
Nos recuerda que en la antigua Roma las clases dominantes distribuían pan a la plebe y le ofrecían en el circo cruentos espectáculos en los cuales los espectadores desahogaban su odio reprimido.
Concluye en que las actuales víctimas del capital, a diferencia de la antigua Roma, pagan este nuevo circo alienante con sus impuestos y financian la construcción de los estadios que absorben el dinero que debería destinarse a viviendas populares, o mejorar el transporte, los sistemas de educación y salud, etc.
Por otro lado, un informe sobre los legados que dejaron los mundiales de Alemania, Sudáfrica y Brasil, elaborado a finales de mayo por la Fundación Heinrich Böll, le pone cifras a la anterior comparación.
Y esas cifras muestran claramente como los exorbitantes gastos que le demanda a Brasil la organización de la Copa FIFA (para que un puñado de corporaciones transnacionales haga su agosto en junio) son cubiertos con dinero público.
Al momento de cerrar el informe (con los gastos todavía en curso) la inversión llegaba a 26.000 millones de reales (11.689 millones de dólares) de los cuales el 85% salieron de los cofres públicos.
Las estimaciones eran que la Copa inyectaría 142.000 millones de reales (63.839 millones de dólares) a la economía brasileña y que se generarían 3,63 millones de empleos por año entre 2010 y 2014.
Además de los 63.000 millones de reales (28.327 millones de dólares) de renta para la población, algo que sería justo que ocurriera ya que se estima que el 60% de la misma no puede pagar la entrada a un estadio mundialista.
Según el citado informe, la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) prometió organizar la Copa del Mundo con una mayoría de recursos privados, cosa que a lo largo de los siete años de preparación del evento no ocurrió.
Algo similar sucedió con la previsión de gastos, que era de 5.000 millones de reales y a inicio de 2014 ya rondaban los 30.000 millones.
La organización de la Copa del Mundo en Brasil deberá garantizarle una facturación equivalente a 4.361 millones de dólares, en Sudáfrica (2010) fueron 3.147 millones y en Alemania (2006) 1.978 millones.
Para que Brasil obtuviese el derecho a organizar el torneo, entre otras cosas la FIFA exigió una exención de impuestos en los contratos, estimándose en casi 450 millones de dólares la economía lograda.
El poder de esa enorme transnacional que es la FIFA forzó que ese y otros beneficios se garantizaran mediante la llamada “Ley de la Copa” (Nº 12663/12) donde se establece que el gobierno debe garantizar la seguridad, salud y vigilancia sanitaria, además de que, en caso que no se pueda realizar el evento, será responsable de los daños y perjuicios que pudieran ocurrir.
La FIFA y sus transnacionales asociadas (Coca Cola, Adidas, McDonald’s, AB-InBev, etc.) resultarán las grandes beneficiadas, con sustancial retorno asegurado.
Como contrapartida, la renta que presuntamente se derramaría sobre la población difícilmente ocurra. Los pequeños vendedores ambulantes -numerosos en Brasil– están obligados a mantenerse a más de dos kilómetros de los estadios por un vallado de seguridad, que vigilado por la policía y el ejército, garantiza la exclusiva actividad comercial de aquellos que la FIFA autoriza.
Para completar el cuadro, debemos recordar que muchos de esos vendedores ambulantes son integrantes de las 170 mil familias que han sido desalojadas por la fuerza para la construcción de los estadios.
la FIFA tiene voluntarios
Los voluntarios están distribuidos en las ciudades sede y actuarán en aeropuertos, estadios y centros de prensa dando asistencia a los visitantes, a la prensa y a los equipos de fútbol.
En el programa dirigido por el COL los voluntarios deberán estar disponibles durante 20 días corridos y cumplir jornadas diarias de hasta 10 horas.
Esa forma de explotar el trabajo de las personas mediante un denominado voluntariado no escapó al Ministerio Público del Trabajo (MPT).
Una acción civil pública iniciada por el MPT de Río de Janeiro iniciada 10 días antes del torneo, advirtió que el programa de voluntarios de la FIFA lesiona la legislación nacional y reclama que se le otorgue el correspondiente Carnet de Trabajo y Previsión Social (requisito legal para todo asalariado en Brasil) a quienes trabajan en el torneo, además de una indemnización equivalente a 901 mil dólares.
Según la ley brasileña, el voluntariado sólo puede ser ejercido en entidades públicas, asociaciones y otras instituciones sin fines de lucro. “La FIFA es una entidad con finalidad lucrativa, con socios definidos, con una cláusula en su contrato social que dice que los lucros serán distribuidos de acuerdo con la deliberación de esos socios”, argumenta el MPT.
Mientras tanto, para el COL la acción de MPT “no tiene fundamento jurídico” ya que está actuando de acuerdo a lo previsto en la Ley de la Copa.
El MPT argumenta que la legislación nacional es la que debe prevalecer y no la excepción establecida por la Ley de la Copa, punto de vista que es compartido por la Asociación Brasileña de Abogados Laboralistas (ABRAT) y la Orden de los Abogados de Brasil (OAB).
La disconformidad y las protestas eran tan previsibles que la Secretaría de Seguridad Pública de Río de Janeiro llegó a alardear que agentes del FBI estaban entrenando a la tropa de choque.
Menos publicitados, cursos similares fueron ofrecidos por los mismos agentes a las tropas de choque de São Paulo, Ceará, Río Grande do Norte, Pernambuco, Bahía y Minas Gerais (*).
Y si las protestas son legítimas –en todo caso la mayoría de ellas– resulta una impertinencia y una arrogancia inaceptable que Michel Platini, ayer extraordinario futbolista y hoy oscuro presidente de la Unión Europea de Asociaciones de Futbol (UEFA), le sugiriera a los brasileños el 26 de abril: “Hagan un esfuerzo, déjense de estallidos sociales y cálmense durante un mes”.
Todo esto lleva a que me pregunte, ¿qué necesidad tenemos de que estos juegos sean organizados como negocio por una mafia internacional?
Y a pesar de que uno no es nadie, se me ocurre que muy bien la ONU podría organizar mejor y más democráticamente los campeonatos mundiales de fútbol en lugar de dedicarse a elaborar discursos que nadie escucha y establecer días de celebración que nada modifican.