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Con Ernest Cañada

Especialista en turismo reivindica el tiempo liberado de trabajo y aboga por propuestas inclusivas

De visita por Uruguay, el investigador e historiador español Ernest Cañada, integrante del colectivo Alba Sud, conversó con La diaria sobre efectos, posibilidades y alternativas del turismo en el mundo.

Federico Medina – La Diaria

6 | 8 | 2024


Foto: Daniel García – Rel UITA

“Montevideo está en nuestro imaginario literario. Es una ciudad de referencia, sobre todo para la gente de una cultura de izquierdas. Está asociada a los libros, los cafés y los barcitos. Cuando alguien te dice: ‘Voy a Montevideo’, enseguida piensas en Eduardo Galeano y Mario Benedetti”, dice el barcelonés Ernest Cañada, sentado en la mesa de un bar de la plaza Independencia.

Desde su arribo a la capital oriental, a la que llegó invitado por amigos y colegas uruguayos, no ha parado de hablar sobre los temas que lleva en la sangre.

Es temprano en la mañana, y luego de una hora, las palabras se extienden off the record sobre problemas comunes de dos países distintos, soluciones no tan lejanas y una biblioteca española como destino preferido para pasar unas vacaciones.

Su jornada anterior resultó intensa en debates hasta tarde en la noche, y arrancó con su ponencia en el Salón Rojo de la Intendencia de Montevideo (IM): “¿Podemos construir un turismo más equitativo, inclusivo y sostenible?”

La actividad se dio en el marco de un Plan Departamental de Turismo que actualmente elaboran la IM y la Licenciatura en Turismo de la Universidad de la República (Udelar) —a través de convenio con la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE)— y contó con el apoyo del Programa de Movilidad e Intercambios Académicos de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (MIA/CSIC).

Una larga trayectoria

Cañada es doctor en Historia y Geografía, investigador de la Universidad de las Islas Baleares, y fundador y coordinador de Alba Sud, “un centro de investigación y comunicación especializado en turismo, con perspectiva crítica”.

Desde hace dos décadas estudia en profundidad las relaciones entre el mundo del trabajo, los conflictos socioambientales y la mutación de la oferta turística a lo largo de la historia de la humanidad.

Su innovadora síntesis y su propuesta alternativa pueden leerse en libros como Las que limpian los hoteles. Historias ocultas de precariedad laboral (2015), Turismos de proximidad. Un plural en disputa y El malestar en la turisficación (2023); también en una infinidad de artículos de prensa y en este encuentro con la diaria.

—¿Tu primer interés fue la Historia?
—Siempre me interesó la Historia, particularmente la historia del movimiento obrero, y la antropología del trabajo. Después, la vida y los estudios en la universidad me llevaron hacia otros lugares. A la vez empecé a militar por los temas que más me motivaban, y eso derivó en una profesión. Yo me crie en Barcelona, pero viví en Nicaragua 11 años; ahí fue que me topé con el turismo.

—¿Y del mundo del trabajo qué era lo que te llamaba la atención?
—Especialmente cómo se organiza el trabajo, cómo las empresas organizan el trabajo en función de cada tipo de actividad. Me interesaba mucho ese análisis más micro de cómo se generan las relaciones laborales, en qué condiciones se dan, y cómo se adaptan las personas a cada trabajo, y al mismo tiempo, qué resistencias aparecen por parte de los trabajadores.

—¿Hubo además alguna experiencia personal que te disparó esas preguntas?
—Mi abuelo era conocido como Mullor de La Pegaso. Mi padre como Cañada de La Renault. Entonces vengo de una familia de tradición obrera, sindical, comunista. En mi casa siempre se habló de política, siempre se habló de sindicalismo. Yo empecé a militar en la Juventud Comunista cuando era muy joven.

Suvenires de la revolución

—¿Y el turismo?
—En Nicaragua organizábamos viajes para gente joven. Y ahí nos dimos cuenta de cómo eso se fue transformando. Al principio venían buscando el mito de la revolución, y después eso era una excusa para estar en un país que podía haber sido cualquiera.

Y para la gente con la que nosotros trabajábamos, la revolución se había convertido en un suvenir turístico. Ese fue el momento en que reparé en que había una relación muy falsa, y que teníamos que darle la vuelta para construir los nuevos principios.

Así empecé a trabajar en turismo comunitario, buscando formas de que las comunidades tuvieran control de la actividad, que no fueran parte de un escenario turístico y nada más.

A eso le dediqué cuatro años con una campaña de comunicación bastante grande, y después ya empezamos a desarrollar una red de investigadores sobre turismo, recuperando mi vertiente más académica.
Así también se pone en marcha Alba Sud.

Claro, tuvo que ver con eso, con la necesidad de entender mejor el turismo, y en el entendido de que estaba siendo cada vez más funcional al capitalismo.

Con otros colegas vimos que, a partir de la crisis financiera de 2008, el turismo se convirtió en una de las salidas para el capitalismo global. Con dos funciones: la que permite la expansión, a través de la creación de nuevas actividades, a partir de las cuales generar la producción del capital, y otra que es un mecanismo de estabilización del capitalismo, generando algún tipo de actividad económica, allí donde los desastres que el modelo provoca acaban de suceder, o están sucediendo.


Foto: Daniel García – Rel UITA
Turismo y achique del Estado

—¿Podrías poner un ejemplo?
—Te hablo de uno que viví de muy cerca. No es casualidad la cronología que hay en el desarrollo del turismo rural en Costa Rica. En 1985 fue el segundo plan de ajuste estructural para hacer frente a la deuda. Desmontan y achican el Estado. Y desmontan una cosa tan importante como el Consejo Nacional de Producción, que era lo que permitía que el campesinado tuviera un mercado estable, donde vender granos básicos, como arroz, frijoles, maíz.

Y eso era una producción para el consumo nacional. Desmontan eso y quedan desamparados. Y mientras tanto, el Estado empieza a promover cultivos que supuestamente tenían mejor encaje en el mercado internacional: cúrcuma, pimienta, vainilla. Eso no acaba de funcionar, pero también promueven el turismo rural para generar ingresos ante el desorden de esas políticas.

Entonces a mí me interesa ese análisis contradictorio. Por un lado, el turismo es usado para expandir el capital, para estabilizarlo, con la violencia estructural que eso genera, pero al mismo tiempo, el turismo puede ser una herramienta en las manos de la gente para organizarlo todo de otro modo.

Y sin embargo…

—Como historiador especializado en turismo, ¿identificás momentos en los que el escenario no fue tan terrible?
—Hay distintos episodios que tienen que ver con el proceso de apropiación del turismo por los sectores populares y por los trabajadores. En América Latina, especialmente, tenemos experiencias interesantes.

En Argentina, en los inicios del peronismo, con la puesta en marcha de los programas de turismo social, y también durante el gobierno de Salvador Allende en Chile, reivindicando el derecho de los trabajadores a acceder a la actividad turística.

En España, en la época de la República, tenemos también experiencias de lo que pudo haber sido y no fue, a causa del fascismo.

Por partes

—Sobre las nuevas formas de turismo y la segmentación de los mercados, en la charla que diste en la IM hablaste de un barrio muy pequeño y pobre de España, que es promocionado como nueva atracción turística para extranjeros.
—La salida de la crisis provocó una expansión en términos cuantitativos, y un crecimiento que también causó un fuerte crecimiento del malestar social.

Hay un cambio cualitativo, que es esta idea de que se puede crecer sobre las bases de un turismo posfordista. La diferencia es que antes el turismo estaba muy acotado en términos de destinos.

A partir de los años 90 no desaparece el fordismo. Seguimos teniendo los resorts, con todo incluido. Pero empieza a crecer toda una dinámica de crecimiento basado en la segmentación. La acumulación ya no se produce por la base del volumen.

En esta nueva etapa, sin que eso desaparezca, lo que va creciendo es una expansión del mercado turístico, que es un proceso cultural de creación de necesidades, en el que se empieza a valorar la distinción a través de la diferenciación.

Ya no es, como decíamos antes, que se buscaba acceder a un destino para alcanzar al resto. Ese era el privilegio: la aspiración de tener un electrodoméstico, un televisor y las vacaciones.

Culturalmente eso cambió, y la distinción, ahora, se produce por la diferenciación. Todo, cualquier cosa o fenómeno social, puede convertirse en atractivo turístico: lugares de muerte, donde hubo masacres y asesinatos, pueden convertirse en atractivos turísticos.


Foto: Daniel García – Rel UITA
Un rinconcito

—Por todo lo que decís, es posible entonces tomar al turismo como categoría de análisis aplicable a cualquier realidad.
—Como una perspectiva para todos los temas del ser humano. Para nosotros, es el rinconcito en el que nos hemos ubicado para mirar la sociedad, la salud, el trabajo y la vida cotidiana.

Uno de los problemas de las izquierdas es que todavía no han entendido el turismo y sus posibilidades. Como mucho, han tenido una mirada reactiva.

Y otro asunto importante: no hay nada en las propuestas desde la izquierda política que nos diga que hay que ganar. Necesitamos construir propuestas para ganar, para mejorar la vida de la gente.

Creo que aquí hay una dificultad histórica en la izquierda, de no entender qué papel juega el turismo, y al mismo tiempo, perdemos de vista todo lo que se puede hacer para revertir esta situación adversa para nuestras sociedades.

Necesitamos reconocer y resistirnos a esas dinámicas de exposición y de despojo que provoca el capitalismo. Se pueden construir horizontes de esperanza en los que la actividad turística esté presente. Es decir, quitémosle calificaciones peyorativas al turismo.

Cuando hablamos de turismo, hablamos de ocio más desplazamiento. Y eso creo que es una idea clave, porque nosotros reivindicamos el tiempo libre, reivindicamos el tiempo liberado del trabajo.

—En este punto hay una discusión un poco complicada en América Latina, que tiene una tradición de turismo social, como el derecho que tienen los trabajadores al turismo. Ahí surge un nudo de discusión, que también apareció en tu charla.
—El problema de esa formulación, el turismo como derecho, es que nos lleva a plantear que cualquier tipo de turismo es un derecho. Y sobre esa base es que se construye el despojo. Entonces nosotros lo que tenemos que reivindicar es el tiempo libre, el tiempo liberado del trabajo.

¿Cómo organizamos esto? Si me quiero quedar en mi casa leyendo un libro, si quiero ir a una biblioteca, si quiero hacer actividades de ocio en mi cercanía, o si quiero desplazarme, esas serán las formas en las que lo organizamos. A lo que tenemos derecho es al tiempo libre, al tiempo liberado del trabajo. En cuanto a cómo lo organizamos, tendremos que crear las infraestructuras para hacerlo.

En estos momentos tenemos que actualizar el discurso. Tenemos que reivindicar una forma de turismo que no esté al servicio de la recuperación del capital, sino al servicio de las necesidades de la gente. El problema no es el turismo; es el capital turístico.

Lejos del escape

—Hasta el día de hoy, muchas ofertas turísticas se promocionan en los medios de comunicación como un “escape”.
—Eso tiene que ver con la función que le atribuye el capitalismo al turismo, como mecanismo para recuperarte. O sea, es un mecanismo de reproducción social. Recupera fuerzas para seguir produciendo.

Por eso nuestra propuesta no puede ser solamente “escápate”, “vive mejor en tu puesto de trabajo”. No podemos plantear unas formas de organizar las vacaciones sin poner en cuestión cómo se organizan los trabajos y los tiempos de trabajo.

Esto es parte de una propuesta de carácter socialista, de cómo desarrollamos una vida mejor en la cual el turismo es una pieza. Y no necesariamente es una pieza para escaparse y poder soportar lo horrendo de la vida cotidiana; es parte de un proceso que nos va a permitir expandir nuestras posibilidades de ver cosas, entenderlas, entrar en contacto con otro tipo de culturas y de actividades.

Hay una experiencia de turismo social que sigo mucho, que es la del hotel Sesc Bertioga, en Brasil. Te hablo de una iniciativa que arranca en el año 1948, y que sigue en funcionamiento. Hay trabajadores que llegan allí, y descubren por primera vez el circo, la danza del lugar, sus comidas. Es decir, ahí lo importante es la posibilidad de descubrir cosas nuevas.

Una vez le pregunté a un funcionario del Sesc por qué eran tan bonitas las habitaciones, y él no entendía exactamente a qué me refería. Hasta que al final se dio cuenta de cuál era el sentido de mi interrogante, y me respondió: “¿Por qué no deberían ser bonitas?”. Es decir, ¿por qué los trabajadores no tienen derecho a la belleza?”.

Entonces, la idea es pensar en el turismo no como una forma de escaparse para recuperarse, sino como una posibilidad para descubrir cosas nuevas, para experimentar, conocer y disfrutar de un mundo diverso que a lo mejor en tu vida cotidiana ya no estás viendo.


(Los intertítulos son de La Rel)