Las mujeres hemos iniciado desde hace muchísimo tiempo una larga lucha, que hoy nos encuentra más unidas y sólidas que nunca.
Hemos dejado de susurrar la problemática que nos aqueja y hoy gritamos nuestra verdad, hoy es inocultable nuestra realidad.
En este siglo XXI, la desigualdad ha tomado ribetes intolerables, la violencia a la que nos encontramos sometidas en forma cotidiana y habitual hoy se expone de manera brutal exigiendo no solo
su visibilización, sino también el cese inmediato de una cultura machista y patriarcal que nos ubicó históricamente en un lugar que no buscamos ni merecemos.
Las manifestaciones de violencia a las que nos enfrentamos las mujeres son muy diversas y numerosas: el femicidio, la brecha salarial, la falta de representación en los distintos estamentos, la subestimación, la multiplicidad de tareas, la falta de oportunidades, la precarización laboral.
Más de mil millones de mujeres carecen de protección jurídica frente a la violencia sexual, el trabajo no remunerado continúa pasando desapercibido, y el acoso y la violencia laboral a la que nos vemos expuestas también.
Haber alcanzado leyes no garantiza su cumplimiento si no aseguramos un cambio radical que deje de denigrar y modificar el lugar que ocupa la mujer en esta sociedad.
Tenemos que erradicar los discursos que especulan con este –nuestro tiempo– disfrazados de esquemas políticamente correctos pero poco se comprometen con el espacio que debe nacer del propio colectivo de mujeres.
La igualdad de género y el empoderamiento de mujeres constituyen el mayor desafío de nuestra época, porque con ellos garantizamos cabalmente el respeto de los derechos humanos en el mundo.
Este 8 de marzo, las mujeres del mundo decimos ¡BASTA!