernantes
que sucedieron a Perón, militares o civi-
les, terminaron con lo que éste construyó,
aplicaron a sangre y fuego las órdenes nor-
teamericanas, debilitaron paulatinamente
la economía, llevaron el desempleo a cifras
cercanas a 20% y pusieron los sectores más
pobres del pueblo a comer gatos para po-
der sobrevivir. En los años noventas hubo
un nuevo y notable crecimiento en el sec-
tor agrícola de ese país, pero controlado
por potentados extranjeros como Soros y
Benetton y las grandes comercializadoras
de granos, como Continental Grain Com-
pany (Allied Mills), Bunge y Born, André y
Cargill Inc. (o sus subsidiarias), que habían