22
Agosto
2016
Chile | Sociedad | DDHH | MEMORIA | SUECIA

Hubo una vez, Harald Edelstam

Rel-UITA
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Ilustración: Allan McDonald

En 2013 se cumplían 40 años del golpe de estado en Chile y 100 años del nacimiento de Harald Edelstam, personaje fundamental en la historia de las dictaduras del Cono Sur.

En el centenario de su natalicio, organizaciones de derechos humanos y los gobiernos de Chile, Brasil y Uruguay reconocieron la labor humanitaria del embajador sueco que salvó a miles de perseguidos políticos, enfrentando directamente a la cruenta dictadura chilena y a sus propios colegas.

Entre las gestiones que se comenzaron ese año 2013 está la designación de una plaza con el nombre de Harald Edelstam en Porto Alegre.

A iniciativa del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos y de la Secretaría Regional Latinoamericana de la UITA en pocos días se concretará la inauguración de un nuevo homenaje a la memoria del diplomático sueco.

La Rel reproduce a continuación una entrevista que realizara la periodista uruguaya Ana María Mizrahi a Julio Baráibar, entonces embajador itinerante de Uruguay, y uno de los miles que pueden contar la historia, porque hubo una vez un hombre que arriesgó su vida y su carrera para salvarlo.


Con Julio Baráibar

A 40 años del golpe en Chile
“En el Estadio Nacional veíamos como mataban a la gente”
Julio Baráibar, embajador itinerante de Uruguay designado por el presidente Mujica, se fue a Chile en diciembre de 1972. En setiembre del 73 estuvo detenido en el Estadio Nacional de Santiago, para luego exiliarse en Suecia, gracias a las gestiones realizadas por el embajador sueco, Harald Edelstam.

-¿Hace 40 años usted estuvo preso en el Estadio Nacional de Chile?
-Es un momento histórico, y lo recuerdo a partir de lo difícil que pasamos en aquellos días.

-¿El MLN – Tupamaros eligió Chile como destino. Por qué?
-Chile tenía un gobierno democrático, de izquierda dirigido por Salvador Allende y nos daba garantías a todos aquellos que luchábamos y se nos perseguía por razones políticas en nuestros países. Corrían años muy complicados.

-¿Usted se va de Uruguay en diciembre de 1972?
-En ese diciembre me van a buscar y no me encuentran porque se equivocan de dirección. De allí salgo para Chile. En Santiago vivía junto con mi familia en un edificio muy cercano del Palacio de la Moneda (Casa de Gobierno).

El día del Golpe, se oía el ruido de los aviones que volaban muy bajo y se dirigían a La Moneda. En las radios se escuchaba la versión de los golpistas.

La situación de los refugiados era muy difícil, lo primero que hizo la Junta Militar fue amenazarnos. El mensaje era los que tienen que temer son aquellos que llegaron a Chile para enseñarnos a matarnos entre los chilenos.

Con mi familia y algunas familias amigas creíamos que había que evitar caer presos en esos primeros días. Si te agarraban por el solo hecho de ser extranjero, podías perder la vida.

Un tiempo antes del golpe Salvador Allende estaba intranquilo por lo que le podía pasar a los extranjeros y llegó a un acuerdo con Cuba. Fueron muchos los uruguayos que salieron para la isla. Allende se preocupó en particular de los uruguayos.

-¿Cientos de uruguayos?
-Sí, eran cientos. Nosotros no nos quisimos ir y preferimos quedarnos junto con los chilenos y también queríamos quedarnos cerca de nuestro país y Chile geográficamente era como estar en el barrio.

Pensamos que en Chile iba a haber una resistencia del pueblo, de los trabajadores organizados, de los partidos políticos de izquierda y prácticamente eso no ocurrió.

Extranjeros en peligro máximo
En el Estadio Nacional éramos 58 uruguayos
El Ejército chileno estaba muy bien organizado y se aseguró que los trabajadores no tuvieran acceso a las armas. Las armas que deberían haber llegado a las fábricas nunca llegaron.

Recuerdo que aquel 11 de septiembre fui a la fábrica de Fideos LUCHETTI, en el cordón industrial, en una zona céntrica. La madre de mi hijo estudiaba en la Escuela Industrial y fue hacia allí.

En ambos lugares los encargados nos dijeron que a los extranjeros nos aconsejaban que nos fuéramos, ellos no tenían armas y no había forma de defenderse. En los medios de comunicación se decía que los que debían temer eran los extranjeros.

Recuerdo que tanto mi esposa como yo volvimos a pie a nuestra casa, a esa altura eran las dos de la tarde. Nos juntamos con otros uruguayos y concluimos que debíamos irnos.

Éramos mi señora y 3 niños. Además de un matrimonio amigo con un hijo. Salimos a caminar para buscar una iglesia, un convento, un lugar para protegernos para que no fuera fácil fusilarnos.

Sabíamos que estaban fusilando gente, caminamos mucho y encontramos una especie de colegio católico. Nos metimos y no nos querían, luego de largas discusiones aceptaron alojarnos.

Primero nos pidieron que partiéramos a la mañana siguiente y al final logramos quedarnos tres días. Fue muy importante haber estado protegidos esos tres días.

Lo que sucedió con nosotros habla mal de la Iglesia aunque reconocemos que haber estado ahí nos salvó la vida. El 14 regresamos a nuestra casa y el portero del edificio nos dice que nos habían venido a buscar y que habían dicho que debíamos presentarnos en el Ministerio del Interior.

Mientras evaluábamos qué hacer, el Ejército invadió el edificio, entraron a nuestro apartamento y nos dijeron que nos tiráramos al piso. Luego me pidieron las cédulas de todos.  
Mi esposa con los nervios del momento, no la encontraba. Se me ocurrió entregar 7 cédulas y mi libreta de conducir, el militar miró por arriba, no se dio cuenta y pasó. Nos dijeron mañana se tienen que presentar a las 8.

Al otro día a las 7 de la mañana mi esposa y los niños se fueron hacia la Embajada uruguaya y regresaron al país.

En mi caso con otro matrimonio amigo fuimos al Ministerio del Interior, a ellos les dieron el salvoconducto para irse a Argentina y a mí me dejaron detenido, me metieron en una celda y al otro día me trasladaron al Estadio Nacional de Chile.

-¿Y allí estuvo un mes detenido?
-Estuve del 16 de setiembre al 16 de octubre. Fue brutal, veíamos como mataban a la gente. A algunos los obligaban a correr por el predio externo del Estadio y los fusilaban. Escuchábamos los gritos de los que eran torturados y además no nos dieron de comer en 30 días.

Lo único que teníamos era el agua de las canillas del Estadio. La Cruz Roja Internacional entraba y repartía naranjas y se las comían los soldados. Nosotros comíamos las cáscaras, pasto y lo que había en la basura. Con el paso de los días nos organizamos para conseguir comida e información.

Había 10 compañeros que se dedicaban a juntar comida, iban donde estaban los comedores de los militares y algo se conseguía aunque no era fácil. La organización nos ayudó, no podíamos funcionar en asamblea porque no se permitían reuniones de más de cinco personas, creamos 12 grupos de 5.

En mi caso fui designado para negociar en nombre del grupo de uruguayos. Éramos 58. Uno de los grupos hacía información e inteligencia.

En base a la información que se conseguía planificábamos el funcionamiento y allí armamos una estrategia, primero para que no nos mataran, segundo para salir de allí, tercero para conseguir comida y también cigarrillos.

Belela Herrera y Harald Eldestam
Los negociadores
Los grupos salían a recorrer el Estadio y nos enteramos de los embajadores extranjeros que llegaban a defender a detenidos de sus países. Lo que hice fue presentarme para pedirles ayuda y darle la lista con los nombres de los uruguayos detenidos. Nadie sabía cuántos éramos.

El embajador de Suecia, Harald Eldestam y Belela Herrera jugaron un papel fundamental. Negociaron con la dictadura nuestra salida y lo lograron.

La salida de los uruguayos del Estadio fue traumática.

La dictadura dijo salen 50 y quedan 8 para llevarlos ante la Justicia Militar. Ir a la Justicia Militar era condenarlos a la muerte. Nos negamos y negociamos con los funcionarios que debían controlar.

El control lo hacían dos funcionarios administrativos del Ejército. Nosotros los engañamos y eso les costó la vida. Al otro día de nuestra salida fueron ejecutados. Y el Mayor chileno de apellido Lavandero -el segundo en importancia en el Estadio Nacional- apareció con un tiro en la boca. Dijeron que se había suicidado pero yo no lo creí.

Del Estadio de Chile nos llevaron en ómnibus hacia la Embajada de Suecia. Al otro día Harald Edelstam fue citado por el Ministerio del Interior donde le informaron que no nos darían el salvoconducto y en textuales palabras le dijeron: se van a pudrir aquí y no los vamos a dejar salir del país.

La presión internacional permitió que nos dieran el salvoconducto.

El día de la partida ya estaban todos los uruguayos en el avión, me estaba despidiendo del personal de las diferentes embajadas cuando tres hombres me agarran por la espalda e intentan subirme a un auto negro.

Los uruguayos bajaron del avión, empezaron a gritar y el embajador sueco y yo empezamos a forcejear y finalmente me tuvieron que soltar.