La pandemia ha puesto de manifiesto la incapacidad de nuestros sistemas de salud para hacer frente a una emergencia que era predecible y estaba prevista.
La atención médica, un derecho humano básico, ha sido diezmada por años de austeridad forzada, tercerizaciones, gestión día a día o “justo a tiempo” e imperativos de lucro.
Ahora, en una emergencia, los trabajadores y las trabajadoras de la salud luchan con valentía con la tremenda escasez de personal, equipos de protección, suministros esenciales y recursos médicos.
Los centros de tercera edad se han convertido a su vez en tumbas comunes para personas enfermas y ancianas.
La crisis sanitaria es sintomática de una patología mayor. Los bancos de alimentos en los países ricos están saturados y millones de jornaleros y jornaleras recorren los caminos de la India porque la situación en todo el universo es de inestabilidad permanente.
Los gobiernos hablan de superar el miedo en la lucha contra un “enemigo invisible”, pero lo “normal” se arraiga en el miedo: miedo a perder el trabajo, miedo al desalojo, miedo a enfermarse o lesionarse, miedo a endeudarse, miedo a la pobreza, miedo a represalias por hablar y organizar la solidaridad.
El 1 de Mayo y el movimiento obrero internacional nacieron en la lucha contra la explotación que subyace a ese miedo.
Al igual que los mineros que, en el transcurso del siglo pasado, hacían huelga para que se les diera jabón, mejores salarios y mayor seguridad en las minas, en la crisis actual trabajadoras y trabajadores de las enormemente rentables compañías de la carne y avícolas han tenido que ir a la huelga por la protección primaria de salud y seguridad.
Los trabajadores y las trabajadoras de restaurantes, servicios de alimentos y hospedaje que aún laboran están librando la misma batalla, ya que los empleadores se resisten a implementar las medidas básicas para mitigar la propagación del virus y salvar vidas.
Las afiliadas de la UITA luchan para asegurar que haya jabón, junto con agua limpia, transporte y vivienda en condiciones de seguridad, y salarios dignos para quienes trabajan en la agricultura.
La población trabajadora de la agricultura y de la alimentación, antes considerada desechable, ahora se percibe como “esencial”.
¿Este reconocimiento se va a extender más allá de la crisis y va a llegar a la inversión en salud y servicios públicos, trabajo seguro para todas las personas que ayudan a alimentar al mundo, a la protección total de los derechos sindicales y a verdaderos avances hacia un sistema alimentario sostenible?
La respuesta a la crisis ha venido acompañada por un giro ideológico. Cayeron en el olvido los presupuestos equilibrados, los “gobiernos magros” y la austeridad (aunque llamativamente no en todos los ministerios de finanzas de la Unión Europea).
Los gobiernos están creando fondos cuantiosos para evitar el colapso, hasta ponen dinero directamente en el bolsillo de la gente. ¿Estamos frente al “fin del capitalismo neoliberal”, como proclamó hace poco el banco francés Natixis?
Cuando se derrumbó en 2008 la maquinaria financiera mundial, se tomaron medidas extraordinarias para resucitarla y nos dijeron que nada podía ser como antes. Se reanimaron las finanzas globales con dineros públicos, y después volvimos a la “normalidad”.
Gran parte del mundo sufría todavía los efectos de esa respuesta fallida cuando apareció la COVID-19. La “normalidad” se ve sacudida por la crisis, y enfrentamos una emergencia climática global.
¿Los gobiernos van a disciplinar a una máquina financiera inflada que (otra vez) recibe una generosa porción de fondos de rescate, sin control democrático?
¿Van a depender todavía más de “asociaciones público-privadas” cuando se declare un regreso a la normalidad y todo vuelva a ser como antes, porque “no hay alternativa”? ¿Van a movilizar los recursos necesarios para evitar el colapso ambiental?
Los trabajadores y trabajadoras migrantes, a quienes ahora se les otorgó la residencia como medida de crisis, ¿van a poder conservar sus permisos cuando la pandemia disminuya? ¿Se otorgará en el futuro residencia a personas migrantes? ¿Los trabajadores y trabajadoras agrícolas van a tener que seguir luchando por el jabón?
La respuesta a todas esas preguntas depende en gran medida de nosotros y nosotras.
El statu quo no solamente es insostenible, declaraba el sindicato australiano United Workers Union al comienzo de la crisis: “Los momentos de ruptura crean espacio e impulso para el cambio”. Los avances sociales nunca han surgido espontáneamente del colapso; tenemos que organizar ese espacio.
Si cuando volvamos a trabajar se van a poner los bienes públicos bajo control público, va a ser necesario un movimiento sindical mucho más fuerte y una agenda política más ambiciosa.
Y si en efecto estamos frente al regreso del Estado, después que se nos dijo durante décadas que “el mercado” es la única institución en la que se puede basar la sociedad humana, ¿qué tipo de Estado va a ser? Al amparo de la crisis, muchos gobiernos siguen con su constante ataque a los derechos, y la crisis les da nuevas herramientas.
Los gobiernos autoritarios van a salir fortalecidos de la pandemia si no nos organizamos para defender los derechos democráticos que necesitamos para respirar, organizarnos y luchar juntos y juntas.
Desde 1890, las trabajadoras y los trabajadores de todo el mundo han conmemorado el 1 de Mayo con piquetes, manifestaciones, y en medio de insurrecciones. Este año, por primera vez en trece décadas, no estaremos en la calle.
Pero el 1 de Mayo sigue siendo nuestro día, el día en que los trabajadores y las trabajadoras afirman su solidaridad global y su compromiso de luchar por un mundo nuevo.