El 1 de mayo, cuando hablé ante uno de los principales  sindicatos de Paraguay, sentí la sensación de estar delante de un grupo de millonarios al que le habrían robado el fruto de su trabajo.

Parece ser que el trabajo físico, por ejemplo el cultivo y recolección en el campo, no es considerado como algo honroso.

La era industrial sustituyó el trabajo esclavo por el trabajo de asalariados que, en las fábricas, vendía su mano de obra en supuestas condiciones de libertad.

Lo que los ricos no aceptaron en un comienzo fue que las condiciones laborales también debían cambiar. Fue la lucha obrera la que los obligó a hacerlo.

La clase obrera naciente se rebeló en forma de huelgas. Fue duro el combate, costó mujeres quemadas en sus hilanderías y obreros ahorcados, pero el ritmo de conquistas creció.

Con los años, la avaricia del sistema capitalista comenzó un proceso en el que la clase obrera sufrió el derrumbe de sus conquistas.

Actualmente tocamos fondo y se nos plantea la necesidad de generar un  sindicalismo inteligente y fuerte que recobre las conquistas del pasado. De lo contrario, esta institución pasará  al olvido como uno de los fracasos de la historia.

Curiosamente hay más de culpa en esta situación en la cúpula gremial que en las bases obreras, aunque el impacto del consumismo también las haya debilitado.

Las cúpulas fueron compradas, los dirigentes sindicales se han eternizado en el tiempo y han terminado dividiendo a grandes agrupaciones que eran invencibles por su unidad.