Tributo a Pablo Arosemena
Gerardo Iglesias
14 | 2 | 2024
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Foto: Gerardo Iglesias
Su alimento es la esperanza
Su paso no lleva prisa
Su sombra nunca lo alcanza”
(Rubén Blades)
A cuatro meses de la invasión
Los controles en el aeropuerto Tocumen demoraban más de la cuenta. En migración el funcionario desenfundaba preguntas como puñales con una gestualidad grosera, prepotente. En la aduana el interrogatorio cobró aún más fuerza; examinaron hasta los calcetines sucios, todo con minucioso rigor.
Logré salir y pensé que, debido a la tardanza desmedida, nadie estaría aguardándome. Me equivoqué. Allí, al centro, como al comando del tumulto bullicioso detrás de las vallas metálicas, de guayabera blanca −su prenda distintiva− estaba Pablo Arosemena, el querido «Pablito«.
ꟷ¿Cómo está tu papá? ꟷfue su primera pregunta junto al abrazo de bienvenida.
Ya camino a la ciudad, quien fuera el representante regional de la Federación Internacional de Trabajadores de la Construcción y la Madera (FITCM) por 18 años, desgranó detalles de la agenda: entrevistas y reuniones para las próximas cuatro jornadas de mi estadía, que él mismo organizó.
ꟷMuévete con cuidado, los gringos andan por todos lados después de la invasión ꟷme advirtió.
ꟷMañana me gustaría ir a El Chorrillo ꟷsugeríꟷ. La barriada icónica de la ciudad canalera sobre la cual se encarnizó la artillería estadounidense con todo su poder destructivo.
ꟷ¡Gerardo, ahí no quedó nada! ꟷrespondió lacónicamente.
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Foto: SPEC. MORLAND
Las llamas que no se extinguen
“El Barrio roto”
Un fuego intenso que prendió hasta el zinc.
Santa Claus trajo en Navidad
bombas para Avenida A.
Por estar cerca del cuartel,
se quema el barrio y sus discos de Ismael.
Entre la sombra, un general
rinde el machete, sin pelear”.
(Rubén Blades)
Pablo pasó temprano por el hotel y nos dirigimos rumbo a El Chorrillo, a pesar del evidente desánimo del anfitrión. Fue también con él que lo había recorrido por primera vez cuatro años antes de la invasión; barriada obrera, donde la música y la cocina criolla germinaban en cada esquina, en un entramado rítmico y gastronómico de resistencia identitaria.
El nombre proviene del Manantial del Rey, un chorrillo de agua dulce que manaba de las laderas del cerro Ancón. Sus primeros pobladores fueron trabajadores migrantes de origen antillano que llegaron para la construcción del canal interoceánico. Casas de zinc y madera, punto de encuentro de una enorme diversidad cultural.
Barrio histórico, barrio de historias. Allí nació el boxeador Roberto “Mano de Piedra” Durán. Ismael Rivera, Maelo, −“El Sonero Mayor”− fue uno de los tantos artistas distinguidos que lo frecuentaban a finales de los 60, atraídos por el pescado frito de la bodega de Pedro Rodríguez, más conocido como Sorolo, quien le “presentó” al Nazareno, el Cristo Negro de Portobelo, cuando el cantante estaba hundido en la droga.
El gran Raúl Leis1 lo definía así: “El barrio era un símbolo de la cultura popular urbana dibujada en los buses llenos de palabras, símbolos y mil colores, en las comparsas carnavalescas donde se destacaba el frenesí rítmico y salsoso de los campesinos de El Chorrillo, y en una manera particular de vivir, actuar, hablar y expresarse caracterizada como lo ‘chorrillero’”.
Al llegar al “Barrio Mártir”, un gran cartel se asomaba en una esquina: “Tengan paciencia, reconstruiremos El Chorrillo. Guillermo Endara”, nefasto personaje que el mismo día de la invasión juramentó como presidente de la República en el Fuerte Clayton, base militar de Estados Unidos en la Zona del Canal.
ꟷEl Chorrillo y San Miguelito fueron devastados. Aquí vivían unas 16 mil personas, buena parte eran menores de edad. El bombardeo y el fuego destruyeron unas 4.000 viviendas ꟷafirma Pabloꟷ. Un número insondable, trágico, máxime en boca de un albañil, un constructor de manos cementosas.
ꟷEl barrio murió con la invasión ꟷsentenció luego.
La limpieza de la escena del crimen fue expeditiva. Al cabo de algunas semanas los escombros fueron retirados para esconder evidencias. Donde antes estaba el caserío, con la ropa multicolor danzando en sus balcones, hoy sólo se ve cuadras de tierra removida, de color azulino: tierra calcinada por el fuego devastador.
A unos metros, como un árbol de pie a la orilla de la devastación, Pablo observaba, erizado por la indignación. Me di cuenta de que su blanca guayabera interponía un quiebre cromático en la postal sombría de la explanada. Ensimismado, no aceptaba lo que veía, mientras desfilaban por su memoria las imágenes de la barriada antes de la agresión del imperio.
Cabizbajo, caminó hacia el automóvil, pateó una piedra con visible bronca…
ꟷ¡Malditos gringos! ꟷle escuché decir.
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Foto: US Army Center of Military History
Un tiro por elevación a toda la región
Habían pasado casi cuatro meses desde que el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ordenara la cacería del examigo y exagente de la CIA: Manuel Antonio Noriega. El 3 de enero de 1990, el mismo día en que lo detuvieron, el entonces director de la Agencia, Bill Casey, dijo de él: “He’s my boy» (“Este es mi chico”).
La invasión, denominada “Causa Justa”, se materializó en la madrugada del miércoles 20 de diciembre de 1989.
Un par de días antes, dos fragatas de la Marina estadounidense se ubicaron en la entrada del Canal de Panamá sobre el Pacífico. Otras tres llegaron al Canal por el Caribe. Mas tarde sería el turno de la 82ª División Aerotransportada con base en Fort Bragg, Carolina del Norte.
Desde Estados Unidos se trasladaron cerca de 14 mil soldados, uniéndose a los 12 mil residentes en las bases militares del Comando Sur, en la Zona del Canal de Panamá: el enclave colonial. La mayor movilización de tropas desde la guerra de Vietnam (1968-1975).
El Sismógrafo de la Universidad de Panamá registró la primera bomba a las 00:46. En los siguientes cuatro minutos llovieron unas 67 bombas. Hasta que dejó de funcionar, 14 horas después, el instrumento reconoció 417 explosiones: una cada dos minutos. Cayeron bombas de 1000 y 2000 libras, detectadas como una especie de temblor de tierra con un grado de intensidad 5 en la escala Richter. Esto solo en el área metropolitana y su perímetro, volándole los tímpanos a la capital mientras el fuego la consumía.
El mayor ejército del mundo llegó con un arsenal extremadamente sofisticado, de última tecnología. Sus víctimas fueron −una vez más− civiles sin armas, como ahora está sucediendo en la Franja de Gaza bajo el ataque genocida del ejército de Israel.
ꟷSabían muy bien que Noriega no estaba en el Cuartel Central de El Chorrillo (en la Avenida A). Lo sabían ꟷenfatizó Pabloꟷ, pero su cometido mayor no era capturar a Noriega sino dar un aviso a toda América Latina, a su “patio trasero”: ¡No olviden, aquí estamos!, haciendo alarde de toda su capacidad destructivaꟷdijo, al tiempo que gesticulaba con sus grandes manos de albañil ilustrando sus dichos.
Pablito tenía razón. Estados Unidos desplegó en Panamá ─a 41 días de la caída del Muro de Berlín─ el armamento más contundente desde la guerra de Vietnam y la mayor intensidad bélica ocurrida en América Latina durante el siglo XX.
La táctica del general Colin Powell, jefe del Estado Mayor Conjunto, de utilizar la máxima fuerza para abrumar al enemigo, se estrenó en Panamá con una intensidad tan desmedida como “para asustar al resto del mundo”.
Además de padecer la musculatura guerrera de los helicópteros Cobra y Apache (estos últimos equipados con un visor para operaciones nocturnas), el pequeño país centroamericano fue tierra de prueba de las bombas dirigidas por láser y de la primera misión en campo de batalla del bombardero Stealth F-117 (el llamado “avión fantasma”).
También significó el ensayo general y la presentación pública en un escenario de guerra de los vehículos Hummer −que rodaban frenéticamente por doquier como cucarachas desorientadas−, y de los fusiles M-16 con mirilla infrarroja; toda una parafernalia militar que sería utilizada ocho meses después en la Guerra del Golfo Pérsico.
En plena verbena navideña, Panamá se transformó en un “show room” a cielo abierto de la industria bélica y la supremacía militar gringa.
ꟷ¿Cuántos muertos hubo en la invasión ꟷle pregunté a Pablo.
ꟷSe habla de 600, de 3.000 y más. Eso no se sabe, quizá nunca lo sabremos ꟷrespondió, resignado.
Hasta nuestros días, 35 años después, no se sabe. El imperio mandó olvidar.
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Foto: Raphael Salazar (2018) | Revista Concolon
La invasión pasteurizada
Estábamos invitados a la Asamblea del Sindicato de Periodistas de Panamá, una organización que sufrió el control y la embestida represiva de la invasión. Previamente, el subsecretario general, Euclides Fuentes Arroyo, nos recibió en su despacho: simpático, con la fuerza de sus 49 años y una vasta trayectoria periodística y militante.
ꟷ¡Epa, Pablito, gente buena…, pasen por aquí! ꟷdijo Euclides cordialmente.
ꟷTú vienes de Uruguay, ¿verdad?…. ¡Cuídate! Mira que a Pablito lo andan buscando… ꟷbromeó con una sonrisa irónica, mientras lo abrazaba con cariño sincero. Ambos son de la mítica Provincia de Los Santos, donde el 10 de noviembre de 1821 se proclamó la independencia del istmo.
La entrevista fluyó espontánea, en un ambiente distendido. Sin mediar pregunta, Euclides comenzó con una puesta a punto de la invasión y el caos provocado.
ꟷJunto al compañero Baltazar Renán Aizpurúa (secretario general del Sindicato), fuimos detenidos el 22 de diciembre a las 6.30 de la mañana por soldados estadounidenses. Posteriormente, Baltazar fue liberado y tuvo que exiliarse. A mí me enviaron a un campo de concentración que montaron los estadounidenses en Nuevo Emperador, en la rivera del Canal.
Allí las condiciones eran humillantes, infrahumanas. Los prisioneros estábamos a la intemperie soportando la lluvia, el frío de la noche, sin baños, maltratados, sin respeto alguno.
ꟷ¿Cuántas personas había allí? ꟷpregunté.
ꟷLos días 22 y 23 que estuve detenido había más de mil personas, y en los días siguientes ingresaron otras tres mil. En un artículo que escribimos para el periódico Bahiano, denunciamos que en tres meses el régimen títere de (Guillermo) Endara y otros lacayos cometió más violaciones a los derechos humanos que en toda la historia de la República de Panamá desde 1903 hasta la fecha.
Hubo más de cinco mil prisioneros por haber participado en el gobierno anterior, haber sido simpatizante o simplemente por las dudas. En la primera semana de la invasión se produjeron más muertes que en todas las catástrofes naturales a lo largo de nuestra historia ꟷsentenció.
ꟷEsta información difiere de los datos que circulan en América Latina, ꟷremarqué.
ꟷSin duda, y lo sabemos muy bien. La administración Bush y el Pentágono distorsionaron a su favor lo que aquí sucedió. La invasión se presentó al mundo como una “guerra quirúrgica”, cuando en realidad fue una masacre horripilante, inaudita. Localmente se impuso un férreo cerco mediático, las imágenes que circularon en el exterior fueron cuidadosamente filtradas: se mostraron los barrios inmaculados de la aristocracia panameña, donde la gente recibió con alegría a los soldados norteamericanos; difundieron el saqueo a las tiendas, pero no cuando las tanquetas del ejército invasor arremetían contra los comercios, cuando los mismos soldados invitaban al saqueo a la población, eso no se dio a conocer.
Se exhibieron bolsas del Banco Nacional llenas de dinero halladas, dizque, en la casa de Noriega. Todo fue estudiado con rigor publicitario en el marco de una campaña de construcción narrativa que no correspondía con los hechos ꟷadvirtió Euclides.
ꟷEl extranjero que llegue y pregunte por El Chorrillo ꟷcontinuóꟷ tendrá primero que ver archivos fotográficos o registros fílmicos, pues el barrio fue quemado entero…
ꟷAyer estuvimos allí, el barrio murió, es tierra arrasada mi hermano ꟷacotó Pablo.
ꟷAsí es ꟷreafirmó Euclidesꟷ, muy desolador. El régimen títere recibió instrucciones precisas de aplanar toda esa área donde vivían miles de personas, presentándola ahora como un gran solar baldío, limpio de escombros, limpio de evidencias, ꟷconcluyó.
Estados Unidos preparó su alegato previo al bombardeo; invadió la cabeza de los panameños en lo ideológico, y luego tomó la cabeza de playa en lo militar. Muchas de las imágenes que detalló Euclides, más el relato distorsionado y falaz que aún 34 años después la gente repite como pericos, todo fue parte de un andamiaje narrativo hecho a la medida para justificar la invasión.
Se trató de una agresiva campaña de operaciones encubiertas y manipulación emocional colectiva, con la finalidad de convalidar la acción militar: una especie de “mise en place ideológica” donde la invasión fue servida en bandeja de plata.
Glorificar a los vencedores y convencer a los vencidos de que fueron salvados, ese fue el resultado de la contraofensiva ideológica implementada desde 1987 por el Cuarto Grupo de Operaciones Sicológicas, que hoy tiene sede en Carolina del Norte.
Inoculado el engaño masivo, la invasión fue recibida por muchos como una acción misericordiosa, acogida con vítores de agradecimiento. Como un regalo de Navidad.
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Foto: Cuartel (1989) | Isabel De Obaldía | Revista Concolon
En la memoria, siempre
Nos despedimos de Euclides. La lluvia caía con furia sobre la capital. Una cortina de agua se interponía inclemente entre el local del Sindicato y el carro que nos aguardaba a un par de cuadras. Sin mediar palabra decidimos aventurarnos, cubriéndonos con un periódico que a los pocos metros se desintegró en una masa pastosa.
Estábamos empapados. Pablo secó su rostro con un pañuelo blanco que luego escurrió, dobló geométricamente con delicadeza y volvió a introducir en el bolsillo de su pantalón. Lo observé disimuladamente, respetando ese ritual y su momento; la procesión iba por dentro, lo sabía, y esperé en silencio la erupción.
ꟷAquí murió mucha gente noble que luchó con dignidad y valor. Este es ahora un país ocupado militarmente y están tratando de destruir nuestra identidad. Ahora proliferan los McDonald’s, los Kentucky Fried Chicken y los Burger King ꟷprosiguió Pabloꟷ. Parece que la oligarquía quiere que Panamá sea un “estado asociado”. Hace unos días se realizó una reunión en el Club Unión, donde acuden los mandamases, para debatir ese tema y tuvieron el descaro de cursar una invitación a nuestra Confederación ꟷrecordó airadamente.
ꟷOmar Torrijos –continuó Pablo–, haciendo referencia a los estudiantes asesinados el 9 de enero de 1964, dijo una vez: “Nuestros mártires han muerto ya de bala. Que no vuelvan a morir de indiferencia.” Espero, mi hermano, que eso no suceda con nuestros muertos de la invasión, que la gente no olvide lo que sucedió aquí ꟷdijo con la voz entrecortada.
Pablo cerró sus ojos definitivamente el 22 de octubre de 2023. Se mudó de barrio, como dice Rubén Blades.
A mediados de noviembre, cuando se extendía la movilización en todo el país contra el extractivismo minero, un amigo envió un resumen de la épica lucha. Al final escribió: “Me pareció ver a Pablo Arocemena”.
ꟷSí, sin duda, él estaba ahí ꟷrespondí.
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Foto: Gerardo Iglesias