TURISMO Y SERVICIOS

Fernando Ferré, un ratero de alto vuelo

Ganaba millones, no pagaba al fisco y superexplotaba a sus trabajadores

Ganaba millones, no pagaba al fisco y superexplotaba a sus trabajadores
Fernando Ferré, un ratero de alto vuelo
ferre-610
El hotelero Fernando Ferré, en los Juzgados de Ibiza. Sergio G. Canizares (EFE)
Propietario de la cadena Grupo Playa Sol (GPS) y conocido en España como “el hotelero pirata”, Fernando Ferré está siendo juzgado actualmente en la isla de Ibiza por fraude fiscal y superexplotación de sus cientos de empleados, en su gran mayoría provenientes de Europa oriental.
Trabajé todas las horas durante cinco meses, sin un día libre, seguridad social o paga de vacaciones. Viví con otros diez empleados en una habitación. Al acabar la temporada no me dieron finiquito ni tuve paro”, declaró ante el tribunal de Ibiza Karolina, una polaca de 33 años y madre de dos hijos que se desempeñaba en “cualquier tarea”, de limpiadora a pintora, pasando por albañil, por tres euros la hora, o incluso menos, en un hotel de la cadena.
 
Fernando Ferré, de 69 años, es dueño de la mayor cadena hotelera de la paradisíaca isla española de Ibiza, que montó en apenas diez años reflotando establecimientos ruinosos o quebrados.
 
Entre sus 40 hoteles y bloques de apartamentos a relativo bajo precio, que reunían 11.000 plazas y recibían a una media de 350.000 turistas cada verano, ganaba millones de euros al año pero nunca pagó un centavo al fisco porque no llevaba contabilidad y a sus empleados (más de mil por temporada, en su mayoría inmigrantes a los que reclutaba en Praga) los hacinaba en pocilgas en sus propios establecimientos y los remuneraba al negro.
 
Con tal de no dejar registros, no usaba computadora, no tenía cuentas bancarias a su nombre, y todos sus gastos los hacía en efectivo. La contabilidad –mínima– de sus hoteles estaba cruzada con la de otras de sus 300 empresas desperdigadas por toda España.
 
Las condiciones de trabajo de sus
empleados eran deplorables
 
Es lo más cercano que pude ver en mi vida a un ser abominablemente ruin”, dijo un sindicalista de la central Comisiones Obreras, parte acusatoria en el juicio.
 
Ferré, que en 2009 ya había sido condenado por agresiones y amenazas a una decena larga de trabajadores pero evitó ir a la cárcel pagando una indemnización, se desplomó un año más tarde, cuando la Fiscalía Anticorrupción lo detuvo por fraude fiscal y las autoridades estatales pasaron a administrar sus hoteles.
 
El empresario marchó un par de meses en la cárcel y luego fue liberado. Así, en libertad, esperó el juicio iniciado la semana pasada.
 
Horrach pidió para él una condena de 81 años de cárcel y una multa de 18,2 millones de euros, más una indemnización de 17 millones al fisco, pero se especula con que el hotelero sería condenado a siete años de prisión y a pagar 22 millones de euros.
 
Para su asesor impositivo, Josep Olleu, que lo ayudó a  montar la trama financiera de GPS, la Fiscalía solicitó 14 años de prisión y la misma multa.
 
Hacinados en un sótano
 
Las declaraciones de algo menos de una veintena de trabajadores de la cadena revelaron una realidad de superexplotación que una mayoría de ellos no denunciaban por temor a ser despedidos.
 
Otros no lo hacían porque su única opción alternativa era regresar a sus países, donde ganaban aún menos, según admitió la propia Karolina.
 
De acuerdo al fiscal, Ferré “se aprovechó del estado de necesidad” de los inmigrantes, pagándoles “muy por debajo de lo legal”.
 
Horrach dijo también que los empleados de GPS se alojaban “sin los mínimos requisitos de habitabilidad, salubridad, ventilación, iluminación, prevención de incendios y confortabilidad”.
 
Explotacion, acinamiento y acoso sexual
 
Era como vivir en la mierda, con un solo servicio (gabinete higiénico) atascado, para ocho personas”, confirmó Lucía, una recepcionista de 34 años originaria de Eslovaquia, mientras Mika, una camarera húngara, dijo que ella y sus colegas “dormían juntas en un sótano con un baño para todas”.
 
Chian Seng, un cocinero chino de 58 años que vivía con su pareja en el chalé del empresario y al que Ferré llamaba “Pepito”, disponía de una habitación de tan sólo seis metros cuadrados y tan baja que ambos debían agacharse o gatear para llegar a la cama.
 
Michaela, una checa de 30 años, denunció haber pagado 400 euros para conseguir trabajo en casa del hotelero, que le ofreció a su vez dinero para “salir” con ella.
 
Algunos de los testimonios, incluso el de un sindicalista, dejan ver por otro lado que había trabajadores que hacían la vista gorda ante lo que les sucedía a sus compañeros o incluso sucumbían ante la actitud a veces paternalista de su patrón.
 
“No se ha trabajado con una pistola en la cabeza, los que denunciaron se podían ir. No estaban atados”, dijo un empleado que pidió el anonimato.
 
Ferré podía ser miserable, explotador, estafador, pero no era estúpido y sabía manipular a algunos trabajadores contra otros. Quienes caían en su trampa no tenían la mínima conciencia social”, comentó un sindicalista de Comisiones Obreras.