-Te jubilaste hace 10 años…
-Tengo 64 años, ya voy a cumplir casi 11 años de haberme jubilado.
-¿Fue difícil?
-(Sonrisas) Un poco sí. Pero en mi caso nunca dejé de participar en el quehacer sindical. Por eso me vinculé a la lucha de compañeros campesinos para ayudarnos mutuamente.
Por otro lado la sede del Stecsa continúa siendo nuestra sede, donde podemos dar una mano. Siento a este sindicato como una parte mía fundamental y yo parte de él también.
-¿Se acercaba la fecha de la jubilación y eso te hacía la cabeza?
-A sí, claro. Yo me preguntaba, ¿qué va hacer de mí? ¿En qué me voy a entretener?
-¿Te pasó de levantarte temprano para venir a la fábrica?
-Sí, sí (sonrisas). Me pasó varias veces. Pero luego me metí con el sector campesino y ahí encontré otro lugar de militancia.
-Si hubieras estado en otra organización las cosas serían diferente. Pero Stecsa siempre está pendiente de otros dilemas, solidarizándose con otras organizaciones, haciendo escuela…
-Tienes razón, eso es parte de las enseñanzas del Sindicato que tiene esa misión que se debe ser solidario con la clase trabajadora, nunca nos quedamos sólo en el sector de bebidas o de la alimentación. Eso nos ha ayudado bastante y cuando me acerqué a este otro sindicato me dije: “aquí también se puede” y ahí estoy ahora.
-¿Cuáles fueron los momentos que más te marcaron a lo largo de tu trayectoria en Stecsa?
-La ocupación de 1980, por el cierre ilegal de la empresa, fue uno de los más fuertes. Fue un año, tres meses y trece días donde el objetivo principal fue destruir la organización.
Fue durísimo. No había tantos trabajadores como ahora en la planta y los salarios eran mucho más bajos a los actuales. Por lo tanto había mucha presión.
Recuerdo que durante la ocupación salí a vender naranjas junto a mi esposa para alimentar a la familia que es grande: 8 hijos. Por suerte mi compañera comparte mis ideales y afrontamos todo juntos.
-Imagino que muchas noches temían que el ejército entrara en la fábrica. Era una Guatemala mucho más violenta que la actual.
-Sí. Los retenes que se ponían frente a la planta, el transitar de los jeeps del ejército. Cuando entró la policía judicial fue un momento difícil, nos registraron hasta las cacerolas donde traíamos nuestra comida, nos pusieron a todos boca abajo para registrarnos y ordenaron que nos pusiéramos a trabajar. Pero por suerte se superó esa situación.
-Ustedes se hicieron cargo del mantenimiento, de la limpieza de la fábrica, del cuidado de los camiones durante la ocupación…
-Nosotros manteníamos la fe que la planta se reabriera. Los camiones se prendían para que los motores no se pegaran. Nos hacíamos cargo de todo en la unidad de producción para que estuviera en perfectas condiciones. Sabíamos que era nuestra herramienta de trabajo. Por esa razón no nos costó mucho poner en marcha a la embotelladora.
-La UITA promovió el boicot mundial a Coca Cola por el conflicto en Guatemala a pesar de que entonces el Stecsa no estaba afiliado.
-Sí. Recuerdo muy bien la solidaridad de la UITA. Su respaldo fue absolutamente fundamental en aquellos años y en toda la existencia de Stecsa. Y es esa solidaridad recibida la que nos hace ser solidarios, pues Stecsa no olvida.
-¿Otro momento complicado…?
-Nosotros entendemos que la época de Carlos Porras (quien compra la planta luego de la ocupación), fue la “más tranquila”.
Luego Panamco (Panamerican Beverages Inc.) compra la planta y en 2003 la mexicana Femsa adquiere todas las unidades de Panamco en América Latina. Recuerdo que nos dilatamos 18 meses las negociaciones con Femsa y estuvimos a punto de ir a la huelga. Éramos 1.200 trabajadores en la empresa, con familias de seis integrantes en promedio.
Un momento muy difícil que supimos sortear.
-¿Qué representa el sindicato en tu vida?
-Lo mejor.
Primero que nada me permitió permanecer en la capital. Vengo de occidente, de una familia de escasos recursos. Empecé a trabajar en Coca Cola a los 19 años y en ese entonces el gerente de recursos humanos, que era un militar, me advirtió que no me metiera con “esa mierda” de sindicato.
Apenas había 48 personas en la organización en 1979. Al siguiente año ya era directivo del Stecsa, algo que nadie quería agarrar porque muchos dirigentes habían sido asesinados. Nunca me arrepentí.
El Stecsa me enseñó el valor y la importancia de la solidaridad y me permitió darles una formación a mis hijos. En fin, fue todo. Hace parte de mi familia.
En Ciudad de Guatemala, Gerardo Iglesias