La pelota nostra
La gran familia del fútbol
La Federación Internacional de Fútbol Asociado
¿asociación sin fines de lucro?
Presentada por sus dirigentes como una “asociación sin fines de lucro”, la Federación Internacional del Fútbol admitió en 2013 reservas por más de mil millones de euros, e ingresos aun superiores. Sus capitostes, dirigidos por el suizo Joseph Blatter, tuercen la mano a gobiernos, cambian leyes nacionales, se rigen por estatutos privados fuera del alcance de la justicia ordinaria, y pagan y reciben sobornos en toda impunidad.
Investigaciones periodísticas no desmentidas presentan a la FIFA como una mafia, y a las fifitas regionales que la sostienen como submafias que se enfrentan o se alían entre sí por intereses bastante alejados de cualquier “pasión futbolera”. De sus variables relaciones con el poder central y su ramificación sudamericana depende la suerte de la pequeña subfifita uruguaya.
“En la FIFA somos como las Naciones Unidas, pero con más poder. Tenemos 208 miembros, contra 192 o 193.1 Y cuando tomamos una decisión, se implementa directamente.” Así se le plantó en 2008 el suizo Joseph “Sepp” Blatter, mandamás de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, a un representante del gobierno español que había entrado en conflicto con las autoridades locales de ese deporte.
“Si el gobierno sigue insistiendo, si quiere intervenir en el fútbol y torcer las leyes de la FIFA para aplicar las suyas, es muy simple: España será suspendida y veremos quién tiene más fuerza. Después de todo manejamos un presupuesto que es la suma del de muchos países y no hay una multinacional tan grande y tan influyente como la nuestra, que además se mueve en el universo del más popular de los deportes, lo que le da una fuerza aun más gigantesca. Nadie en su sano juicio se le puede oponer”, dijo, también por entonces a un medio madrileño, con menos sutileza aun que su jefe pero guardando el anonimato, otro de los directivos de la realeza futbolera basada en Zurich. En aquel conflicto, el gobierno español terminó cediendo.
Poco antes había cedido el portugués, que debió cambiar un artículo de la ley nacional del deporte que a la FIFA no le satisfacía para que el país no quedara “fuera de la gran familia del fútbol”, como lo había amenazado Blatter. “Una carta de la FIFA fue suficiente”, se jactó el suizo. Y después cedieron el gobierno griego, el peruano, el polaco, que intentaron hacer frente a la corruptela de las federaciones nacionales. Y el sudafricano y el brasileño, para poder ser sede de un Mundial.
El de Dilma Rousseff debió resignarse a impulsar una ley que autorizaba otra vez la venta de cerveza en los estadios, prohibida desde casi una década atrás. Se la llamó “ley Budweisser”, por la trasnacional cervecera que hace años forma parte del séquito de espónsores de los mundiales, o más generalmente “ley FIFA”. En una de sus tantas visitas a Rio de estos años, el secretario ejecutivo de la FIFA, el francés Jerome Valcke, advirtió al gobierno brasileño:
“Las bebidas alcohólicas son parte de la Copa del Mundo. Así que las tendremos. No lo vamos a negociar”. Nada pudo el ministro de Salud: la “ley FIFA” salió como por un tubo.
Por el mismo tubo se colaron otras muchas cosas más: exenciones de impuestos a funcionarios y espónsores, atención sanitaria gratuita y guardia policial permanente a los dirigentes de la FIFA y representantes de compañías patrocinadoras durante el campeonato, descuentos muy especiales en los hoteles, compromiso del Estado a entablar juicios (con dinero propio) contra cualquier empresa o particular que viole los derechos de la FIFA sobre todo lo relacionado de cerca o de lejos con el Mundial, asunción por el Estado de los costos de las obras de infraestructura en estadios, aeropuertos, carreteras.
La FIFA sólo embolsa: por Sudáfrica 2010 facturó casi 3.700 millones de dólares y gastó 1.300 millones, obteniendo un beneficio neto de casi 2.400 millones, 7 y pico por ciento más que en Alemania 2006. En Brasil la facturación rondaría los 4.300 millones de dólares, y las ganancias serían todavía mayores.
En 2011, ante las críticas que ya arreciaban sobre los gastos proyectados para la Copa del mundo, la Confederación Brasileña de Fútbol prometió que las inversiones necesarias se harían con recursos privados. Un informe de la
Fundación Heinrich Boll difundido a fines de mayo establece que de los 11.689 millones de dólares que se llevaban gastados hasta entonces en Brasil 85 por ciento habían salido del Estado.
El mismo informe era muy escéptico, por otra parte, en que el Mundial tenga un “efecto derrame” sobre la población de las ciudades sede, más allá de las fuentes de trabajo creadas por un tiempito: los vendedores ambulantes, particularmente numerosos en Brasil, tienen que mantenerse a un mínimo de dos quilómetros de distancia de los estadios, donde sólo pueden operar los comerciantes autorizados por FIFA, pago de licencia mediante.
Y muchos de esos ambulantes forman parte de las familias desalojadas de sus casas para la construcción de los estadios y otras infraestructuras, calculadas por la Agencia Pública de Información en un poco menos de 180 mil. En Sudáfrica 2010 la FIFA persiguió hasta a los bolicheros, panaderos, quiosqueros que vendían algo que tuviera algún parecido con algún símbolo del Mundial. No fue la FIFA en realidad, sino abogados pagados por el Estado sudafricano que pleitearon en favor de la trasnacional futbolera en función de los acuerdos que el gobierno había firmado con los dirigidos por Blatter.
Cuenta el periodista Matteo Patrono en el diario de izquierda italiano Il manifesto que “un pub de Pretoria fue enjuiciado por haber pintado en su propio techo la copa del mundo y una fábrica de caramelos por haber impreso sobre el envoltorio de su mercadería una pelota de fútbol y la bandera sudafricana”. Pero el caso más sonado fue el de la compañía aérea de bajo costo Kulula, que ingenuamente creyó escapar a la larga mano de los abogados fifófilos haciendo una publicidad en que se promocionaba como “la aerolínea no oficial de ustedes ya saben qué”.
A pesar de la astucia, como en el aviso aparecían vuvuzelas, pelotas parecidas a las Jabulani y banderas sudafricanas asociadas al fútbol, Kulula marchó. “Parece que le hemos vendido los símbolos y la economía al señor Blatter”, se quejó un directivo de la compañía. Así era nomás.
Y en Brasil, como si no le bastaran los 450 millones de dólares ahorrados en impuestos por las exenciones que le concedió el Estado, la FIFA intentó no respetar las leyes sociales. Para asistir a la prensa, los turistas y a las propias selecciones, el col, el comité organizador del Mundial, formado por personeros de la FIFA de primer plano, locales y no, contrató a 14 mil jóvenes. Trabajan diez horas por día, durante 20 días corridos, pero no son considerados trabajadores sino “voluntarios”, una figura sólo reconocida por la ley brasileña para el personal de instituciones sin fines de lucro.
“La FIFA es precisamente una organización sin fines de lucro”, se defendió uno de los dirigentes del col, repitiendo el verso al que suele recurrir el cara de piedra Blatter. Esta vez el gobierno no se la llevó (“¿Asociación sin fines de lucro la fifa? Por favor”, dijo el ministro de Trabajo) y el col debió ponerse al día, no sin antes negociar alguna rebajita.
Una mafia
Pero si las cosas se limitaran a “eso”, a las triquiñuelas, presiones indebidas, atropellos y otras linduras que acostumbran las grandes trasnacionales, vaya y pase, la FIFA sería una más de la lista, dice Andrew Jennings. Jennings es un famoso periodista escocés de 69 años que ganó sus galardones investigando la participación británica en el escándalo Irán-contras, la mafia del Cáucaso, las privatizaciones thatcheristas, y que en los últimos diez o quince años destapó ollas de organismos del mundo del deporte como el Comité Olímpico Internacional y fundamentalmente la FIFA, a la que tiene entre ceja y ceja.
Y la FIFA a él, al punto de prohibirle el ingreso a conferencias de prensa en mundiales, intentarle juicios, y amenazas varias. En 2006 Jennings publicó Foul, un libro traducido a 16 lenguas en el que denuncia la corrupción en la FIFA. Tanto ruido hicieron sus investigaciones que terminaron tirando abajo a dos de los capitostes de la “casa del fútbol”: los brasileños João Havelange y Ricardo Teixeira, además emparentados entre sí.
Havelange había sido presidente de la FIFA durante 24 años, entre 1974 y 1998, antes de cederle el trono a Blatter y ser nombrado “presidente de honor” del organismo. Teixeira dirigía la Confederación Brasileña de Fútbol. De ambos Jennings probó que habían recibido sobornos por un millón de dólares por parte de la empresa ISL por los derechos de televisación de mundiales y copas regionales. “Seguramente las mordidas fueron infinitamente mayores, pero eso bastó para que Havelange debiera renunciar a su puesto ‘de honor’ en la FIFA y a su cargo en el Comité Olímpico Internacional, y que también cayera Teixeira. Me siento orgulloso por haber forzado la salida de estos personajes”, escribió el británico.
Pero si el “universo Havelange” era “una cueva de ladrones”, el de Blatter orbita en una categoría superior. La FIFA es hoy una “verdadera mafia” a la que sólo le falta asesinar gente para ser “la copia de la de don Corleone”, dice Jennings, que en mayo pasado publicó un segundo libro sobre la
maquinaria montada por el suizo: Un juego cada vez más sucio. El patrón de la FIFA para hacer negocios y mantener todo en silencio
En una larga nota para Agencia Pública de Brasil, había adelantado parte de ese trabajo. Lo que allí describe es un ejército de pequeños y grandes sátrapas estructurado en redes, aceitado con coimas, tráficos de influencia, prebendas medidas en millones de dólares y en mujeres pasadas a cobro, una institucionalidad de pacotilla y una estructura piramidal que culmina en el mandamás. “Mire el mundo del presidente Blatter –convoca Jennings a sus lectores desde el sitio de Agencia Pública–: un jefe todopoderoso, comprometido con el enriquecimiento propio a través de actividades delictivas que implican corrupción y sobornos en los cierres de contratos.
Y todavía está la manipulación de los resultados de los partidos y la extorsión de miles de millones de dólares a gobiernos ingenuos como el de Brasil. Esta familia criminal tiene incluso sus propios tribunales privados y un sistema de disciplina que no puede ser impugnado ante los tribunales civiles, y una cultura de la omertà, un código de honor y de silencio.
¿Han oído hablar de las Cinco Familias de Nueva York, que dominaban la mafia italiana en Estados Unidos bajo el mando de una jefatura poderosa? Pues la FIFA tiene seis. Son las confederaciones que dominan cada continente: la CONMEBOL en América Latina, la CONCACAF en el Caribe, América del Norte y Centroamérica, la UEFA en Europa, la AFC en Asia, la CAF en África y la OFC en Oceanía. Como los mafiosos de Nueva York, cada grupo es semiautónomo y dirige su propio crimen organizado, pero todos le deben lealtad suprema al capo di tutti i capi en Zúrich.”
A cada una de esas asociaciones, a las que nadie audita, la maquinaria de Blatter las aceita con millonarias “donaciones para el desarrollo” y con “el comercio ilegal de los preciosos ingresos de la Copa del Mundo, que van a parar debajo de la alfombra”. Jennings dice haber recibido de una fuente, en 2011, una lista de 170 sobornos pagados a funcionarios de alto rango de la FIFA por nada menos que 100 millones de dólares.
Entre esos funcionarios están los integrantes del círculo más íntimo del suizo, o quienes fueron en cierto momento sus enemigos y a fuerza de chantajes se fueron incorporando al séquito. En estos últimos revista Jerome Valcke, devenido en uno de los subcapos de la FIFA y en íntimo del mandamás después de haberlo enfrentado.
En 2006, cuando Valcke era director de marketing de la federación, Blatter se vio obligado a despedirlo después de que Mastercard, patrocinador oficial de los campeonatos de la FIFA, lo denunció por negociar por lo bajo con Visa. Pero a los seis meses lo reintegró con el cargo de secretario ejecutivo. Al círculo más estrecho pertenece, por supuesto, el secretario personal de Blatter, Walter Gagg, descrito por Jennings como un depredador sexual a la par de su jefe, nombrado también como “jefe de seguridad de los estadios” de Brasil 2014.
Gagg es el guardián de los secretos–de alcoba y de cajas fuertes–del septuagenario patrón. Y está también Jorg Vollmuller, “un hombre minúsculo envanecido” que funge como jefe del Departamento de Comercio Legal y que opera “amenazando a los gobiernos de los países que no se pliegan a la FIFA y sus patrocinadores, como la Coca-Cola”, para que “besen el culo de Blatter”.
Y por supuesto la familia directa. El sobrinito Philippe es uno de los más favorecidos de los parientes. Philippe es socio de la empresa Byrom, propiedad de dos hermanos mexicanos (“los mejores amigos del receptor de propinas Havelange” en décadas pasadas), a la que se le dio el monopolio de los ingresos a los estadios mundialistas de Brasil, y de McKinsey, la empresa a la que el tío Sepp encargó, a fines de los noventa, “reorganizar la FIFA” a golpe de millones de dólares en sobornos y nombramientos en las estructuras de poder. Y están los jefes regionales, a cargo de las “subdivisiones de la familia FIFA del crimen organizado”.
En América Latina, el periodista menciona en primera fila al ya caído Nicolás Leoz, y al argentino Julio Grondona, colocado a la cabeza de la AFA por la dictadura de Videla en 1979 (todos los capitostes latinoamericanos crecieron en tiempos del Cóndor) y convertido en vicepresidente de la FIFA (y presidente de tres de sus comisiones, entre ellas la de Mercadotecnia y de derechos de televisión) desde 1988.
En Europa, más precisamente en “la mafia de Múnich”, Jennings incluye al alemán Fedor Rachmann, o al ex futbolista Franz Beckenbauer. Fue Rachman, dice Jennings, “quien entregó las valijas con sobornos a los líderes de la fifa en 2000, definitorias para dar la Copa del Mundo de 2006 a Alemania”.
¿Caída?
El año pasado el Sunday Times británico arremetió con una serie de documentos que probarían los sobornos recibidos por tres de las “mafias regionales” (las de Asia, África y la Concacaf) de parte de la federación de Qatar para nombrar al emirato como sede del Mundial de 2022.
Entre las tres habrían cobrado unos 7 millones de dólares. La más agraciada, con 5 millones, habría sido la federación africana, gran socia de Blatter y base de la eternización de su poder. El capo fifero habría estado al tanto de todo.
En paralelo, Jack Warner, todopoderoso y corrupto presidente de la Concacaf durante tres décadas defenestrado hace un par de años, reveló que desde 1998 cobró unos 6 millones de dólares en cada reelección del suizo en los congresos de la federación.
La UEFA, que había votado también a favor de Qatar a pesar de que su presidente es un ex jugador de fútbol (el francés Michel Platini) y los futbolistas serían los primeros perjudicados por la designación del emirato petrolero,2 ahora se dieron vuelta y afirman que “los olores de corrupción que rodean a la FIFA” hacen que en 2015 no renovarán su voto por el suizo para que complete dos décadas al frente de la FIFA.
“Blatter se ríe de eso”, dice Jennings. “Ya tiene comprados a la mayoría de los delegados y va a ser muy difícil que lo desbanquen.”
En 2011, al ser electo por cuarta vez, el patrón de la FIFA había jurado que esa sería su última gestión. Meses atrás descubrió que “aún quedan cosas por hacer” y que, “si las federaciones quieren”, aceptará gustoso permanecer cuatro años más al frente de la “familia del fútbol”.
Matteo Patrono, el periodista de Il manifesto, cree que aún están lejanos los tiempos en que se deje de ver en los hoteles cinco estrellas plus del mundo la estampa del coronel retirado al frente de su cohorte. Como aquella escena del Mundial de 2010 que le describieron colegas locales.
“Cuentan los periodistas sudafricanos–escribía por entonces el italiano– que la suite renacentista elegida por el presidente de la FIFA en el hotel Michelangelo, ubicado en el distrito más blanco y más rico de Johannesburgo, tenía una alfombra roja ante la puerta, una habitación tan grande como una cancha de fútbol, un jacuzzi decorado al estilo africano y un minibar individual con cubos de hielo marca Evian”.
En hoteles como esos, dice Jennings, Blatter acostumbra “aprovecharse de las funcionarias de su imperio. Son convocadas a una suite y en la puerta de su habitación enfrentan la imagen del Líder Máximo abriendo su bata de seda y revelando su equipo de hacer goles”.
Como solía hacer, dicen, Al Capone.