Mundial y COP 27
Dos eventos de muy distinta naturaleza, pero de gran relevancia mundial coinciden en este mes de noviembre: un nuevo mundial de fútbol y una nueva conferencia sobre el cambio climático. Un factor los une: la hipocresía de quienes los promueven y organizan.
Daniel Gatti
15 | 11 | 2022

Imagen: Carton Club
De la FIFA, una de las mayores transnacionales globales por el dinero que mueve y por el poder supranacional con el que se maneja, por encima y por fuera de los estados, no es esperable nada que no sea en favor de las elites que la controlan.
Así se comporta, así se comportó a lo largo de la historia y así lo seguirá haciendo. En Catar llegó, de todas maneras, a picos altos de complicidad con violaciones a los derechos humanos.
Ya los había alcanzado en 1978 en Argentina, cuando organizó un Mundial bajo una de las dictaduras más sangrientas de la historia reciente latinoamericana. Reincide.
Sus dirigentes han tratado de encubrir a los organizadores de la dictadura catarí, responsables directos de que en los siete años que llevó la construcción de los prodigios tecnológicos que son los estadios de este mundial murieran miles de trabajadores migrantes que eran obligados a trabajar en condiciones infrahumanas.
La FIFA ha avalado los datos de las autoridades del emirato, según las cuales los muertos fueron apenas un puñado y no habrían fallecido como consecuencia de su trabajo sino por enfermedades que ya padecían.
El año pasado el diario inglés The Guardian cifró esas muertes en al menos 6.750 y estableció que se debían precisamente a las condiciones de trabajo que imponían sus patrones a los inmigrantes, sobre todo provenientes de India, Indonesia, Nepal, Sri Lanka, Pakistán, Bangladesh.
Las denuncias se venían acumulando desde antes. La FIFA podría haber intervenido para frenar las aberraciones que se estaban ventilando (ha intervenido para fijar reglas por tanta cosa menor, por lo general en beneficio de sus integrantes más poderosos), pero miró para otro lado. “Ocupémonos de fútbol”, repitió la semana pasada su presidente, Gianni Infantino.
Los que en el mundo del fútbol han intervenido para solidarizarse con los migrantes (y con la comunidad LGBTI, perseguida en Catar) han sido fundamentalmente algunos jugadores. Los de la selección de Australia, que participará en el Mundial, y, meses atrás, los de Noruega, que fueron eliminados de la competencia. Poco poder tienen, pero son voces que se levantan.
El otro evento de este mes es un foro de países que en principio deberían ponerse de acuerdo para combatir uno de los problemas más acuciantes de la actualidad, con consecuencias económicas y sociales devastadoras a corto, mediano y largo plazo: el cambio climático.
Se sabe que el acuerdo al que lleguen, si llegan a algún acuerdo, pasará por encima de las necesidades de los países y los terrícolas más afectados por estos horrores bien evitables, atribuibles a modos de desarrollo y a la depredación capitalista, o en todo caso les dará nuevos plazos y les brindará nuevas vías a los más ricos para que escapen por la tangente.
Pero hay siempre quien dice que de esos foros invariablemente algo sale y ese algo es mejor que la nada. O que sirven para crear conciencia.
Tal vez. Pero difícil que así sea cuando incluso desde lo simbólico las cosas se dan tan mal: la 27 Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, que se realiza en Egipto hasta el viernes 18, tiene como su principal auspiciante a Coca Cola, una de los mayores contaminantes a nivel mundial.
Peor aún: en Egipto se batirá un nuevo récord de presencia de grandes corporaciones del gas, el petróleo, el carbón, que harán de su participación −permitida y fomentada− una gran operación de greenwashing, de lavado de cara verde. Y la maquinaria seguirá rodando.