El municipio de Múnich pidió a la Unión Europea de Fútbol (UEFA) que el estadio donde el miércoles se jugó el partido entre Alemania y Hungría se iluminara con los colores del arcoíris, en protesta por la ley anti LGBTI aprobada en Budapest, pero los mandamases del deporte regional se lo negaron.
La excusa que encontró la UEFA es que es una “institución neutral política y religiosamente”, pero poco después, para demostrar que ella también es “inclusiva”, pintó su logo en redes sociales con los colores del arcoíris, aprovechando que en junio se celebra el mes de la visibilidad LGBTI.
Clubes alemanes de fútbol entendieron que se trataba de una actitud hipócrita e iluminaron sus estadios con la bandera LGBTI durante el partido.
En respuesta clubes húngaros, algunos ligados al Fidesz, el partido de extrema derecha del primer ministro Viktor Orban, colocaron la bandera nacional en sus estadios.
“La UEFA se enredó un poco porque de hecho su decisión de rechazo es también una decisión política”, comentó con algo de cordura Clément Beaune, secretario de Estado francés de Asuntos Europeos.
La presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, había calificado de “vergüenza” la ley húngara, que “claramente discrimina a personas con base a su orientación sexual, en contra de valores fundamentales de la UE”.
Durante el partido, Amnistía Internacional distribuyó banderas arcoíris en los alrededores del Allianz Arena de Múnich.
Las políticas antigay –y antimigrantes, y antilaborales- del gobierno de Orban vienen de lejos y en nuestra región latinoamericana tienen muchas similitudes con las que lleva a cabo el (des) gobierno brasileño de Jair Bolsonaro.
A la Rel UITA les merece el mayor de los repudios, como le parece condenable la pretensión de una institución como la UEFA, de mantenerse al margen de un tema básico de derechos humanos como este.
Aunque teniendo en cuenta el pasado y la historia del organismo no parece demasiado sorprendente.
Gerardo Iglesias y Gisele Adao