15
Enero
2016
La deuda, mucho más que un negocio especulativo
La banca siempre gana
Xavier Caño Tamayo
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Entre 2010 y 2015 en España se recortaron casi 19.000 millones de euros en sanidad y educación, obedeciendo a la Unión Europea y pagados por la ciudadanía con derechos insatisfechos y vulnerados.
Si crear deuda es negocio de la banca, mejor si es pública. Para la banca. El actual sistema de deuda es sospechoso y letal. En diez años, por ejemplo, América Latina pasó de una deuda pública de 440.000 millones de dólares a otra de 800.000 millones.
Según Naciones Unidas, América Latina pagó de 1982 a 1990 cuatro veces su deuda y, tras dieciséis años de pagar, su deuda triplicaba la de 1982.
Además, la constante rebaja de impuestos a los ricos aumentó de modo insoportable la deuda.
En Europa, desde el Tratado de Maastricht, se prohíbe a los bancos centrales prestar a los estados miembros.
Reducidos los ingresos estatales por rebajas fiscales a los ricos, los gobiernos piden préstamos a la banca privada, que los da a interés considerable.
Si esa deuda pública hubiera sido financiada por bancos centrales con los mismos tipos de interés con los que prestan generosamente a la banca privada, la deuda pública europea sería mínima.
En América Latina, la deuda ha sido poderosa palanca para forzarla a aplicar políticas neoliberales, despedir funcionarios, privatizar lo público, rebajar salarios…
Como denuncia Eric Toussaint, portavoz de la red internacional del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), “con complicidad de los gobiernos, Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI, el sector financiero, responsable innegable de la crisis, especula con las deudas de los estados y exige implacable su reembolso imponiendo una austeridad salvaje”.
El caso de Grecia es esclarecedor. Si te mueves, no sales en la foto.
Según Naciones Unidas, América Latina pagó de 1982 a 1990 cuatro veces su deuda y, tras dieciséis años de pagar, su deuda triplicaba la de 1982.
Además, la constante rebaja de impuestos a los ricos aumentó de modo insoportable la deuda.
En Europa, desde el Tratado de Maastricht, se prohíbe a los bancos centrales prestar a los estados miembros.
Reducidos los ingresos estatales por rebajas fiscales a los ricos, los gobiernos piden préstamos a la banca privada, que los da a interés considerable.
Si esa deuda pública hubiera sido financiada por bancos centrales con los mismos tipos de interés con los que prestan generosamente a la banca privada, la deuda pública europea sería mínima.
En América Latina, la deuda ha sido poderosa palanca para forzarla a aplicar políticas neoliberales, despedir funcionarios, privatizar lo público, rebajar salarios…
Como denuncia Eric Toussaint, portavoz de la red internacional del Comité para la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM), “con complicidad de los gobiernos, Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI, el sector financiero, responsable innegable de la crisis, especula con las deudas de los estados y exige implacable su reembolso imponiendo una austeridad salvaje”.
El caso de Grecia es esclarecedor. Si te mueves, no sales en la foto.
Endeudar para dominar
Un viejo truco
Como cuenta el historiador Eugene Rogan en Los árabes, hace casi ciento cincuenta años, Jair al-Din, dimitido presidente del Gran Consejo de Túnez por negarse a solicitar el primer préstamo de su país a un banco extranjero, denunciaba con amargura que, tras la concesión del préstamo, las exigencias de los acreedores llevaron al país la bancarrota.
“El gobierno entró en la ruinosa senda de pedir prestado para pagar préstamos, y en menos de siete años Túnez, que nunca debió nada, sufrió la abrumadora carga de millones de piastras de deuda”. Ocurrió lo mismo en Egipto y también al gobierno central del Imperio Otomano.
¿Qué hay tras la implacable dictadura de reducir el déficit e imponer recortes? Negocio seguro y fácil para la banca, por supuesto, más fraude y elusión fiscales. Y fiscalidades muy regresivas que son parte del negocio.
En plata, quienes tienen más y más atesoran pagan muy pocos impuestos. O no pagan. Si el Estado no llega, que se endeude.
El diario The New York Times denuncia que unos pocos estadounidenses muy ricos negocian en privado constantemente con el Servicio de Impuestos Internos federal para reducirlos.
Esa presión clandestina permanente ha creado de hecho un sistema fiscal privado, solo al alcance de unos miles. Curiosamente, quienes más aportan a campañas electorales.
Pero, por mucho que aporten, siempre es menos que los impuestos que deberían pagar.
Cuando Bill Clinton fue elegido presidente, los 400 ciudadanos más ricos de Estados Unidos pagaban un 27 por ciento de sus ingresos en impuestos federales. Pero en 2012 esa cantidad ya era menos del 17 por ciento.
Paul Krugman denuncia la injusticia y regresividad de la fiscalidad estadounidense, al recordar que en los años 1960, el 0,01 por ciento más rico pagaba un impuesto sobre la renta de más del 70.
La democracia no lo es sin impuestos progresivos, justos y suficientes, que incluyan gravámenes y tasas al capital y a la especulación financiera.
No puede haber libertad sin existencia material garantizada y, de no acabar con el atraco del déficit, la deuda pública y la austeridad ni redistribuir la riqueza con impuestos justos, progresivos y suficientes, no hay vida libre posible. Ni democracia.
Además, no pagar la deuda o pagar solo parte, que es lo exigible y justo, es práctica tan antigua como la humanidad. Las primeras anulaciones y reestructuraciones de deuda se hicieron en tiempos de Hammurabi. Hace tres mil años. Un ejemplo a seguir.
“El gobierno entró en la ruinosa senda de pedir prestado para pagar préstamos, y en menos de siete años Túnez, que nunca debió nada, sufrió la abrumadora carga de millones de piastras de deuda”. Ocurrió lo mismo en Egipto y también al gobierno central del Imperio Otomano.
¿Qué hay tras la implacable dictadura de reducir el déficit e imponer recortes? Negocio seguro y fácil para la banca, por supuesto, más fraude y elusión fiscales. Y fiscalidades muy regresivas que son parte del negocio.
En plata, quienes tienen más y más atesoran pagan muy pocos impuestos. O no pagan. Si el Estado no llega, que se endeude.
El diario The New York Times denuncia que unos pocos estadounidenses muy ricos negocian en privado constantemente con el Servicio de Impuestos Internos federal para reducirlos.
Esa presión clandestina permanente ha creado de hecho un sistema fiscal privado, solo al alcance de unos miles. Curiosamente, quienes más aportan a campañas electorales.
Pero, por mucho que aporten, siempre es menos que los impuestos que deberían pagar.
Cuando Bill Clinton fue elegido presidente, los 400 ciudadanos más ricos de Estados Unidos pagaban un 27 por ciento de sus ingresos en impuestos federales. Pero en 2012 esa cantidad ya era menos del 17 por ciento.
Paul Krugman denuncia la injusticia y regresividad de la fiscalidad estadounidense, al recordar que en los años 1960, el 0,01 por ciento más rico pagaba un impuesto sobre la renta de más del 70.
La democracia no lo es sin impuestos progresivos, justos y suficientes, que incluyan gravámenes y tasas al capital y a la especulación financiera.
No puede haber libertad sin existencia material garantizada y, de no acabar con el atraco del déficit, la deuda pública y la austeridad ni redistribuir la riqueza con impuestos justos, progresivos y suficientes, no hay vida libre posible. Ni democracia.
Además, no pagar la deuda o pagar solo parte, que es lo exigible y justo, es práctica tan antigua como la humanidad. Las primeras anulaciones y reestructuraciones de deuda se hicieron en tiempos de Hammurabi. Hace tres mil años. Un ejemplo a seguir.