Repensarnos para repensar el mundo

La puerta está abierta, caminemos

A medida que pasan los días, las semanas, y los meses, quienes intentamos mantenernos informados con fuentes variadas y de supuesta calidad comprobamos que es casi imposible comprender cabalmente dónde y cómo fue que el primer ser humano recibió al COVID-19.

Las batallas -y hasta guerras- de intereses que se libran entre líneas son tantas y tan variadas que quedamos expuestos a asistir al disparo de arengas y mutuas acusaciones, un guión más propio de algún culebrón televisivo del horario de la tarde que de supuestos líderes mundiales.

El murciélago expiatorio

Pero en ese afán de llegar «al origen», también corremos el riesgo de extraviarnos en lo micro, y perder de vista el plano general. En este sentido, poco importa si un chino se tomó un plato de sopa de murciélago que previamente se alimentó de la sangre de un pangolín anfitrión del coronavirus, o si el COVID-19 «escapó» de un laboratorio biológico de Wuhan producido con dinero proveniente de Estados Unidos, o si -en el marco de la guerra comercial entre ambos países- éste «plantó» el virus en septiembre de 2019 en Wuhan en ocasión de unos Juegos Militares en el que participaron delegaciones de numerosos países. Al fin, tanto da.

¿Cómo? ¿Por qué tanto da? Pues porque si corremos el zoom hacia atrás y ampliamos el cuadro, veremos que no hay murciélago, pangolín, chino o yanqui que valga. Esto mismo ya ocurrió con los cerdos, con las aves de corral, y algo similar con el ganado bovino, recordemos «la vaca loca» que terminó afectando a centenares de seres humanosi antes de poder contenerla.

Y si saltamos del reino animal al vegetal encontraremos a los cultivos transgénicos, cuya inocuidad para los seres humanos no está demostrada y existen muy fuertes indicios de que su consumo produce alteraciones de diverso tipo. Sin mencionar el «paquete tecnológico» que impone su producción a escala.

Deberíamos refrescar el origen de la llamada «Revolución Verde», el cambio de paradigma productivo impuesto por Estados Unidos en el mundo desde los años 50 del siglo XX, que provocó la primera contaminación química global de nuestra historia al utilizar masivamente los insecticidas organoclorados. Miles, tal vez millones de muertos de cáncerii provocados por este «sobrante» del arsenal químico militar de la Segunda Guerra Mundial, apenas modificado para su aplicación en la agricultura.

Hace 25 años decíamos que «en las últimas cinco décadas el modelo productivo capitalista ha modificado el medio ambiente planetario más que el desarrollo de la humanidad en 10 mil años«.

La paulatina construcción desde la Revolución Industrial hasta hoy de un sistema productivo hegemónico y global con base en obtener el mayor lucro posible, en el menor tiempo y con los costos más bajos, nos puso ante la actual realidad.

Las penas son de nosotros…

Los primeros sacrificados en este altar de la codicia, por supuesto, han sido, son -y ¿serán?- los trabajadores y trabajadoras. La enorme mayoría triplemente victimizados: primero por las pésimas condiciones de seguridad y salubridad en sus trabajos, segundo al padecer como ciudadanos y consumidores las consecuencias de la contaminación global y -como estamos viendo en estos días- la alteración irresponsable de las leyes naturales básicas, y tercero siendo obligados a pagar de sus bolsillos los daños de estas catástrofes, un costo externalizado o socializado por las empresas y corporaciones que las causan y se enriquecen con sus beneficios.

Quiere decir que si mantenemos ese zoom alejado, podemos apreciar que un pequeño grupo de personas -cada vez más estrecho- se apropia de los recursos naturales, somete a la humanidad a ritmos y condiciones de trabajo insalubres o directamente asesinos, los remunera con los menores salarios posibles, socializa impunemente los costos ambientales de su modelo «serial killer» de producción y distribución, acumulando a lo largo de los años un capital tan grande y tan concentrado que es capaz de autoperpetuarse… hasta que «algo» diga ¡basta!

Ese «algo» podrá ser una pandemia como la actual, o dos o tres de ellas seguidas y combinadas, o quizás otras catástrofes ahora difíciles de predecir o siquiera imaginar. Pero también podrá ser un «basta» activo de una sociedad consciente de su poder cuando es capaz de organizarse y articularse en torno a objetivos comunes. La historia enseña que nada hay más poderoso que eso.

El ADN de la Rel UITA

El reciente editorial del presidente de la Rel UITA, Norberto Latorre, ha sido muy motivador y ha trazado un camino posible que, obviamente, no comienza de cero: el movimiento sindical acumula ya más de un siglo y medio de experiencia, con flujos y reflujos, avances y retrocesos, pero siempre con disposición a batallar por su salario, sus condiciones de trabajo, por derechos laborales y de organización, y por justicia y libertad cuando es necesario.

Refiriéndose a la actual insustentabilidad de los modelos de producción dominantes, Norberto afirma que «Es imprescindible que las organizaciones sindicales de nuestra región, y del mundo, asumamos un rol más activo en este tema.

No podremos cambiar el rumbo de los actuales sistemas en soledad. Está sonando más fuerte que nunca la campana de la solidaridad, del encuentro, de la reflexión y la lucha colectivas, de las propuestas capaces de convocar a las grandes mayorías para darle una oportunidad al futuro.

Organizados, con nuevas ideas y estrategias y junto a la gente encontraremos los caminos hacia los cambios que precisamos”.

En pocas palabras, todo un programa. No deberíamos desperdiciar este puntapié inicial, esta convocatoria sensata y sin estridencias, sin pre-juicios, plural y ávida de encuentros. Nos corresponde a los demás dar, o proponer, el segundo paso.

Desde hace muchos años, tal vez desde su refundación en 1967, la Rel UITA asumió el espíritu inquieto, inquisitivo y vanguardista que caracteriza a la región generando profundos cambios democratizantes en su estructura interna, poniendo énfasis en la importancia de los equipos de trabajo junto a los liderazgos individuales, creando y multiplicando los Círculos de Estudio que promovían esos valores al tiempo de capacitar a nuevos y nuevas dirigentes, desafiando las doctrinas establecidas para construir nuevas visiones, desarrollar nuevas herramientas para entender el mundo, e intentar anticiparse a las amenazas y oportunidades que podrían presentarse en el futuro de los trabajadores y trabajadoras.

Se podrían citar decenas de casos y temas en los cuales la Rel UITA hizo punta en la reflexión y la acción, pero excede el propósito de estas líneas. Aunque no debo dejar de recomendar la lectura del libro «Rel UITA39 años de historia. Una biografía colectiva«.

Hoy, Norberto Latorre, presidente de la Regional, vuelve a apelar a esa tradición para activarnos en la cuarentena, y después de ella. Nos dice que todo depende de nosotros mismos y de cómo sepamos encontrarnos con «los otros».

Repensarnos para repensar el mundo

Está archiprobado que este sistema de producción, de organización social, económica y política no aportará soluciones de fondo sino más y más problemas.

Porque pone en el centro al dinero y la codicia, en lugar del ser humano y sus necesidades elementales, no solamente la alimentación, la vivienda, la educación, la salud, la libertad, sino también el derecho a la supervivencia de las futuras generaciones en un planeta saludable, ambientalmente equilibrado, diverso y pacífico.

Está también muy claro que tales no son los objetivos ni el camino que impone actualmente el modelo hegemónico, sino todo lo contario.

Busquemos entonces espacios de reflexión y producción de propuestas nuevas, abiertas a estudiar, entender e integrar a nuestros propósitos a corrientes de pensamiento y de acción que ya se expresan en la sociedad.

Salgamos luego al encuentro con otras organizaciones sociales para compartir, dialogar, crecer y reformularnos con una perspectiva de futuro.

Es notorio que esta crisis pandémica, que desnuda la crueldad e insensatez del neoliberalismo, es una advertencia escrita con letras luminosas en el cielo: la sustentabilidad de cualquier sistema es intrínseca a la supervivencia humana.

Quien más ha avanzado en la elaboración de un marco teórico y de investigación científica y social al respecto es el ecologismo. Más allá de oportunistas, fanáticos y trasnochados, como los hay en todas las organizaciones sociales, el movimiento ecologista mundial y el movimiento sindical internacional deben encontrar la mejor manera de imbricarse en un camino de unión, o de alianza, o de coordinación en el respeto mutuo, mediante pasos que lleven gradualmente a formas superiores de articulación inteligente y estratégica.

Nadie dice que será fácil. No lo será para nadie. Pero lo más difícil será ver las consecuencias de no intentarlo.

Como escribió nuestro presidente Norberto Latorre: «Hay que repensar el mundo y la acción de los sindicatos. Con rebeldía, coraje y nuevas propuestas saldremos adelante».


i Enfermedad de Creutzfeldt-Jakob
ii “Primavera silenciosa”, por Rachel Carson. 1962