“Mi hijo me dice que este trabajo me matará”
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-¿Cuánto tiempo hace que trabajas en el frigorífico de JBS-Forquilinha?
-Trabajo allí desde hace once años, de los cuales llevo siete sindicalizada.
-¿Siempre hiciste la misma tarea?
-Trabajé cinco años con cuchillo desosando muslos. Ahora estoy en Balanza.
-¿Esos años te dejaron con LER?
-Sí, tengo lesiones en el hombro, bursitis y tendinitis crónica desde hace seis años, y epicondilitis (ndr: codo de tenista) en ambos codos desde hace tres años.
-¿Sientes dolor?
-Mucho dolor. Ya sea trabajando o no, siento dolor permanente. Me inyectan Beta30, que es más fuerte que un analgésico. El límite máximo son tres inyecciones por año. También tomo antiinflamatorios y a veces me hacen fisioterapia.
-¿Con qué frecuencia tomas los antiinflamatorios?
-Todos los días.
-¿Por cuánto tiempo?
-La médica laboral de JBS me dijo que la epicondilitis no tiene cura. Tendré que tomarlos siempre.
-¿Tienes limitaciones para hacer las tareas en tu casa?
-Sí, por ejemplo, evito torcer ropa, no puedo barrer ni hacer una limpieza a fondo de la casa, muchos días no consigo peinarme el cabello y atarlo, y es mi hija quien me peina.
No consigo levantar los brazos, y si los dejo un ratito nomás para atrás, luego tengo muchas dificultades para regresarlos a su posición normal.
-¿La Previsión Social no considera todo eso como una enfermedad laboral?
-Aquí hay muchos médicos que no lo reconocen como tal, principalmente la médica de la empresa, quien nos dice que nos duelen los brazos porque andamos en bicicleta o en moto, porque hacemos mucho esfuerzo en casa, cargamos a nuestros hijos, etc.
-¿Conoces otras mujeres que padecen esto mismo?
-Hay muchas que tienen estas mismas lesiones, y varias que están en licencia por enfermedad. Una de ellas, por ejemplo, perdió un brazo y otra perdió su mano.
Muchas de las que quedaron afectadas se fueron de la empresa. Ahora la gran mayoría son nuevas trabajadoras, y las más antiguas todas trabajamos con dolor.
-¿Cuándo comenzó tu dolor?
-A los tres años de trabajo. No había máquina para deshuesar y tenía que quitar la piel de la pechuga, deshuesarla y cortarla al medio. Todo eso a una gran velocidad.
Ahora trabajo en la Balanza, pero allí hago más movimientos y más rápido. Por suerte la NR36 creó estas pausas que nos permiten descansar unos minutos, salir al aire fresco, reponer energías.
Si no fuera por esto, creo que ya no quedaba nadie dentro del frigorífico.
-¿Por qué permaneces allí?
-Porque tengo una familia que sustentar, un hogar. En mi caso tengo que ser padre y madre, y cambiar el trabajo sería muy complicado.
Tengo un hijo de 15 años y una pequeña de seis años. Mi hijo no quiere que siga trabajando allí, me dice que este trabajo terminará matándome. Es que me quejo mucho de dolor en casa y ellos se dan cuenta de lo que me pasa.
-Se percibe que el SINTIACR trabaja mucho dentro de la fábrica…
-Nuestro Sindicato está muy presente en la vida de los trabajadores en la fábrica. Ellos no tienen temor de aproximarse a los sindicalistas y éstos de presentarse ante los jefes.
Si tenemos que levantar la voz, lo hacemos, y si hay que salir a la lucha también. Es bonito ver la unión que tenemos dentro de la planta.
-¿De dónde viene esa fuerza que tiene el Sindicato?
-Creo que es cada uno que la pone, porque para hacer esto hay que tener amor por la tarea. También nos mueve ver a las compañeras y compañeros sufriendo. Sentimos la responsabilidad de luchar para mejorar la situación.
En Forquilinha, Gerardo Iglesias
Fotos: Lucía Iglesias