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Millones en las calles

“Una olla a presión social”

Las calles de Francia volvieron a llenarse de manifestantes en los últimos días. Las protestas –contra la reforma del sistema de jubilaciones promovida por el gobierno de Emmanuel Macron– traducen un malestar social profundo que expresó también el movimiento de los chalecos amarillos, que en noviembre cumplió un año y busca un nuevo aire.

Francia es una marmita social”, tituló este martes el matutino Libération para dar cuenta de una situación que trasciende las (enormes) marchas y las medidas de paralización organizadas contra el proyecto de reforma de la seguridad social que están teniendo lugar en todo el país desde el jueves 5.

Las movilizaciones no alcanzaron aún la magnitud que tuvieron en 1995 contra un plan gubernamental de inspiración muy similar al actual, también elaborado por un Ejecutivo de centro derecha, pero las centrales sindicales que las impulsan pretenden generar una dinámica del mismo tipo que obligue a Macron a dar marcha atrás, como en parte lo hizo tras las protestas de los chalecos amarillos.

El miércoles 11 el presidente debe anunciar su reforma, y el movimiento social se juega a forzarlo a abandonarla o a modificarla radicalmente, aunque el gobierno dijo que no lo hará y, algunos de sus integrantes anunciaron, en el tono arrogante que suelen utilizar, que esta pulseada no la perderán.

Por la vuelta

Hace 24 años, Francia estuvo prácticamente paralizada durante tres semanas. Las huelgas actuales en los transportes, en la educación, en el sistema judicial y en los hospitales son un éxito, apunta Libération, y de a poco se está imponiendo la idea de que, tras sucesivas derrotas, los sindicatos pueden volver a torcerle la mano a un gobierno, como no logran hacerlo precisamente desde 1995.

Los chalecos amarillos, con sus movilizaciones surgidas sin mediaciones de ningún tipo, en especial de las centrales obreras, consiguieron demostrar que en las calles se puede aún ganar batallas, apuntaba tiempo atrás el director del portal de izquierda Médiapart.

Y hay un nuevo contexto internacional de “rebelión contra el neoliberalismo”, del cual son ejemplo las protestas en Chile, Colombia, Ecuador o Perú, que está sacudiendo el derrotismo que se había adueñado un poco en todos lados de los movimientos sociales de signo más o menos emancipador.

Confluencias

La reforma de las jubilaciones tuvo, cuando fue propuesta inicialmente por Macron, durante la campaña que lo llevó a la presidencia en 2017, un amplio consenso social, pero lo ha ido perdiendo, escribe el corresponsal en París del diario argentino Página 12 Eduardo Febbro.

“El entonces candidato abogaba por un sistema universal, más equitativo y transparente. Pero el ala derecha del macronismo presionó para que se introdujeran variables que no estaban contempladas, entre ellas aumentar la edad de la jubilación o cotizar más tiempo”.

La población francesa, apunta Febbro, “sintió que la estaban engañando y que, en el fondo, la reforma no es más que una manera encubierta de recortar beneficios sociales. Ello explica por qué tantos sectores socioprofesionales, públicos y privados, se citan en las calles del país”.

Entre quienes confluyen en las manifestaciones están los chalecos amarillos y la mayor parte de las centrales sindicales.

Tras la evolución conocida por los chalecos, que en su origen se movilizaron por reivindicaciones muy cortas como el rechazo al alza de los precios de los combustibles pero que después fueron sumando demandas debería darse una confluencia natural con los sindicatos, señala Médiapart, que el sábado 7 realizó una investigación sobre la relación entre ambos movimientos.

Hasta ahora ha dominado entre ellos la mutua sospecha.

Los chalecos amarillos consideraron en su inicio a las centrales como una más de las “estructuras anquilosadas” contra las que se rebelaban, mientras las centrales veían en los chalecos a un movimiento demasiado heterogéneo y muy poco claro en sus objetivos, al punto de que se lo emparentó, en ciertos momento, con la extrema derecha.

Luego las cosas cambiaron y esta semana chalecos y sindicalistas, trabajadores precarios y huelguistas, marcharon juntos incluso en localidades rurales o de las periferias de pequeñas ciudades de una “Francia olvidada” poco habituada a ser escenario de manifestaciones callejeras pero que despertó con el movimiento surgido en las rotondas en noviembre de 2018.

En la última “asamblea de asambleas” de los chalecos amarillos, realizada en la ciudad de Montpellier, en el sur del país, las principales discusiones fueron sobre las relaciones con los sindicatos y la mayoría de los participantes se pronunciaron en favor de superar las diferencias.

“Aunque no lo digamos de la misma manera, todos tenemos los mismos objetivos” de combate a las desigualdades y democratización de la sociedad, dijo un asambleísta de acuerdo a la crónica de Médiapart.

No todas las centrales están participando activamente en las protestas, Hay algunas, como las moderadas CFTC, CFDT y UNSA, cuyas direcciones no comparten los objetivos de la protesta (las dos primeras defendieron la reforma de 1995), y menos aún una confluencia con los chalecos amarillos.

Pero esas direcciones han sido desafiadas por sus bases en varias regiones del país, según un informe de Libération del martes 10.

Lo que se ve en las calles, constata Médiapart, es “la determinación de la gente”.

Como si los manifestantes hubieran almacenado las broncas acumuladas estos últimos meses contra la injusticia social, la violencia policial, la catástrofe climática o la violencia de que son objeto las mujeres.

Como si las piezas del rompecabezas de las luchas estuvieran a punto de juntarse”.