Tipear bitácoras que llevaba día a día del exilio ha sido muy removedor. Serán parte de los insumos del libro que con Luis Vignolo estamos escribiendo sobre Wilson. Revivir cada día del exilio ha sido muy removedor.
Vuelven al recuerdo momentos que traen nostalgias, alegrías, tristezas y compromisos. Las bitácoras son solo unas de las fuentes del libro. Discursos de Wilson, conferencias, entrevistas y testimonios son otras.
Pero la novedad respecto de lo ya publicado es que todo estará avalado por documentos oficiales de inteligencia. De acá, que han ido apareciendo, y del exterior, desclasificados. Muchos amigos nos han ayudado a conseguirlos. Por ejemplo: la profesora Christie en Estados Unidos y Jair Krischke en Brasil.
De él queremos hablar hoy.
Ojalá esta nota llegue a los más jóvenes, a los que no saben de él. Conocer la vida de Jair es crecer.
Hacía mucho que no lo veía, cuando me invitaron a un homenaje en el Parlamento para festejar con él sus 80 años. Festejó acá en Uruguay. No es su país natal, pero nunca dejará de ser también otra de sus patrias.
Creí que no se iba a acordar de mí, pero no puedo evocar sin emocionarme el apretado abrazo que me dio cuando le extendí la mano. Recordó los tiempos compartidos junto a Wilson y a algunos amigos comunes como Cacho López Balestra.
Jair y el Movimiento de Justicia y Derechos Humanos de Brasil, del que es fundador y que sigue siendo su trinchera, son -en la categoría de Brecht– imprescindibles: “los que luchan toda la vida”.
En el homenaje del Palacio, había muchos y muchas de sus referentes: Belela Herrera, Mirtha Guianze, Lilián Celiberti, Luis Puig, entre otros y otras.
Siempre citar ejemplos genera injusticia por las omisiones. Un imprescindible, rodeado de imprescindibles.
Decía Wilson que lo único que no se podía ser en la vida era “malagradecido”.
Me sentí muy bien, porque di un paso más en autocrítica, que siempre enriquece.
Me debí ir antes del Partido Nacional (PN). Lo que es peor: dejé caer los brazos y me alejé no solo del PN sino de la lucha. Dejé caer los brazos y me dediqué unos años a mi profesión. Dejé la cruel y dolorosa lucha, que es el único modo de dormir en paz.
Quiero agradecer y celebrar colectivamente los 80 años de Jair y los 40 del MJDH de Brasil.
Nuestro país hermano (y fronterizo) vive momentos críticos.
“La mayoría electoral da legitimidad jurídica, pero no política si no se respetan los derechos de las minorías” (WFA, 17 de junio de 1985).
A los 80 años de vida y 40 del Movimiento de Justicia y Derechos Humanos asume Bolsonaro.
Podrá avasallar libertades, podrá ser racista, homofóbico; podrá responder órdenes de Donald Trump, disfrazando los mandados de “lucha ideológica liberadora”. Pero a Jair y al Movimiento de Justicia y Derechos Humanos no los podrá avasallar.
Hay organismos internacionales que estiman que Jair salvó entre 2.000 y 3.000 vidas.
Es cierto que la Biblia dice que el “que salva una vida, salva la humanidad entera”.
Creo que se puede contabilizar en cuántos casos intervino con éxito, pero nunca cuántos debieron su vida a Jair. No tiene medida. ¿Cómo se mide lo que evitó solamente por existir y dirigir una organización en estado de permanente alarma?
El reencuentro con Jair ha sido importante, para mí en lo personal y para la comunidad de derechos humanos. Pero deja su huella no solo en los recuerdos de quienes lo admiran, sino también al transformar nuestra modesta obra del Centenario de Wilson en un testimonio que ilustra sobre la historia de la región en la última mitad del siglo pasado.
No me gustaría que le dieran el Premio Nobel de la Paz a Jair. Prefiero que tomen su vida como modelo y medida para los futuros premios Nobel que se otorguen. Siempre a los imprescindibles.
(Tomado de Caras y Caretas, Montevideo. La Rel reproduce lo esencial de esta nota)
N del E: Los destacados e intertítulos son de La Rel.