El sacerdote Alejandro Solalinde ha sido un ícono del apoyo a los centroamericanos en su paso por México durante las últimas dos décadas.
Desde el albergue de Ixtepeq “Hermanos en el Camino”, fundado en 2007 en Oaxaca, es una de las voces más conocedoras de las características, los peligros y las complejidades de la ruta que ahora recorren miles de personas.
A pesar que las familias del éxodo migrante tratan de mantenerse unidas esto es algo que podría ser roto al momento de ingresar a los Estados Unidos.
La intención de muchas familias hondureñas que huyen de un país colapsado social y económicamente por un régimen basado en una reelección fraudulenta es lograr tocar la frontera norte de México con Estados Unidos, y ahí pedir asilo político.
Pero aún en el supuesto de lograrlo, las complejidades apenas empiezan.
Al iniciar el trámite de asilo político en Estados Unidos la familia corre el riesgo de ser separada durante el proceso, que puede durar meses e incluso años.
Son miles los casos de madres y padres que son deportados mientras sus hijas e hijos quedan en los centros de detención.
Por tal razón parte de los servicios disponibles en los albergues de Ciudad de México son las asesorías legales a las familias sobre sus opciones de refugio en México y en Estados Unidos.
Como es su costumbre, evitando las cámaras y los reflectores, al visitar el albergue el padre Solalinde se concentró en hablar con las personas directamente implicadas para articular el apoyo de una red de instituciones estatales, civiles y religiosas.
“Yo estoy preguntándoles a las familias si no tienen miedo de irse a los Estados Unidos, miedo de que al llegar los vayan a separar. Que a las niñas y niños los manden a las bases militares o a las instalaciones de las fuerzas armadas donde están los albergues de menores, y a sus madres a la cárcel. Luego a los mayores los deportan y los menores quedan allá”, dijo.
“Tenemos la experiencia del último viacrucis que hubo, dirigido por los muchachos de Pueblos sin Fronteras. A los niños los enjaularon, a los papás los echaron a la cárcel. Luego por orden de un juez dijeron que debían juntarlos. Pero Donald Trump no obedeció, a los niños los llevó a la base militar y a los papás los deportaron. Los niños se quedaron allá”.
Aquí, por medio de los encargados de la arquidiócesis de la capital y de otras personas del puente humanitario, hay ofrecimientos de tramitar el estatus de refugiados y acogerse a todos los beneficios que esto conlleva.
“Eso implica apoyo para que las niñas y niños vayan a la escuela, tengan atención, y que sus papas pueden encontrar empleo y vivienda”, señaló el sacerdote.
“Por eso mi llamado de atención a los padres y madres de que llegar a Estados Unidos implica separación. La niñez está en riesgo.”