Carlos Amorín*
4 | 9 | 2024
Foto: Daniel García
Todos y todas conocemos al Eduardo Galeano escritor y poeta, al periodista, al columnista destacadísimo en numerosas publicaciones internacionales, al “contratapista” de la página 32 del semanario Brecha. Por eso hoy lo voy a recordar y compartir como “el compañero de Brecha”.
Algunos nacieron para centrojá, otros para golero o puntero derecho. Eduardo nació para meter goles. Desde el muy socialista diario El Sol en adelante ejerció ese talento poderoso de iluminar los rincones oscuros, de mirar el espectáculo del mundo apostado detrás de las bambalinas. Hasta que salía a escena con su pluma afilada o sedosa, cariñosa o crispada, según fuera la ocasión.
Quiero compartirles hoy al Eduardo que fundó Brecha junto a otros enormes periodistas, escritores y columnistas como Hugo Alfaro, Carlos María Gutiérrez, Ernesto González Bermejo, Guillermo Waksman. Mario Benedetti, Oscar Bruschera, Héctor Rodríguez, Guillermo Chifflet, José Wainer, Coriún Aharonian, Carlos Núñez y Gabriel Peluffo.
Para quienes ingresamos apenas unos meses después como colaboradores habituales (casi rozando la treintena), la sensación era la de estar sentados en la escalinata del inalcanzable Olimpo. Cada viernes el Consejo Asesor reunía a los fundadores. Estando en Uruguay, Eduardo no faltaba a una sola sesión. Llegaba en hora y se iba entre los últimos. Eso sí, hablaba poco, muy poco, pero escuchaba y garabateaba un montón.
La biología, y alguna discrepancia, fueron provocando cambios en la integración del Consejo, y el último de aquella vieja guardia que permaneció asistiendo siempre que estaba en el país fue él. Lo hacía con modestia, aún siendo un Luis Suárez de las letras uruguayas, latinoamericanas y del mundo. Era una superestrella que sentía placer en jugar en equipo.
Entre muchos recuerdos que tengo de él, elijo verlo llegar empapado en sudor una tarde de verano después de caminar por la rambla desde el Buceo al Centro para entregar su nota de esa semana, o su forma tranquila de aportar ilustraciones posibles y sugerencias de diagramación.
También alguna llamada airada, como ocasionalmente la hicimos todos, porque “alguien” había cambiado algo en su texto (sucedió una o dos veces, y hasta hoy me pregunto quién pudo haber sido). Pero a menudo llamaba para comentar alguna nota de esa semana, siempre para elogiar, nunca para criticar. Créanlo, era así.
Prestigió al semanario sin demandar privilegios, y nosotros lo hacíamos jugar dentro del área chica, obvio.
Pero no sólo nos cruzábamos en Brecha: fue asiduo a algunas movilizaciones callejeras, por ejemplo, en protesta contra la instalación de la primera pastera de UPM en Fray Bentos. Recuerdo particularmente una nochecita de invierno en la Plaza Libertad, donde asistía al mitin en compañía de su esposa Helena. Alguien de la organización le alcanzó un micrófono, sin libreto, sin estrado, y Eduardo, con pocas y afiladas palabras emplazó al gobierno del entonces presidente Tabaré Vázquez, socialista como él, a revisar el proyecto.
Antes que todo, Eduardo fue un militante de la vida, de la belleza, de las letras, de la justicia social y económica, de la justicia humana y de la divina, de la libertad. Fue hermano de nuestros pueblos.
Querido Eduardo: aquí seguimos en tu brecha, entibiándonos alrededor de tu llamarada. Gracias por tanto, gracias por todo. ¡Feliz cumpleaños!