En 1960, 35 millones (47 por ciento) de las personas migrantes fuera de sus territorios de origen eran mujeres.
En 2010, aproximadamente 39,3 millones de migrantes internacionales se concentraban en Estados Unidos y Canadá (el 19 por ciento del total mundial).
De acuerdo a datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), de las personas migrantes de entre 20 y 64 años, el 26 por ciento del total se encuentra en estos dos países, y procede en su gran mayoría de América Central y el Caribe.
En el continente americano, una alta proporción de las mujeres migrantes de América Latina busca llegar a Estados Unidos; y es este país el que cuenta con el mayor número de migrantes internacionales a la fecha.
Hoy en día más de 104,7 millones de mujeres son migrantes internacionales, 50,1 por ciento del total de migrantes.
Gobiernos y organismos internacionales han comenzado así a recabar estadísticas migratorias desagregadas por sexo.
Sin embargo, la obtención de cifras no es más que el primer paso para corregir la “invisibilidad” de la participación de la mujer en la migración, tanto en los países de origen como en los de destino y tránsito.
La proporción de mujeres dentro de los flujos totales ha ido creciendo en las últimas cinco décadas, al igual que su invisibilización.
Lo que ha cambiado ahora es la atención a la participación femenina y las motivaciones de ellas para migrar.
La realidad de las migrantes de América Central y el Caribe hacia Estados Unidos está marcada por la pobreza, la exclusión, la marginación y las violencias que sufren en sus países de origen, y que se perpetúan en el trayecto de migración.
Durante el tránsito hacia Estados Unidos, para muchas centroamericanas la condición de ser mujer, indocumentada, extranjera, sin recursos y tener ciertos rasgos étnicos se traduce en una posición desventajosa, vulnerable y altamente riesgosa, ya que son botín de guerra de los traficantes de personas e incluso de las autoridades.
“Vienen de donde ya no tienen nada que perder” enfatiza Evelyn, una migrante guatemalteca de 20 años.
Evelyn salió de la casa en la que vivía con sus 11 hermanos y hermanas en Chimaltenango, y luego de dos meses de travesía hacia Estados Unidos, a donde nunca llegó, fue retornada, a su lugar de origen, enferma y sin esperanzas.
Tomar la decisión de migrar para una mujer conlleva un proceso de decisiones que irá, sin duda, en contra de la opinión y deseos de su comunidad y sobre todo de los hombres de la misma, desde su padre hasta sus hermanos.
En América Central y el Caribe, las mujeres toman la decisión de migrar solas o con sus hijos e hijas, por razones económicas, sociales y políticas.
Toman esta decisión para buscar mejores condiciones de vida, escapar de situaciones de violencia de género, familiar y comunitaria, reunirse con su familia o encontrar un empleo que les permita sacar adelante económicamente a sus hijos o hijas.
En sus países de origen, son ellas las principales víctimas de la inseguridad, la corrupción y la delincuencia organizada; aspectos que minan definitivamente su calidad de vida.
El derecho a la movilidad humana, reconocido por Naciones Unidas y celebrado internacionalmente cada 18 de diciembre, no puede ser disfrutado por las mujeres, niñas y adolescentes debido a que, aquellas que no tienen otra alternativa que migrar por medio del tránsito irregular, se ven enfrentadas a situaciones de violencia, trata y tráfico de personas, secuestros, abusos sexuales y discriminación.
En la actualidad, se considera un privilegio poder vivir en condiciones dignas y de bienestar en el lugar en que se ha nacido.
En el éxodo, las mujeres, niñas y adolescentes representan el eslabón más vulnerable, y por supuesto el más atacado.
Migrar es una experiencia difícil y dramática en la que, entre otras cosas, se da uno de los hechos más tristes y desgarradores en la vida de una mujer madre: la separación de sus hijos e hijas.
Una de cada dos mujeres toma está decisión por miedo a perder la vida o a sufrir daños físicos y emocionales y dejar desprotegidos a sus hijos e hijas.
El capitalismo y los sistemas neoliberales crearon una categoría de personas necesarias para fortalecer y aumentar su riqueza: la de migrante ilegal.
Un término totalmente abominable y repudiable, ya que en un mundo en el que todas las personas son iguales y deben poder acceder a los derechos en igualdad de condiciones, nadie puede ser considerado ilegal.
El derecho a migrar en forma segura y no violenta es fundamental para las mujeres, ya que garantiza la posibilidad de decidir sin miedo y sin dolor.
Las organizaciones sindicales deben de ser vigilantes, solidarias y beligerantes frente a los derechos de las personas migrantes, y sobre todo las mujeres, que son quienes más padecen los actuales procesos migratorios.