06
Diciembre
2016
XV Conferencia de la Rel-UITA
Intervención de Enrique Terny
Intervención de Enrique Terny
Globalizar la lucha de los trabajadores
Rel-UITA
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Enrique Terny
El sistema capitalista ha sido capaz de reciclarse, hacer recaer sobre los trabajadores el peso de su propia crisis y debilitar la capacidad de éstos de organizarse de manera autónoma. Hoy, el movimiento obrero internacional está en tiempos de resistencia y de reestructuración para poder retomar la ofensiva, dijo Terny, secretario general del Sindicato Argentino de Trabajadores de la Industria Fideera (SATIF), la primera organización en afiliarse a la UITA en Argentina.
Voy a traer a colación unas antiguas palabras de Enildo Iglesias, exsecretario regional de la UITA: “estamos peor que antes”.
Esta es una buena ocasión para recordar que la historia se mueve con flujos y reflujos y todo parece indicar que América Latina está ingresando en un período de francio retroceso en materia de derechos sociales.
Algunos de nosotros fuimos ingenuos cuando pensamos que la crisis de 2008 iba a obligar al sistema capitalista a replantearse sus principios.
Lejos de ello, ha tenido la enorme habilidad de hacer recaer las consecuencias de su propia crisis sobre las espaldas de los trabajadores y las trabajadoras y de los sectores más vulnerables de la sociedad.
Es evidente que para una minoría privilegiada el sistema capitalista ha sido exitoso. Hay estudios que demuestran que este año el uno por ciento de los individuos más ricos del planeta, tendrán una fortuna mayor a toda la riqueza junta del resto.
Lo más llamativo es que la crisis del sistema no sólo no afecta a los más poderosos sino que les permite aumentar su fortuna.
En 2009, ese uno por ciento de súper millonarios acumulaba riquezas equivalentes al 44 por ciento del PBI global; en 2014, habían alcanzado el 48 por ciento, y en un par de años superarán el 50.
Así lo dice un informe de Oxfam de lucha contra la pobreza. Otro, del Foro Económico Mundial de Davos, de 2015, afirma que tras la crisis de 2008 la brecha entre ricos y pobres se ha seguido agrandando y que los ricos utilizan cada vez más sus fortunas para lograr que las políticas públicas se adapten a sus intereses.
Sin embargo, si aceptamos que la pretensión de todo sistema económico y social es construir un ordenamiento social y económico justo y solidario la única conclusión posible es que el capitalismo ha fracasado.
La prueba son los más de mil millones de personas en el mundo que sufren hambre y desnutrición y que el 40 por ciento de la humanidad sobrevive con menos de dos dólares diarios.
El capitalismo ha fracasado, además, porque en nombre del desarrollo y el progreso económicos está llevando al planeta a un desastre ecológico.
Lo que estamos viviendo, en resumen, no es una crisis cíclica sino una crisis civilizatoria.
Esta es una buena ocasión para recordar que la historia se mueve con flujos y reflujos y todo parece indicar que América Latina está ingresando en un período de francio retroceso en materia de derechos sociales.
Algunos de nosotros fuimos ingenuos cuando pensamos que la crisis de 2008 iba a obligar al sistema capitalista a replantearse sus principios.
Lejos de ello, ha tenido la enorme habilidad de hacer recaer las consecuencias de su propia crisis sobre las espaldas de los trabajadores y las trabajadoras y de los sectores más vulnerables de la sociedad.
Es evidente que para una minoría privilegiada el sistema capitalista ha sido exitoso. Hay estudios que demuestran que este año el uno por ciento de los individuos más ricos del planeta, tendrán una fortuna mayor a toda la riqueza junta del resto.
Lo más llamativo es que la crisis del sistema no sólo no afecta a los más poderosos sino que les permite aumentar su fortuna.
En 2009, ese uno por ciento de súper millonarios acumulaba riquezas equivalentes al 44 por ciento del PBI global; en 2014, habían alcanzado el 48 por ciento, y en un par de años superarán el 50.
Así lo dice un informe de Oxfam de lucha contra la pobreza. Otro, del Foro Económico Mundial de Davos, de 2015, afirma que tras la crisis de 2008 la brecha entre ricos y pobres se ha seguido agrandando y que los ricos utilizan cada vez más sus fortunas para lograr que las políticas públicas se adapten a sus intereses.
Sin embargo, si aceptamos que la pretensión de todo sistema económico y social es construir un ordenamiento social y económico justo y solidario la única conclusión posible es que el capitalismo ha fracasado.
La prueba son los más de mil millones de personas en el mundo que sufren hambre y desnutrición y que el 40 por ciento de la humanidad sobrevive con menos de dos dólares diarios.
El capitalismo ha fracasado, además, porque en nombre del desarrollo y el progreso económicos está llevando al planeta a un desastre ecológico.
Lo que estamos viviendo, en resumen, no es una crisis cíclica sino una crisis civilizatoria.
Diagnosticar bien para luchar mejor
Una coyuntura de resistencia
¿Qué pasa en América Latina? La primera parte del siglo XXI encontró a la región con varios gobiernos que podían ser calificados de progresistas, con sus marchas y contramarchas.
Hay que saber si se avanzó todo lo que se podía avanzar o si hemos perdido una oportunidad histórica que costará repetir, pero no parece discutible que en la actual coyuntura los trabajadores y trabajadoras latinoamericanas enfrentan una nueva ofensiva contar sus derechos y conquistas.
Para nosotros es un tiempo de defensa de esos derechos. Y para ello hay que dar un debate crudo y realista sobre la realidad de la clase trabajadora y el movimiento sindical.
Un buen diagnóstico es la condición para el tratamiento adecuado de cualquier enfermedad, y ese tratamiento sólo se puede hacer si existe un conocimiento integral del paciente.
Debemos acordar, por ejemplo, que se vive una época de debilidad del sindicalismo, que como todo fenómeno social es multicausal.
Deberemos interrogarnos sobre cómo se hace para reforzar nuestra capacidad de presión, lucha y de negociación; cómo enfrentamos el desafío de reconstruir las nociones de identidad y solidaridad de los trabajadores en sociedades en las que el trabajo se diferencia y se crean formas culturales absolutamente novedosas, y cómo se logra que los trabajadores y trabajadoras recuperen su memoria histórica.
No debería haber discusión respecto a la afirmación de que frente a la globalización capitalista hay que globalizar la lucha de los trabajadores y las trabajadoras.
El internacionalismo que pregonaba el movimiento obrero en sus albores es en la actualidad una dramática necesidad.
Como formo parte del movimiento obrero argentino, tengo que referirme a lo que sucede en mi país.
No cabe duda que en nuestros gobernantes están profundamente arraigados los principios y valores del neoliberalismo.
Hay que saber si se avanzó todo lo que se podía avanzar o si hemos perdido una oportunidad histórica que costará repetir, pero no parece discutible que en la actual coyuntura los trabajadores y trabajadoras latinoamericanas enfrentan una nueva ofensiva contar sus derechos y conquistas.
Para nosotros es un tiempo de defensa de esos derechos. Y para ello hay que dar un debate crudo y realista sobre la realidad de la clase trabajadora y el movimiento sindical.
Un buen diagnóstico es la condición para el tratamiento adecuado de cualquier enfermedad, y ese tratamiento sólo se puede hacer si existe un conocimiento integral del paciente.
Debemos acordar, por ejemplo, que se vive una época de debilidad del sindicalismo, que como todo fenómeno social es multicausal.
Deberemos interrogarnos sobre cómo se hace para reforzar nuestra capacidad de presión, lucha y de negociación; cómo enfrentamos el desafío de reconstruir las nociones de identidad y solidaridad de los trabajadores en sociedades en las que el trabajo se diferencia y se crean formas culturales absolutamente novedosas, y cómo se logra que los trabajadores y trabajadoras recuperen su memoria histórica.
No debería haber discusión respecto a la afirmación de que frente a la globalización capitalista hay que globalizar la lucha de los trabajadores y las trabajadoras.
El internacionalismo que pregonaba el movimiento obrero en sus albores es en la actualidad una dramática necesidad.
Como formo parte del movimiento obrero argentino, tengo que referirme a lo que sucede en mi país.
No cabe duda que en nuestros gobernantes están profundamente arraigados los principios y valores del neoliberalismo.
A medida de los empresarios
Para los trabajadores, migajas
Su primera premisa es la que sostiene que el modelo de relaciones laborales debe ajustarse al proyecto económico. Dicho de otra forma: que los derechos de los trabajadores y trabajadoras deben estar condicionados por la economía, subordinados a ella.
La segunda premisa con la que se mueven, derivada de la primera, es que son los derechos de los trabajadores, la “rigidez” del sistema de relaciones laborales, los que causan la pérdida de competitividad de nuestra economía y el propio desempleo.
Hoy, para nuestros gobernantes, el eje pasa por mejorar la rentabilidad y la competitividad de los empresarios, amenazadas por un supuesto ausentismo patológico que pondría palos en la rueda del desarrollo nacional, como dijo el presidente Mauricio Macri.
No es casual que el gobierno haya blanqueado que la desocupación real es cercana a los dos dígitos, y que hay graves problemas en el mercado laboral con los trabajadores y las trabajadoras en negro y los precarizados.
Está en el manual que el próximo paso será proponer medidas para flexibilizar el ingreso de nuevos trabajadores y “modernizar” las relaciones laborales, léase contratos basura.
Tampoco son originales al proponer ampliar el período de prueba y el banco de horas suplementarias, la polivalencia funcional y jornadas de trabajo, flexibles y condicionadas a las necesidades de las empresas, algo similar a lo que hemos vivido en otras épocas.
Los dirigentes sindicales argentinos hemos podido negociar y acordar con el gobierno mejoras para nuestros sindicatos, pero difícilmente podamos consensuar con este gobierno mejoras reales.
La segunda premisa con la que se mueven, derivada de la primera, es que son los derechos de los trabajadores, la “rigidez” del sistema de relaciones laborales, los que causan la pérdida de competitividad de nuestra economía y el propio desempleo.
Hoy, para nuestros gobernantes, el eje pasa por mejorar la rentabilidad y la competitividad de los empresarios, amenazadas por un supuesto ausentismo patológico que pondría palos en la rueda del desarrollo nacional, como dijo el presidente Mauricio Macri.
No es casual que el gobierno haya blanqueado que la desocupación real es cercana a los dos dígitos, y que hay graves problemas en el mercado laboral con los trabajadores y las trabajadoras en negro y los precarizados.
Está en el manual que el próximo paso será proponer medidas para flexibilizar el ingreso de nuevos trabajadores y “modernizar” las relaciones laborales, léase contratos basura.
Tampoco son originales al proponer ampliar el período de prueba y el banco de horas suplementarias, la polivalencia funcional y jornadas de trabajo, flexibles y condicionadas a las necesidades de las empresas, algo similar a lo que hemos vivido en otras épocas.
Los dirigentes sindicales argentinos hemos podido negociar y acordar con el gobierno mejoras para nuestros sindicatos, pero difícilmente podamos consensuar con este gobierno mejoras reales.
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Fotos:Nelson Godoy