Muchos estudios determinaron que la minería daña el medio ambiente: produce desechos tóxicos, devasta bosques, aniquila la biodiversidad, etcétera. ¿Por qué, entonces, evocarla con una relación celestial como “a cielo abierto”? Raúl Leis propuso llamar a las cosas por su nombre en Minería a infierno abierto.
Raúl Leis y Christian Pérez Vega (artista)
14 | 11 | 2023
Imagen: Revista Concolón
Creo que la expresión minería a cielo abierto no es correcta. Claro, que en sentido literal se refiere a las explotaciones mineras que se desarrollan en la superficie de un terreno, a diferencia de las subterráneas, que se producen bajo ella.
Pero en su sentido profundo las palabras engañan, pues evocan una relación de la extracción minera con lo celestial que no corresponde con la realidad.
Por ello, mejor sería ser más apegado a la verdad bautizarlas como lo que son, minas a infierno abierto. ¿Por qué?
Un cúmulo de estudios y experiencias alrededor del mundo han determinado que esta minería impacta negativamente el ambiente produciendo desechos tóxicos, devastación de bosques, desertificación, afectación a cuencas hidrográficas, aguas subterráneas y el aniquilamiento de la biodiversidad.
También ha significado el colapso de las economías agrícolas locales, produciendo impactos sociales negativos.
Existe un amplio consenso que reafirma que ninguna actividad industrial es tan agresiva ambiental, social y culturalmente como esta forma de minería.
Para mí, cielo abierto, en cambio, evoca a los mayas lacandones, cuando afirman que las estrellas son las raíces de los árboles que Hachacyum –creador de soles, mundos y humanos– produjo para recubrir su selva celeste.
Así, cada vez que en el monte se tumba un árbol, muere una estrella y desaparece del cielo.
¿Cuántas estrellas se habrán borrado del firmamento producto de los graves atentados contra la naturaleza y el ambiente que padecemos? ¿Cuántos proyectos amenazan la sostenibilidad del desarrollo socioeconómico?
Minería a infierno abierto, macro hidroeléctricas, potrerización, deforestación, desertificación, urbanismo depredador, degradación de calidad de vida, y otras más están presentes muchas veces en formas avasalladoras y aniquiladoras de la vida.
La Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza determinó que Panamá y la región centroamericana no cuentan con las condiciones mínimas requeridas para controlar y minimizar los efectos negativos e irreversibles de esta actividad minera.
No olvidemos que América Latina es la porción del planeta con más presencia forestal, con mayor diversidad biológica y humedad.
Pero es fácil encontrar el avance de las huellas visibles del deterioro ambiental, la desigualdad y la pobreza, pues en este subcontinente sufrimos una de las mayores tasas de deforestación del mundo, 6 millones de hectáreas anuales, 80 mil hectáreas en Panamá.
En esto deberíamos aprender de los vecinos ticos, que en lugar de impulsar un código minero que propaga la macro minería, conoció del fallo del Tribunal Contencioso Administrativo costarricense, que anuló la concesión de la mina de oro a infierno abierto de Crucitas, condenándoles a indemnizar al país por los daños ambientales causados en la zona.
Pero no solo eso: también recomendó al Ministerio Público abrir una investigación y causa penal contra el ex presidente Oscar Arias y varios altos funcionarios, entre ellos el ex ministro Roberto Dobles, quienes autorizaron explotar los yacimientos que produjeron una gran daño ambiental, al usar entre tres y cinco toneladas diarias de cianuro durante nueve años; provocando un impacto irreversible en los mantos acuíferos y en 300 hectáreas de especies forestales protegidas, hábitat de aves en peligro de extinción.
Este fallo se dio en el marco de la reciente aprobación de la ley que prohíbe tajantemente esta forma de la minería en ese país.
En Panamá “la verde”, como la llamó Vicente Blasco Ibáñez, vamos en sentido inverso.
Por lo que cabe preguntarse con la mano en el corazón: ¿A quién beneficia de verdad la actividad minera? ¿A las grandes empresas mineras nacionales y transnacionales, gobiernos extranjeros o al país o las comunidades involucradas? ¿Cómo se evitarán los daños socio ambientales y cómo se compensarán los graves perjuicios provocados? ¿La vida de las comunidades, la fauna y flora debe subordinarse a una insaciable sed de ganancias?
Cuando el ambiente es ignorado o agredido, nos responde como un cañón cargado que se vuelve y dispara contra nosotros mismos, contra nuestra salud, existencia y futuro.
La defensa y promoción del ambiente no es una moda inofensiva y pasajera.
Por el contrario, el tema del ambiente está ligado a toda acción humana responsable, y es un componente fundamental de cualquier proceso de desarrollo que se precie como tal.
Por ello, emerge en este país una conciencia ambiental local y nacional dispuesta a detener toda depredación contra el derecho humano al ambiente.
No todo lo que brilla es oro o cobre, pues el oro verdadero si bien reluce en el verdor de nuestra naturaleza, cobra más esplendor cuando se manifiesta en la tenacidad de la conciencia emancipadora de hombre y mujeres libres.
(Esta columna fue publicada originalmente en el diario La Prensa, el 10 de febrero de 2011. Los subtítulos son de La Rel)