Monsanto es probablemente la trasnacional más denunciada a nivel planetario.
No sólo por los cultivos transgénicos, también por muchos otros atentados contra la gente y el ambiente.
Entre otras cosas por haber creado el agente naranja, un arma química que usó Estados Unidos contra las y los campesinos en la guerra de Vietnam; la hormona transgénica de crecimiento bovino, que se supone asociada a cáncer de seno y próstata y se vende países de América Latina sin declararla; haber inventado el glifosato, un herbicida de amplio espectro y el agrotóxico más usado de la historia de la agricultura, afirmando que no era peligroso.
En 2015 el glifosato fue declarado cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud.
Bayer no se queda atrás. Desde sus inicios desarrolló la heroína para vender como medicamento –con una historia de promover adicciones para vender más–; tuvo estrecha y voluntaria colaboración con los nazis como parte del conglomerado químico IG Farben, que desarrolló el gas Zyklon B para aplicar en las cámaras de gas de Auschwitz.
La transnacional alemana también ha sido llevada a juicio múltiples veces por daños causados por sus medicamentos y agrotóxicos, como la muerte de 24 niños en Taucamarca, Perú, al distribuir agrotóxicos de alta peligrosidad sin advertencias, y muchos otros casos que han denunciado víctimas, a menudo con apoyo de la Coalición contra los peligros de Bayer donde se puede conocer más sobre su inescrupulosa historia.
La historia de cada una de ellas por separado es terrible y todo indica que juntas serán peores. Sin embargo, esta es apenas una de las megafusiones que están ocurriendo en el último año entre las mayores empresas de agricultura y alimentación.
Las seis transnacionales que controlan los cultivos transgénicos en todo el mundo, Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow, Bayer y Basf, son originalmente fabricantes de veneno, químicos y agrotóxicos, cada una de ellas tiene un historial similar y todas intentan fusionarse con otras.
Desde hace tres décadas, la industria química se lanzó a comprar semilleras comerciales –que hasta entonces eran miles y ninguna tenía ni el uno por ciento del mercado mundial.
Lo hicieron para encajonar a los agricultores a comprar el paquete de semillas y agrotóxicos.
Ya estaban en camino las semillas transgénicas, que lejos de la propaganda de aumento de producción y otras falacias que nunca cumplieron, eran desde sus inicios semillas resistentes a los agrotóxicos de las mismas compañías, porque vender veneno es su negocio y éste era el principal objetivo.
En el último año, acordaron fusionarse DuPont con Dow y Syngenta con ChemChina (que es dueña de Adama, la séptima empresa de agrotóxicos a nivel global), por lo que en la práctica, si las autoridades antimonopolio lo condonan, serán solo tres empresas que controlen esos enormes porcentajes de mercado.
Es difícil imaginarse que podrían seguir fusionándose para ser aún mayores.
Sin embargo, el valor anual del mercado mundial de semillas (según ventas 2013) es de 39.000 millones de dólares (mmdd) y el de agrotóxicos de 54 mmdd, pero el de maquinaria agrícola es de 116 mmdd y el de fertilizantes 175 mmdd.
Y los sectores de maquinaria y fertilizantes también se están consolidando, al igual que los distribuidores de cereales, el paso siguiente en la cadena. Por tanto, no tomará mucho tiempo para que esos sectores compren a los primeros.
Casi al mismo tiempo que el anuncio de la fusión de Monsanto-Bayer, se decidieron fusionar dos grandes empresas de fertilizantes (Agrium y Potash Corp) para formar la más grande del mundo y Bunge, uno de los cinco mayores distribuidores globales de cereales, acordó la compra de Minsa, uno de los dos mayores distribuidores de harina de maíz en México.
Todas estas fusiones no son solamente para controlar mayores porcentajes de mercado.
También son una carrera para aumentar su control/monopolio de nuevas tecnologías de manipulación genómica –patentes de biología sintética, CRISPR-Cas9 y otras nuevas biotecnologías– y especialmente, controlar bancos de datos digitales relacionados a suelos, agua, clima y otros aspectos claves de la producción agrícola.
Muchos se preguntan ante este panorama que parece de ciencia ficción y solamente diseñado para grandes agricultores industriales, de qué forma esto puede afectar a los campesinos y agricultores familiares y qué diferencia hay si son 3 o 6 o 10 empresas.
Un factor es el aumento del poder de presión de las empresas a nivel nacional e internacional, que ya no será solo por su tamaño y poder de corrupción, sino también por el control de eslabones básicos de la cadena agroalimentaria.
Podrán conseguir aún más leyes y normativas a su favor, desde semillas a ocupación de tierras, permisos y subsidios por uso de agua, incluso dinero del erario para apoyarlos por ser “sectores claves de producción”.
Algo que ya comenzó son las nuevas leyes de semillas para ilegalizar la circulación de semillas campesinas, al no estar registradas, los créditos y apoyos ligados a la compra de determinadas semillas, agrotóxicos y seguros.
Otro aspecto es que el uso de drones, sensores, GPS y satélites que vienen en el paquete no solamente son para proveer datos e insumos en esta “agricultura de precisión”, sino al mismo tiempo sirven para extraer datos, no solamente de productos agrícolas, también de agua, suelo, subsuelo, vegetación, bosques, fauna, etc.
Lo cual a su vez puede articular con otros proyectos nocivos, como mercados de carbono, biopiratería, exploración de recursos y monitoreo/vigilancia de comunidades y pueblos.
Pero pese la enormidad de las amenazas, siguen siendo los más pequeños, campesinas y campesinos, indígenas, pescadores artesanales, huertas urbanas, caza y recolección artesanal, los que proveen la alimentación a más del 70 por ciento de la humanidad.
Lo hacen pese al acoso y amenazas permanentes a sus territorios, recursos y formas de vida.
Por tanto, oponernos a estos monstruos corporativos y su dominio de la alimentación y la salud de todas y todos, pasa por apoyar esas comunidades y formas de vida y construir/afirmar redes y acciones concretas de apoyo mutuo.