Esta vez llegamos con retraso a la visita familiar del Viernes Santo, en la Cárcel Modelo. Para entonces mis hermanas, cuñada y hermano estaban sentados en una mesa rodeando a nuestro hermano Ricardo Baltodano y su gran figura uniformada con el azul de los presos.
En esta ocasión estamos en un espacio techado, no en las carpas de las “visitas especiales” de Navidad y Año Nuevo pasadas. Esta vez los guardias permiten que nos comuniquemos entre mesas de familias y presos políticos.
Todos son de la Galería 300, “el infiernito” y sus celdas adyacentes. Mis hermanas ya me habían dicho que desde antes las autoridades también se habían mostrado más “condescendientes”.
Como siempre, no creemos en la bondad del régimen. Sabemos que esta flexibilidad responde al interés de mejorar su imagen.
En ese momento, mis ojos quisieran ser cámaras fotográficas para grabar tanto rostro emblemático de la Nicaragua en lucha: Miguel, Medardo, Christian y tantos otros.
Al llegar, al primero de los presos políticos que vi fue al líder campesino Pedro Mena y lo abracé emocionada… y luego a otro y otro y otro preso, ya rodeados de sus familias. Mi corazón se llena de ternura al estrechar a los muchachos que me platican de su situación, de las torturas y los atropellos sufridos.
Busco con especial interés a Miguel Mora, que está en el otro extremo.
Y en esa ruta me encuentro con Tomás Maldonado, el guerrillero sandinista diriambino que en 1979, herido gravemente en el ataque a Presillitas, cerca de El Rama, no quiso salirse de la región a la que había sido enviado, él sólo se curó y se reincorporó a la lucha hasta sacar al otro dictador, del que bien aprendió tanta crueldad Daniel Ortega.
Veo a Tomás muy delgado, demacrado, pero con gran ánimo. También noto deterioro en Carlos Brenes, a quien le pregunto cómo se siente. Me dice que está saliendo de una crisis de salud que lo tumbó dos meses, y de la cual pensó que no saldría vivo.
En los penales no hay verdadera atención médica, mucho menos medicamentos.
Si las familias no llevaran las medicinas los enfermos simplemente se morirían.
Es cierto, hay un dispensario, con un médico general, pero rara vez los de la Galería 300 reciben atención, y cuando la han recibido ellos mismos comentan que no sienten que el doctor sea fiel al juramento hipocrático. Les recetan al ojo, sin realizar exámenes de ningún tipo.
La salud de todos los presos políticos está claramente deteriorada. Y es que no puede ser de otra manera.
Las enfermedades crónicas que no llevaron al llegar las van a adquirir allí.
Pasan todo el día en celdas de 2×3 metros, ocupadas en parte por la litera de duro cemento, y un hoyo tipo pompón, al lado del cual se imita un lavandero para que el preso lave su único uniforme, su única toalla y su único cubre colchón (no es permitida una sábana).
Como no hay lugar para sentarse, los presos usan como asiento el cubo para echar agua al pompón.
En ese espacio no pueden caminar ni dos pasos. Por un lado el pompón, detrás del cual hay unas hendiduras construidas en ángulo de 45 grados, de forma que el preso no pueda ver hacia afuera y el aire tampoco pueda circular. Por el otro, el preso topa con la pesada puerta de hierro. En ésta hay dos pequeñas rendijas.
Una abajo por donde le pasan “la chupeta”, bolsa con comida que muchos presos aún no se acostumbran a comer; y por la otra es por donde hablan los carceleros al prisionero. Ambas rendijas se cierran por fuera.
Todos los presos políticos se han quejado de que las guardias les han prensado los dedos al cerrar las rendijas. No son accidentes, lo hacen a propósito, como castigo, o simplemente cuando andan de mal humor.
Para los presos de máxima seguridad la hendidura superior de las celdas se han mantenido cerradas. Solo a mi hermano Ricardo se la abrieron cuando entró a la celda y se desvaneció al ver el antro oscuro.
“Cuando me llegaron a sacar del Chipote yo me alegré- me cuenta– porque pensé, ya van a mejorar mis condiciones. Y cuando entré a la celda casi me desmayo de espanto. Oscuro totalmente, no podía distinguir nada. Le dije al alcaide: ‘¡De aquí me van a sacar muerto!’ Entonces optó por dejar abierta la pequeña rendija por donde yo podía mirar hacia el pasillo, donde eventualmente deambulan presos comunes. Pero todos los demás presos permanecieron en esa oscuridad hasta que hace unas semanas se las fueron abriendo poco a poco”. Por recomendaciones del CICR, me dicen.
Voy a la mesa de Miguel Mora. Lo abrazo fuerte y le pregunto cómo está. Me saluda como siempre lo hacía en su canal 100% Noticias: “¡Hola Comandante!”.
Le doy los saludos fraternos que le manda mi esposo Julio López y nos ponemos a recordar cosas. Ahí está su familia. Me presenta al papá de Verónica y saludo a Miguelito Mora, expresivo en su silla de ruedas.
Le digo a Miguel algo que le repetí a varios de los prisioneros políticos: “Miguel, los dictadores creen que al encerrarte iban a ganar, pero pierden. Vos ahora no solo sos un reconocido periodista, o un líder del periodismo independiente y perseguido, sos un líder del pueblo de Nicaragua.
Y el mensaje que ustedes manden desde aquí es muy importante para un pueblo falto de liderazgos creíbles”.
Miguel sonríe, con su piel ahora mayate. Está confiado, en Nicaragua, en su Dios y en su fe. Pero no puedo dejar de ver tristeza en su mirada, y también me entristezco con su dolor, con su injusta y absurda situación.
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Y no es para menos: en particular hay tres presos que están en el extremo de las condiciones brutales de una cárcel, en el total aislamiento: Miguel Mora, Christian Fajardo y Yubrank Suazo. Miguel, comunicador y platicador nato, debe sufrir enormemente esta situación.
El alcalde Apolonio Fargas, capturado en julio del2018, me llama a la mesa de los “mulukukeños”. Los campesinos se juntan.
También llega Medardo Mairena, a quien había saludado al principio, recordándole también que ya no es únicamente dirigente del movimiento campesino anti canal, sino líder de un pueblo en lucha por sacudirse de una dictadura.
Los campesinos nos insisten enfáticamente que sigamos luchando, que ellos están firmes adentro, que hay que unirse y no claudicar. Tienen sus reservas sobre el rumbo del nuevo diálogo, y quieren saber en detalle cómo van las cosas afuera.
Nicolás Cienfuegos Alaniz, campesino y que luego llega a nuestra mesa, nos cuenta las atrocidades sufridas. Me muestra los brazos y tórax con señales de tortura, pues relata que le aplicaron choques y quemaduras. Pero habla con gran viveza y confianza en que las cosas van a cambiar.
Cuenta las dificultades para hablarse entre ellos y no perder la cordura en el aislamiento de las celdas.
Ellos están en un área “privilegiada”, pues en el corredor hay un televisor gestionado por los presos comunes, comprado por sus familiares. Para poder ver la televisión los presos políticos se acuestan en el suelo, tiran agua en el piso del corredor, y ven la tele en el reflejo del agua.
Los jóvenes son maravillosos. No tengo dudas de que llevan mejor la situación.
Christian Fajardo me cuenta de su participación en la Articulación de Movimientos Sociales y el encuentro con mi hija Mónica Augusta. Bromea y nos hace reír a todos en la mesa. También está Yubrank Suazo, un verdadero héroe, torturado y castigado por sacar un vídeo animándonos a nosotros –los que estamos fuera.
Junto a él está Edwin Carcache, con su sonrisa y cara de niño, convertido en emblema de la juventud rebelde.
En un momento determinado Edwin anunció su compromiso con una chavala que estaba a su lado, y se armó la fregadera.
También estaban allí los tres hermanos Esteban Lesage: Luis Miguel, Jean Carlos y Harvin, detenidos y condenados por cantar canciones vandálicas en los tranques.
El mayor tiene apenas 27 años. Estando junto a su combativa madre, yo me pregunto hacia mis adentros ¡¿Cómo será el dolor de tener no uno, sino a sus tres hijos injustamente presos?! No puedo imaginarlo.
Hay un chavalo de Managua que fue de la Juventud Sandinista hasta abril de 2018. Me cuenta que en su casa tenía morteros y garrotes con los que el orteguismo los mandaban a reprimir las manifestaciones anteriores a abril, y que estuvo en varios operativos contra las marchas campesinas anti-canal que lograron llegar a Managua.
Pero el 19 de abril de 2018 se incorporó junto con su arsenal a las justas luchas estudiantiles en el barrio donde vivía.
El coordinador barrial del partido llegó a buscarlo para que fuera a reprimir a los estudiantes. “Estás loco, maje!”, le dijo, y ahí terminó su militancia en el orteguismo, que él creía era sandinismo.
Seguramente por eso lo torturaron bastante. Y también me muestra las secuelas. Es vivaracho y jodedor…
También pude hablar con John Amort y Abdul Montoya. Saben que alguna vez se sabrá toda la verdad, y que se puede esperar justicia. John tiene la cara llena de optimismo y convicción.
Más tarde, un hermoso costeño con voz de parlante se echó su discurso y llamó a todos a cantarle las mañanitas a Carlos Brenes, que cumplía 64 años al día siguiente.
Su discurso y una posterior oración de Maldonado fueron escalando hacia la política, entonces se acercó el alcaide Guevara para pedir que se acabara el asunto. Pero después cantamos el Himno Nacional, luego siguió “Nicaragua mía”, y todavía nos dio para gritar consignas libertarias, a pesar de la incomodidad de los carceleros.
Al cantar el himno, no pude evitar voltear y ver a Miguel, emocionado.
Al terminar, varios presos junto a Ricardo concretaron la idea trabajada antes con los demás presos, de aprovechar el final de la actividad para presentar 5 exigencias al gobierno y a la dirección del penal.
Las mismas fueron expuestas por Ricardo Baltodano, en forma cuidadosa, al alcaide Roberto Gámez Guevara, que las escuchó sin pestañear.
Pero cuando Ricardo se iba extendiendo en la explicación –como es habitual en él, con su alma de profesor- Guevara se acercó para decirle secamente: “Suficiente, ya las he anotado.”
Los presos nos pidieron enfáticamente que las demandas ahí expuestas fueran también presentadas en conferencia de prensa por los familiares, insistiendo en que estuvieran todos los familiares, los más que sean posibles; que fuera una presentación unitaria y fuerte, que muestre la fortaleza de las familias al lado de las demandas.
Y comprometidos con los deseos de nuestros presos políticos, abandonamos la Modelo.
Una vez más, terminamos nuestra visita agobiados por el terrible dolor que les infringe la dictadura; pero también nos fuimos animados por la fuerza de su esperanza y convicción de que la lucha es justa, que la liberación será pronta y que una Nicaragua mejor está por venir.
Nota del Editor: Los destacados e intertítulos pertenecen a La Rel