Por eso las pocas autocríticas que aparecen, son bienvenidas. Como el libro que está presentando estos días el brasileño Cristovam Buarque, Por qué fallamos.
Antes de seguir, quiero aclarar que siento enormes distancias políticas con el autor del trabajo, ya que se afilia a las tesis socialdemócratas que lo sitúan a medio camino entre el PT de Lula y Fernando Henrique Cardoso. Aún así, creo que vale la pena leerlo.
Buarque fue militante del PT hasta 2005, cuando las denuncias de corrupción conocidas como mensalao lo convencieron de abandonar el gobierno de Lula, donde se desempeñaba como ministro de Educación, inclinándose por el PPS.
Antes, entre 1995 y 1998, había sido gobernador del Distrito Federal por el Partido de los Trabajadores. Cree que el gobierno de Jair Bolsonaro es el cierre de un período de 26 años en los que hubo políticas democráticas.
Su libro comienza en abril de 2005, cuando observa una foto de Lula en Toritama (Pernambuco) con un grupo de niños pobres.
Visitó sus casas, habló con padres y con una profesora, y concluyó: “Vi la tragedia continuada después de 12 años de gobiernos democrático-progresistas”, en referencia a los de Itamar Franco y Cardoso, luego de la destitución de Fernando Collor de Melo en 1992.
Los volvió a visitar diez años después, en 2015.
“Al llegar a la escuela, la imagen era la misma de 2005: el mismo predio, aunque con un ala de reciente construcción, el mismo paisaje físico aún sobre suelo de tierra, polvareda y paredes descuidadas, sin climatización pese al calor, sillas nuevas pero también incómodas”, escribió.
“Encontré el mismo sistema pedagógico, no vi computadoras, videos ni pizarras electrónicas. Los docentes tienen una formación levemente mejor, pero a pesar de la Ley de Piso Salarial sancionada por el presidente Lula en 2008, sus salarios no son muy diferentes a los de antes. Al mirar alrededor, fue como si el tiempo no hubiera transcurrido”.
Luego detalla algunas biografías. Una niña que tenía 6 años en 2005, se embarazó al llegar a los 15 y a los 16 ya tenia un niño de un año.
Otro chico del grupo que se fotografió con Lula dejó la escuela antes de los 15 años, fue guardia privado y resultó asesinado a los 19. El hermano dejó la escuela muy pronto y fue preso. Los demás, dejaron la escuela antes de finalizar el ciclo básico y recorren la vida entre hijos abandonados y la pobreza, sin futuro.
Buarque escribe que después de diez años de gobiernos del PT, “la vida de cada uno de aquellos niños se convirtió en una monótona repetición de las mismas historias y del mismo fracaso”.
A pesar del Bolsa Familia y de todas las políticas sociales, que aliviaron la vida cotidiana, el círculo de reproducción de la pobreza no pudo ser quebrado.
De ahí, pasa a explicar que Bolsonaro no ganó. “Nosotros perdimos”, y no por “errores tácticos”, ni fake news, ni manipulaciones de los medios.
Perdimos, dice, “por nuestros errores estratégicos”. Porque “no construimos un Brasil diferente y permanecimos en el atraso económico, en la pobreza social, en la concentración de la renta y en la desigualdad”. Se mantuvieron además la corrupción y el corporativismo, los intereses mezquinos y de corto plazo.
Agrega más datos: “dejamos 12 millones de analfabetos y 100 millones sin saneamiento (en una población de 210 millones), dejamos la economía en alarmante recesión y el desempleo en niveles dramáticos”.
Son 26 años de errores, que incluyen a los gobierno de Lula y Dilma pero que los trascienden, por “la arrogancia que tuvimos en el poder, con narrativas falsas”, que llevaron “a ignorar el mensaje que nos dieron los electores” al apoyar a Bolsonaro.
A mi modo de ver, el libro de Buarque contiene varios aciertos, además de unas cuantas ideas muy discutibles, como su llamado a que el PT y el PSDB colaboren en vez de enfrentarse.
El primer acierto es la autocrítica, en un período en el que muy pocos, casi nadie, la hacen.
Todavía no hemos escuchado una explicación seria y responsable del PT sobre las razones de su caída. Siempre se culpa a otros de lo sucedido. Lo mismo vale para los demás progresismos, incluyendo la reciente derrota electoral del Frente Amplio en Uruguay, para la que no se esboza ninguna explicación de fondo.
El segundo acierto es que sale de la trillada explicación del golpe.
Victimizarse es la mejor manera de no cambiar nada, porque los errores no existen y las culpas están afuera. No se habla de la corrupción; sólo de las malas intenciones del juez Sergio Moro (que las tiene, sin duda).
Buarque sostiene que Lula fue juzgado de forma maligna, pero no niega la corrupción.
Bolsa Familia, dice, fue una gota en un océano de pobreza, algo que sólo se puede abordar con cambios estructurales.
Nunca se explica por qué no llegaron la reforma agraria, la de la renta, la urbana, y tantas otras. No se reformó el Estado ni los aparatos represivos, que siguieron haciendo lo mismo: asesinar pobres.
El tercer acierto es su denuncia del “pragmatismo, inmediatismo y oportunismo electoral”, que llevaron a la izquierda y al progresismo a actuar “como si no existiera el largo plazo, apenas la próxima elección, mucho menos algún margen para transformaciones”.
Incluso en las políticas sociales hubo pragmatismo, al pensarse que con cuotas para el ingreso a la universidad se podrían resolver herencias estructurales de carácter colonial como el racismo.
Concluye diciendo que el pragmatismo llevó a pensar que “fuimos electos para elevar el nivel de consumo de los pobres, no su grado de libertad, ni el nivel de emancipación y la calidad de vida de las poblaciones excluidas”.
Habría mucho más para comentar.
Entre lo que Buarque no aborda, merece comentarse una cuestión de fondo: por lo que podemos ver, en Brasil, en Uruguay y en muchos países de la región, luego de tres décadas de democracia y una década de progresismo, las fuerzas armadas siguen con la misma actitud que tuvieron bajo las dictaduras.
No sólo no se arrepienten de lo que hicieron, sino que están dispuestas a repetirlo, como lo deja en claro el caso chileno.
Sin embargo, este tema está fuera de discusión, lo que asegura que no hay la menor intención de hacer algo.