La repercusión que ha tenido el reciente partido femenino de balonmano playa, entre las selecciones de España y Noruega (en Bulgaria) por la obtención de la medalla de bronce de la competición internacional europea, ha sido enorme.
La Federación Europea de Balonmano (EHF) y la Federación Internacional (IHF) describen detalladamente en sus reglamentos la indumentaria que las selecciones femeninas deben usar; a saber, las braguitas del bikini deben tener un ajuste perfecto y un corte en ángulo hacia la parte superior de la pierna.
Por contraste, las selecciones masculinas juegan con cómodas camisetas largas sin mangas y amplios shorts que llegan a la rodilla.
La selección femenina de Noruega pretendió rechazar este desplante machista jugando los partidos con mallas hasta los muslos, lo que resultó imposible porque se exponían a la descalificación.
Sin embargo, aprovecharon el último partido (donde ya no era posible descalificarlas) para enfrentar esas injustificables disposiciones, derivadas de una visión patriarcal que no deja de hacer el ridículo y queda aún más expuesta.
El partido Noruega–España se jugó por parte de la selección nórdica con mallas más adecuadas a una indumentaria conforme al deporte que los minúsculos bikinis. La reacción de la EHF fue la imposición de una insólita multa de 1.500 euros, por la “inadecuada” ropa que vistieron.
Las jugadoras noruegas recibieron distintos apoyos, como el de la cantante estadounidense Pink, que ofreció pagar la multa y afirmó que quien debería ser multada era la EHF por incurrir en sexismo.
Judith Gómez, una jugadora española que participó de ese partido, consideró correcta la actitud de las atletas, porque cree que las deportistas deben jugar cómodas y no pueden ser obligadas a usar indumentarias con las que no se encuentren a gusto.
Le molesta el diferente trato que se otorga a los hombres. Entiende la atleta que esa protesta encuadra dentro de la búsqueda de igualdad de la mujer frente el varón.
Siempre consideró injustas las actitudes que marcan diferencias arbitrarias entre los sexos, por tanto, luchó con éxito contra estas normas de indumentaria en su propio país.
En 2014, la Federación Española de Balonmano se vio obligada a permitir que las jugadoras pudieran optar entre distintas indumentarias, luego de incumplimientos y protestas contra las disposiciones sobre el vestuario femenino.
Esas nuevas normas se aplican en competencias españolas, pero no a nivel internacional, donde se mantiene vigente el reglamento de la IHF que es necesario modificar.
Además del respaldo de Judith Gómez, se sumaron también los de las selecciones de Suecia, Dinamarca y Francia.
La entrenadora francesa está dispuesta a presionar para que las deportistas puedan vestir como quieran, porque incluso, se han perdido jugadoras a raíz de la vestimenta impuesta.
Las atletas le han trasmitido que se sienten expuestas y observadas, en un deporte donde el bikini entorpece los movimientos.
El presidente de la EHF, Michael Wiederer, molesto por la repercusión que tuvo el episodio, se vio obligado a anunciar (aunque sea una gran ironía) que el monto de la multa será donado a una fundación que promueve la igualdad de mujeres y niñas en el deporte, y a reconocer la necesidad de un cambio dejando la puerta a abierta a otra reglamentación.
La Federación Noruega de Balonmano presentó en abril ante la EHF una solicitud para eliminar la normativa referida a la indumentaria deportiva femenina. La comisión de balonmano playa la estudiará a la brevedad y la enviará a la IHF para que tome una decisión.
Como los organismos internacionales están dirigidos mayoritariamente por hombres, son ellos quienes terminan imponiendo a las deportistas la ropa que deben vestir.
Esta violencia simbólica continúa legitimando la subordinación de la mujer, siempre en función del estereotipo sexista, donde ellas, hagan lo que hagan, no pueden dejar de cumplir el rol de objeto destinado a satisfacer fantasías sexuales masculinas.