Nicaragua | SOCIEDAD | DDHH

Debate sobre Nicaragua

De aquella revolución a estos lodos

Al cumplirse 40 años del triunfo de la revolución sandinista, el pasado 19 de julio, cinco comandantes históricos del FSLN (Luis Carrión, Dora María Téllez, Henry Ruiz, Mónica Baltodano y Oscar René Vargas) que han confluido en la crítica al gobierno*, reflexionan sobre las causas que llevaron a uno de los procesos más esperanzadores del continente a la actual debacle ética y política de la mano de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

“Lo que queda de esa revolución es la conciencia ciudadana. Todo el resto ha sido desmantelado por la dictadura de los Ortega Murillo”, sentencia Téllez.

Para la comandante que dirigió 3.000 combatientes en la etapa final de la guerra contra Anastasio Somoza, existe una relación entre aquella lucha, con la de los jóvenes que se rebelaron contra el régimen de Ortega desde abril del año pasado.

“Están demandando una sociedad con inclusión, una sociedad de oportunidades, con derechos ciudadanos, donde no sean los grupos pequeños de poder los que decidan todo lo que sucede en Nicaragua”.

Cree que es habitual que los líderes revolucionarios se conviertan en algo similar a lo que eran sus oponentes, dice, y pone como ejemplo a los hijos de padres violentos que reproducen la conducta de sus progenitores.

Ortega escogió el camino de reproducir el modelo de la dictadura de los Somoza, que es un modelo de pactos, de prebendas, de clientelismo político, de corrupción”.

Mónica Baltodano sostiene que los principales aliados de Ortega durante los últimos once años han sido “los banqueros, los principales empresarios del país y las dirigencias del Consejo Superior de la Empresa Privada”, que cogobernaban porque el Ejecutivo les ofrecía estabilidad social y oportunidades para enriquecerse.

Luego se pregunta cómo se llegó a esto, un régimen que define como “una dictadura personalista”.

Una parte de su respuesta consiste en que muchos somocistas derrotados en 1979 terminaron “aceptando al Ortega del presente y sus miembros se convirtieron en socios en múltiples negocios, en diputados del Frente Sandinista, en embajadores y hasta uno de ellos en vicepresidente del propio Ortega”.

La segunda es que con la derrota en las elecciones de 1990, “renació y rebrotó el pasado”, cuando la utopía llego a su fin y “sólo quedaba la realpolitk y el ajuste pragmático a los nuevos tiempos”.

Ortega y la cúpula fiel al matrimonio, se limitaron a repartir negocios y espacios de poder.

Un intento frustrado

Henry Ruiz, cuyo apodo era Comandante Modesto, cree que la revolución se quedó en el intento.

“Nosotros no derrotamos al somocismo. La revolución era para acabar con el somocismo pero fuimos condescendientes con la corrupción que se daba en el gobierno, con el culto a la personalidad.

Sobre el somocismo se montó el orteguismo. Daniel Ortega es un producto de lo que no fue la revolución”.

El análisis de Luis Carrión es quizá el más completo, y extenso, de los cinco difundidos, ya que aborda casi todos los aspectos exitosos de la revolución (salud, educación, empoderamiento popular, reforma agraria) y también los problemas que no supo resolver.

El poder como problema

Quisiera entresacar de los diferentes análisis algunas cuestiones que deberían ser debates centrales, sobre la revolución nicaragüense en particular, y sobre los procesos de cambio, en general.

La primera gira en torno al poder como problema. Desde que el FSLN asumió un “poder total”, comenzó a pintar de rojinegro todas las instituciones y todas las organizaciones de la sociedad civil.

Se trataba de colocar a la sociedad bajo el control sandinista, en lo que Carrión define comola lógica del partido único”.

No sólo se impidió que la oposición se manifestara, sino que convirtió a las organizaciones sociales en “correas de trasmisión” del poder (como sucedió con la asociación de mujeres unitaria que existía, sustituida por otra de corte sandinista), marginando a los no sandinistas que, muy pronto, fueron tachados de contras.

La cuestión indígena y campesina

El segundo tema es la desconfianza hacia los miskitos de la Costa Caribe y el campesinado.

Los primeros “sintieron la revolución como una invasión de los españoles”, por querer imponer a otra cultura los parámetros de la hegemónica.

Carrión asegura que la agresión de Estados Unidos no habría prosperado “si no se hubiera producido un alzamiento masivo contra la revolución de los campesinos del centro del país, desde el norte hasta el sur”.

Este fue el aspecto central, porque la guerra sandinistas/contra, fue para ganarse al campesinado. Una piedra en la que descarrilaron no pocas revoluciones, que revela una actitud colonial/patriarcal de los partidos de izquierda hacia las culturas no hegemónicas.

La tercera cuestión se relaciona con un hecho que tiende a repetirse: el poder revolucionario reproduce en su interior tendencias y culturas ya existentes en las sociedades pre-revolucionarias.

Las y los ex comandantes coinciden en que Ortega se inserta en una tradición autoritaria predominante en Nicaragua (la dictadura de Somoza duró medio siglo, pero es una más en la historia). Aquí el problema es que los cambios culturales son muy, pero muy lentos.

Por último, está la izquierda latinoamericana. Como señala Baltodano, no pocos asumen que las luchas de abril son parte de un “plan imperialista” para derribar al sandinismo, “en desprecio a la ética”, luego de la matanza de cientos de personas, miles de heridos y mutilados por la represión orteguista y más de 70 mil refugiados políticos.

Ahí está el discurso de Atilio Borón, quien saludó el 40 aniversario de la revolución, diciendo que la masacre de abril fue de una “sobriedad ejemplar (…) muestra de un temple y de una capacidad de respuesta constructiva, generosa, patriótica”.

Esta es la izquierda que está destruyendo a la izquierda, por dos razones evidentes: la perdición ética y la obsesión por el poder.


*Para una recopilación de las cinco posiciones puede consultarse Sinpermiso.info del 20 de junio de 2019.