23
Agosto
2017
Ser hombre en igualdad y libertad
Hacia nuevas masculinidades
Violeta Lacayo
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Imagen: revistasinrecreo
Cuando nacemos se nos asigna un sexo basado en las características biológicas establecidas: somos niño o niña. A medida que vamos creciendo y viviendo en sociedad vamos aprendiendo los roles, comportamientos y conductas existentes en el medio en el que crecemos, acordes a lo que para ese medio es política y socialmente correcto hacer para un hombre y para una mujer …
Los hombres aprenden a ser hombres, no nacen machistas, aprenden a reproducir el patriarcado a través del sexismo, la homofobia, el falocentrismo, la heteronormatividad; y lo importante y esperanzador es que esos aprendizajes se pueden desaprender, lo que implica necesariamente una lucha política.
Desde una perspectiva de género es posible desnaturalizar la condición de subordinación de las mujeres y la condición misma de los hombres, es decir, mediante lo que Judith Butler llama performatividad, lo cual refiere a que nosotros/as vamos innovando esta condición de género que pareciera ser dada pero que, al momento de hacer fuera de la norma, parece resignificar y reinterpretar lo que implica ser hombre y ser mujer.
Desde la perspectiva de género, el hábitus estaría conformado por una masculinidad hegemónica fundada en el machismo y en la superioridad de un género por sobre el otro.
Se enseña a los hombres desde niños a no mostrar emociones o signos de debilidad: a ocultar todo lo que lo acerque a lo femenino; los hombres deben demostrar ser hombres de manera constante y periódica y la masculinidad existe en oposición a lo femenino y es por eso que se construye en relación a las parejas, los amigos, los colegas.
Se comprende entonces la masculinidad como un sentido de significados que van cambiando y reinterpretándose, por lo que seguir hablando de hombres agresores y mujeres víctimas supone un discurso cómodo y políticamente correcto.
La masculinidad, en tanto construcción cultural, estaría referida más a una posición de poder respecto de otros/as, que a una condición biológica. De esta forma, y en opinión a ciertos teóricos/as feministas, la masculinidad podría ser ejercida también por mujeres.
El patriarcado, entendido como un proceso histórico y contingente, victimiza tanto a hombres como a mujeres. La imposición social de tener que parecer machos, duros, competitivos, falocéntricos, constituyen una forma de sumisión sistemática.
Privilegios del macho
Naturalización de la “superioridad”
Por otro lado, si bien el patriarcado oprime a los hombres, éstos conservan intactos los privilegios que les otorga: ser los primeros en sentarse a la mesa, comer el plato de comida más grande, ganar un mejor salario respecto a mujeres con igual tarea, pueden ejercer violencia, piropear a las mujeres en la calle y tocarlas en espacios públicos sin que nadie diga nada, porque todas estas conductas están naturalizadas y avaladas.
No se trata de construir un discurso bajo la lógica del empate entre hombres y mujeres, porque mientras los varones no suelten esos privilegios, la idea de que las mujeres son víctimas del patriarcado seguirá intacta.
Los resultados de la Encuesta Internacional de Masculinidades y Equidad de Género confirmaron que vivimos en un ordenamiento de género con profundas desigualdades y con aún persiste la existencia de roles estereotipados y segregadores para hombres y mujeres.
La encuesta arrojó que mientras más de la mitad de los hombres reportaron jugar con sus hijas/os en casa, apenas un tercio cambia pañales, prepara alimentos, baña a sus hijas/os, y apoyan en tareas escolares.
Mientras que un 63,7 por ciento de los hombres reportan que la mujer cuida diariamente (siempre o usualmente) a sus hijas o hijos, un 80 por ciento de las mujeres señala hacerlo.
Por otro lado, avanzando en lo que es la visión de un hombre diferente, realmente un hombre nuevo, una de las modificaciones en la identidad de género masculina es la existencia de una mayor capacidad para desplegar sentimientos y actitudes afectivas para con los/las demás sin que esto, dentro de ciertos umbrales, amenace los estereotipos de virilidad exigidos al varón por mandatos culturales de larga data.
Esta condición parece relacionarse directamente con la mejor capacidad hacia los hijos/as, en lo que hace a la comunicación, el apoyo y confianza, la receptividad y disposición.
Existe un intento de complementariedad, marcada por acuerdos emergentes tendientes a la resolución democrática; esta complementariedad se da con la salvedad de que los varones tienen la potestad para decidir qué tipo de actividad realizarán, mientras que son las mujeres las que asumen las tareas domésticas más incómodas pero relevantes del hogar…todavía aún hoy, no se encuentran hombres que limpien baños…
Por otro lado, si bien se encuentra ampliamente aceptado que los hombres, durante las últimas décadas, han desarrollado un relevante proceso de integración a las actividades reconocidas patriarcalmente como femeninas, aún conservan intactos los privilegios que históricamente han ostentado.
No debemos olvidar que el patriarcado no opera solo, sino que se trata de un proceso que se constituye de manera conjunta y simultánea con otros dispositivos de dominio.
Está siempre actualizándose y produciendo nuevas formas de expresarse. Por eso resulta de suma relevancia para los hombres y las mujeres, feministas o no, poder identificar los nuevos modos en que el patriarcado se hace espacio en todo orden de cosas.
Sin perder de vista que el patriarcado se entronca con un sistema de dominio que tiene como base la economía capitalista, el racismo y el adultocentrismo; el patriarcado y el machismo se filtran en los lugares más inusitados y adquieren formas no tradicionales de manifestarse.
No se trata de construir un discurso bajo la lógica del empate entre hombres y mujeres, porque mientras los varones no suelten esos privilegios, la idea de que las mujeres son víctimas del patriarcado seguirá intacta.
Los resultados de la Encuesta Internacional de Masculinidades y Equidad de Género confirmaron que vivimos en un ordenamiento de género con profundas desigualdades y con aún persiste la existencia de roles estereotipados y segregadores para hombres y mujeres.
La encuesta arrojó que mientras más de la mitad de los hombres reportaron jugar con sus hijas/os en casa, apenas un tercio cambia pañales, prepara alimentos, baña a sus hijas/os, y apoyan en tareas escolares.
Mientras que un 63,7 por ciento de los hombres reportan que la mujer cuida diariamente (siempre o usualmente) a sus hijas o hijos, un 80 por ciento de las mujeres señala hacerlo.
Por otro lado, avanzando en lo que es la visión de un hombre diferente, realmente un hombre nuevo, una de las modificaciones en la identidad de género masculina es la existencia de una mayor capacidad para desplegar sentimientos y actitudes afectivas para con los/las demás sin que esto, dentro de ciertos umbrales, amenace los estereotipos de virilidad exigidos al varón por mandatos culturales de larga data.
Esta condición parece relacionarse directamente con la mejor capacidad hacia los hijos/as, en lo que hace a la comunicación, el apoyo y confianza, la receptividad y disposición.
Existe un intento de complementariedad, marcada por acuerdos emergentes tendientes a la resolución democrática; esta complementariedad se da con la salvedad de que los varones tienen la potestad para decidir qué tipo de actividad realizarán, mientras que son las mujeres las que asumen las tareas domésticas más incómodas pero relevantes del hogar…todavía aún hoy, no se encuentran hombres que limpien baños…
Por otro lado, si bien se encuentra ampliamente aceptado que los hombres, durante las últimas décadas, han desarrollado un relevante proceso de integración a las actividades reconocidas patriarcalmente como femeninas, aún conservan intactos los privilegios que históricamente han ostentado.
No debemos olvidar que el patriarcado no opera solo, sino que se trata de un proceso que se constituye de manera conjunta y simultánea con otros dispositivos de dominio.
Está siempre actualizándose y produciendo nuevas formas de expresarse. Por eso resulta de suma relevancia para los hombres y las mujeres, feministas o no, poder identificar los nuevos modos en que el patriarcado se hace espacio en todo orden de cosas.
Sin perder de vista que el patriarcado se entronca con un sistema de dominio que tiene como base la economía capitalista, el racismo y el adultocentrismo; el patriarcado y el machismo se filtran en los lugares más inusitados y adquieren formas no tradicionales de manifestarse.
Coeducar para transformar a hombres y mujeres
La igualdad no se aprende sola
Resulta fundamental revisar permanentemente nuestras conductas.
Se puede ser hombre, colaborativo, solidario, tierno y no hay que desarrollar el lado femenino de la masculinidad sino que hay que desarrollar ese aspecto de la masculinidad que ancestralmente parece que tuvimos los seres humanos y que por esta revolución del patriarcado se instaló como una negación para los varones.
Para lograr cambios sustantivos y reales, pensando en hombres nuevos y mujeres nuevas, se debe de pensar en la Coeducación, el método de intervención educativo que va más allá de la educación mixta y cuyas bases se asientan en el reconocimiento de las potencialidades de niñas y niños, independientemente de su sexo.
Coeducar significa por tanto educar desde la igualdad de valores de las personas.
Es necesario educar a esas “nuevas mujeres” que rompan con la falsa conciencia de identificarse con los ideales de la sociedad patriarcal a partir del empoderamiento personal y comunitario y fomentar esas “nuevas masculinidades” que creen redes desde el espacio privado hasta el espacio público, esenciales para la creación de una nueva sociedad democrática e igualitaria.
La educación social juega un papel imprescindible en este proceso de construcción y visibilización. Los feminismos, las nuevas masculinidades y la coeducación son prácticas emancipatorias hacia la igualdad.
Siempre que pensemos en nuevas masculinidades, debemos recordar que la igualdad no se aprende sola, y es uno de los componentes del horizonte hacia el que nos debemos dirigir para la construcción de un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres, como dijo y nos enseñó nuestra querida Rosa Luxemburgo.
Se puede ser hombre, colaborativo, solidario, tierno y no hay que desarrollar el lado femenino de la masculinidad sino que hay que desarrollar ese aspecto de la masculinidad que ancestralmente parece que tuvimos los seres humanos y que por esta revolución del patriarcado se instaló como una negación para los varones.
Para lograr cambios sustantivos y reales, pensando en hombres nuevos y mujeres nuevas, se debe de pensar en la Coeducación, el método de intervención educativo que va más allá de la educación mixta y cuyas bases se asientan en el reconocimiento de las potencialidades de niñas y niños, independientemente de su sexo.
Coeducar significa por tanto educar desde la igualdad de valores de las personas.
Es necesario educar a esas “nuevas mujeres” que rompan con la falsa conciencia de identificarse con los ideales de la sociedad patriarcal a partir del empoderamiento personal y comunitario y fomentar esas “nuevas masculinidades” que creen redes desde el espacio privado hasta el espacio público, esenciales para la creación de una nueva sociedad democrática e igualitaria.
La educación social juega un papel imprescindible en este proceso de construcción y visibilización. Los feminismos, las nuevas masculinidades y la coeducación son prácticas emancipatorias hacia la igualdad.
Siempre que pensemos en nuevas masculinidades, debemos recordar que la igualdad no se aprende sola, y es uno de los componentes del horizonte hacia el que nos debemos dirigir para la construcción de un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres, como dijo y nos enseñó nuestra querida Rosa Luxemburgo.