Economista, profesor, ex presidente de la Caja del Seguro Social y ex candidato a la Presidencia, Jované se dedica hoy, a sus 73 años, a la docencia y asesora organizaciones sindicales, entre ellas la Federación Unitaria de la Clase Trabajadora (FUCLAT). Con una maestría en el Chile de la Unidad Popular, luego vivió varios años en la Nicaragua sandinista de los primeros tiempos, que ahora tanto añora. En esta entrevista, realizada durante la reciente visita de la Rel-UITA a Panamá, habló de la realidad actual del país, devastado por décadas de neoliberalismo desenfrenado y una corrupción que cabalga a todo galope.
-Usted habla de la necesidad de incluir en la agenda sindical el tema de la seguridad y la soberanía alimentaria…
-Sí, es muy importante para el país, y para que el movimiento sindical tenga otra perspectiva, otros insumos y la posibilidad de interactuar con otros sectores, como los campesinos, que están padeciendo la devastación de su producción.
-Panamá compró arroz, lo incineró porque se malogró, luego volvió a comprar a Guyana a un precio exorbitante (el gobierno entrega el 35% del arroz al mercado a ese país), mientras los productores nacionales están arruinados por las importaciones.
–Panamá se ha convertido en un país altamente dependiente de la importación de alimentos.
Tenemos apenas cuatro millones de habitantes, pero nos gastamos aproximadamente 1.600 millones de dólares anuales en comprar alimentos, y muchos se pueden producir aquí, como el arroz.
En su momento Panamá fue autosuficiente en arroz y producía buena parte del maíz que consumía. Hoy en día, gracias a los tratados de libre comercio -que aquí se llaman “de promoción del comercio”- se ha empezado a arruinar el sector agropecuario y uno de los casos emblemáticos es el arroz.
El Estado, en lugar de apoyar la producción nacional promueve las importaciones.
En algunos casos los productos terminan llenos de gorgojos y se pierden y luego se incineran, como sucedió con el arroz, y mientras tanto tenemos una cosa que se llama Autoridad Panameña de la Seguridad Alimentaria, una entidad encargada en realidad de que todo se importe.
-Pero además se compra mal, porque se pagó más por ese arroz, más de lo que pagó Venezuela, por ejemplo…
-Incluso en eso hay descuido: se compra mal y caro.
Uno está en el derecho de preguntarse cuánta corrupción hay detrás de todo esto.
En Panamá el producto interno bruto que se genera en el campo es apenas el 2 por ciento del total, pero todavía hay más del 10 por ciento de la población que está vinculada al sector agropecuario.
El problema es que por el camino que se va se está registrando una situación donde se arruina el campo y la gente del campo se va a la ciudad para convertirse en trabajadores informales.
El 40 por ciento de los trabajadores del sector urbano son informales.
Algunos terminan trabajando en la construcción, que hasta ahora ha conocido un boom, pero ese boom algún día se va a acabar.
Los sectores dominantes inventaron quitarle los aranceles al sector agropecuario, prometieron a los productores que los iban a ayudar a reconvertirse, y la reconversión no funcionó.
Quisieron producir melones, se produjeron piñas y de eso cada día hay menos mercado. Entonces la gente perdió su trabajo y esto está arruinando no solo a los pequeños campesinos sino también a los medianos productores.
-¿Y a los consumidores?
-Tampoco se benefició a los consumidores, porque la promesa de que llegarían productos más baratos desde afuera no se concretó.
Pusieron un supuesto control de precios, pero sobre productos de muy mala calidad, que la gente no consume.
Todo se importa, es terrible. En Panamá hubo dos grandes cadenas productivas: en el agro y en la construcción. El neoliberalismo las destruyó a las dos, y hoy compramos alimentos y materiales de construcción, que antes se producían aquí.
-Paralelamente, el sector importador se opone al etiquetado de los alimentos que vienen de afuera, por lo tanto: productos más caros y de dudosa calidad…
-Sí, y hay un problema especial con los transgénicos. No se los etiqueta, y ahí se ve también la complicidad existente entre los sectores dominantes internos y las trasnacionales.
La Autoridad de la Seguridad Alimentaria, que debería ser autoridad de la seguridad y de la soberanía alimentaria, no juega para nada su papel y no impone siquiera el etiquetado.
Aquí nadie pregunta cómo fueron hechas las hojuelas de maíz que come el niño en la mañana.
Peor aún: Panamá firmó un contrato según el cual todo lo que haya pasado por la autoridad de alimentos y drogas de Estados Unidos puede entrar al país.
En cambio, para exportar hacia allí necesitamos cumplir los 10.000 requisitos que ponen los norteamericanos, una situación muy asimétrica.
-Buena parte de los ingresos que genera el Canal de Panamá en un año, se trasladan a la compra de alimentos…
-Es así. Es gigantesco y absurdo, cuando podríamos destinar los ingresos del Canal al desarrollo.
La ampliación del Canal ocupó mucha gente, pero ahora las obras terminaron y ya no es una fuente de empleo fuerte como antes.
La pequeña y la mediana industria y el sector agropecuario sí podrían generar empleo, pero no se los estimula porque en verdad no interesa.
Por el otro lado está el sofisma de Panamá como destino turístico. Pero no es así: nos hemos convertido en un país de tránsito, de turistas que pasan por el aeropuerto y siguen para otros destinos. Y más aún ahora, con la apreciación del dólar.
Yo prefiero un país más de ingenieros, con gente más capacitada que pueda hacer productos o servicios más complejos, incluso en el turismo, apostando al turismo ecológico.
Pero ahí viene la otra cosa: metemos minería a cielo abierto, y eso arruina no sólo la tierra, también el medio ambiente, y en consecuencia las posibilidades de hacer turismo ecológico. La gente se va a hacer turismo ecológico a Costa Rica…
Todo se resume en que no hay un proyecto nacional, sino que cada sector empresarial trata de sacar lo mejor y como pueda.
Las relaciones con China pueden ser importantes para Panamá, para diversificar su comercio, pero los empresarios que viajan a China desde acá son comerciantes que quieren hacer riqueza lo más rápido posible y no tienen una visión de largo plazo.
-Me da la impresión que tampoco la dirigencia política tiene un proyecto de nación…
-Para nada. Está captada por los intereses económicos y se maneja en base a un clientelismo alimentado por el Estado, que les da a los partidos tradicionales 4,5 millones de dólares en cada elección. Súmele a ese dinero los millones que captan por “donaciones” que no se sabe de dónde vienen…
A los grandes partidos sólo les interesa mantenerse, estar en la rapiña, en la depredación. No hay ni una pizca de cosa ideológica y programática, simplemente son una especie de franquicia para tomar el Estado y usarlo en favor de ellos y de quienes les pagaron la campaña.
Mire el caso de Ricardo Martinelli, el presidente anterior. Como era un empresario multimillonario, la gente supuso que no robaría, porque no tendría necesidad de hacerlo. Y se robó todo.
Lo que pasa es que en Panamá existe un poco lo que algunos economistas llaman “la maldición de los recursos”, porque cuando se tiene un activo tan importante como es el Canal, el propio Estado se convierte en una fuente de acumulación de capital.
Entonces, los sectores dominantes tienen interés de dominar el Estado no solo por razones políticas sino para utilizarlo como palanca.
-Conoció de cerca la experiencia sandinista, que apoyó con fervor, viviendo y cooperando por varios años en Nicaragua ¿Qué siente cuando ve lo que está pasando hoy en ese país?
-Fue una experiencia interesante, muy importante, de una verdadera revolución que lastimosamente ya no existe.
Todo eso se perdió.
Una cosa bonita que yo recuerdo en Nicaragua es el altruismo que uno sentía. No es que uno no trate de ser solidario aquí en Panamá, pero realmente el nivel de solidaridad que uno alcanzaba a tener y a sentir allá se experimentaba en el marco de una verdadera revolución.
Aquí uno anda viendo cómo es solidario pero el mismo sistema agota y cansa.
-¿Cómo se sobrevive a todo esto? ¿Cómo se ve el futuro?
-Pese a todo somos optimistas. Acá han habido grandes movilizaciones. Las últimas fueron en defensa del seguro social, y fueron masivas.
Otro gran tema que puede sensibilizar a la población es el del futuro del Canal.
Hablamos mucho de que lo recuperamos, pero los fondos que genera están sirviendo para el clientelismo y para que los ricos no paguen impuestos.
Quizás no teníamos conciencia política lo suficientemente desarrollada para convertir esas movilizaciones en una fuerza política, pero creo que ahora sí.
Hay mucha gente afectada (pequeños y medianos productores, trabajadores y trabajadoras informales, capas medidas) y depende de nosotros que podamos organizarla.
Tal vez los obreros sean los que tengan más conciencia, pero apostamos a que también haya otros sectores que se movilicen cada día más.
En Panamá, Gerardo Iglesias