01
Diciembre
2015
España | HRCT | CAMARERAS

El capitalismo turístico canalla

Rafael Borràs Ensenyat | Sinpermiso.info
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Coordinador de programas de la Fundación Gadeso, Rafael Borràs Ensenyat fue secretario general de la Federación de Comercio, Hostelería y Turismo de Comisiones Obreras  y miembro de la Comisión Ejecutiva de la central sindical en esa región española. En este informe publicado por la revista digital Sin Permiso, Borràs Ensenyat reseña el libro de Ernest Cañada “Las que limpian los hoteles” y aprovecha para hacer una radiografía sobre el sector turístico en España, paradigma del neoliberalismo, según afirma.
Las multinacionales y las grandes y medianas empresas de la industria turística son especialmente canallas: despreciables, malvadas, ruines y de malos procederes. Entre estos procederes malvados está la hipocresía propia del capitalismo que, en el caso turístico, es superlativa.

El Código ético mundial para el turismo es, en la práctica, pura retórica, y, debajo de su aparente amabilidad generadora de empleo y oportunidades para las comunidades locales, se esconden grandes inversiones de origen más que sospechoso y unas geografías de capitalismo propio de la “financiarización” nada amables.

Su imagen de “industria sin chimeneas” oculta el grandísimo impacto medioambiental del viaje en sí mismo -sobre todo en trasporte aéreo-, la huella ecológica que provoca sobre las distintas zonas turísticas masificadas del planeta, y la reiterada practica de bordear, cuando no incumplir descaradamente, la legalidad medioambiental.

Y, con la excusa de ser un sector económico de fuerte componente estacional en la demanda y en la oferta, de mano de obra poco cualificada, y, de paso, donde ha sido inexistente un factor trabajo con organización “fordista”, se justifica que la normalidad laboral del sector sea la temporalidad.

Pero la realidad es que, detrás del, pongamos por caso, glamour del turismo de lujo, de la masividad del turismo para lo que queda del “proletariado  industrial” y de las proletarizadas “clases medias” y “medias-bajas”, del turismo cultural o de naturaleza, e, incluso, del de discoteca, borrachera o sexual… se esconde una realidad laboral muy canalla.

Los hombres, pero sobre todo las mujeres, que trabajan o han trabajado en la industria hotelera pueden afirmar con conocimiento de causa que “a la mayoría no nos azotan en nuestros centros de trabajo. No hace falta. La jornada laboral se infiltra en nuestras almas”.

Muchos trabajadores y, fundamentalmente, las trabajadoras que limpian los hoteles, suscribirían como propia la vivencia de que “cada día, cuando accedemos a nuestro puesto de trabajo, renunciamos a nuestra soberanía como ciudadanos para someternos al dictado de normas despóticas y arbitrarias”.

“En las empresas aceptamos una subordinación que en cualquier otro lugar, incluida nuestra vida familiar, nos resultaría repugnante”, prosigue el testimonio.

Pero hay resistencias e, incluso, algunas victorias.

A pesar de todo
Victorias de la resistencia
Es cierto que el movimiento sindical internacional y local no protagoniza una de sus mejores etapas. Tan cierto como que no estamos, ni mucho menos, en presencia del fin de la historia del sindicalismo obrero.

La campaña “Make up mywork-place” (Arreglen mi puesto de trabajo), que desde hace algunos meses impulsa la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación, Agrícolas, de Hoteles, Restaurantes, Tabaco y Afines (UITA), es un buen ejemplo de esta vitalidad del movimiento sindical.

La situación laboral-turística española, por la importancia del sector, no podía faltar en esta campaña internacional que pretende visibilizar y dignificar el trabajo de las camareras de pisos de los hoteles.

Pues bien, como un elemento de apoyo a dicha campaña acaba de publicarse un libro titulado "Las que limpian los hoteles. Historias ocultas de precariedad laboral" que, siendo una iniciativa de Alba Sud y UITA, ha contado con la colaboración de CCOO y UGT y de la editorial Icaria.

El libro de Ernest Cañada tiene, al menos, dos grandes aciertos.

Por una parte, la capacidad de sintetizar una explicación rigurosa de una apuesta empresarial que sólo piensa en cómo maximizar beneficios, aunque sea a expensas de la máxima precarización de la ocupación.

Una precarización que el autor define como “un aumento de las condiciones de explotación y vulnerabilidad que sufren las clases trabajadoras”, y añade que “las camareras de pisos son uno de los colectivos laborales que más se ajusta a este patrón”.

Esta precariedad laboral provoca, incluso, un fuerte deterioro de las condiciones de salud física y psíquica de las trabajadoras, hasta el punto que casi es imposible que aguanten trabajando, con los ritmos y cargas de trabajo exigidas, hasta la edad normal de jubilación.

El factor trabajo
Entre el desprecio y el olvido
La precariedad laboral es, también, la negación de los derechos democráticos en los puestos de trabajo, una realidad que Cañada define con precisión: “La dificultad de las trabajadoras de organizarse libremente, sin temor a las represalias empresariales, supone un estado de coerción que niega las bases del que puede considerarse un trabajo decente, tal como lo establece la Organización Internacional del Trabajo (OIT)”.

Por otra parte, y en mi opinión, lo más importante del libro es la reivindicación de la centralidad del factor trabajo en la política turística.

Cañada pone un ejemplo ilustrativo al escribir que “las reformas que se hacen en las habitaciones normalmente no han sido pensadas para favorecer el trabajo de quien las limpia”.

Yo añadiría que en algunos lugares turísticos de España habrá hoteles, de nueva construcción o reformados, que hayan introducido alguna modernidad, como, por ejemplo, sistemas de ahorro energético o de agua, pero dudo que la “modernización de la planta hotelera” haya significado la implantación de mejoras tecnológicas y ergonómicas para facilitar el trabajo a las camareras de pisos.

Ernest Cañada tiene, pues, mucha razón cuando escribe: la cuestión del trabajo no ocupa ni de lejos la centralidad en la discusión política sobre el turismo”.

La palabra obrera
El valor del testimonio
No obstante el grueso del libro -y lo que lo hace imprescindible- son las entrevistas a 26 camareras que trabajan en hoteles de significativas zonas turísticas españolas (Playa de Palma en Mallorca; Lloret de Mar, Barcelona y Cambrils en Catalunya; Madrid; Cádiz y Málaga en Andalucía; La Coruña, en Galicia; Cáceres, en Extremadura; y Valencia).

Las palabras de estas mujeres son un grito coral de dignidad que hace visible el trabajo oculto en los hoteles. Permitidme que trascriba algunas de ellas, elegidas al azar:

“Entramos a las 7 de la mañana y lo primero que hacemos son las zonas nobles y luego nos suben arriba. Entonces tenemos 4 o 5 horas para hacer 20 habitaciones, con todas las tonterías que tiene una habitación de 4 estrellas. (…) Y cada día tenemos 4 o 5 salidas, y esto o hay quien lo aguante”.

“Es que todas llevamos medicamentos. Yo el espidifré para el dolor y otras pastillas para la ansiedad. Por la mañana me levanto y me tomo las pastillitas. Es que el cuerpo te duele, Llega un momento que del movimiento constante te duele todo: brazos, hombros,… Entonces te tomas las pastillas y así es como aguantas”.

“Siempre hemos tenido mucho trabajo, pero con la crisis esta situación se ha agudizado. Cuando empecé, hace 19 años, teníamos muchísimo trabajo, pero éramos una gran familia y el trabajo se podía llevar, nos ayudábamos entre compañeras. Ahora ha crecido el número de eventuales y hacen lo que les dicen”.

“Yo estoy con tratamiento médico. Tomo opiáceos para poder aguantar”.

“A mí me han robado la salud, y como a mí a todas mis compañeras”.
“De cobrar sobre los mil euros pasamos a ganar 720, haciendo el mismo trabajo”.

“No sabes cuándo vas a trabajar hasta un día antes, tienes que estar siempre disponible”.

“El primer año que entré estuve contratada por el hotel, pero al año siguiente externalizaron el departamento de pisos, que es el único que tienen externalizado, el resto del hotel es del hotel…”.

“Pues hasta hace poco realmente no hemos sabido qué productos estábamos utilizando. Los botes no llevaban el etiquetado, ni nada…”

El libro incluye algunos testimonios de apoyo a las entrevistadas.

Me interesa especialmente hacer referencia a las palabras de un médico con largos años de trabajo en el centro de salud de una localidad mallorquina muy turística quien, entre otras muchas cosas, afirma: “Aún no he visto a ninguna camarera de pisos llegar a jubilarse a los 65 años”.

Y agrega: “El tratamiento de estas pacientes es muy difícil porque además del sufrimiento puramente físico y orgánico hay un sufrimiento psicológico. ¿Por qué? Por el estrés…”.

Sobre la automedicación tan generalizada entre el colectivo de camareras de piso dice: “Tomar durante veinte años seguidos ibuprofeno cada mañana para poder ir a trabajar, para aguantar, y luego un alprazolan -el famoso Trankimazin- porque les pega la ansiedad al mediodía, y por la noche algo para poder dormir, porque van estresadas, es un problema serio…”  

“Y en mujeres como estas, que lo toman durante meses o años, como en todas las adicciones, necesitas cada vez mayores dosis. Cuando intentas quitárselos cuesta mucho trabajo…”.

Reformas en el sector turístico español
Hipócritas e indecentes
En el discurso turístico neoliberal dominante en España es muy frecuente plantear como una cuestión de vida o muerte las reformas integrales de las zonas envejecidas, y la ordenación y control de la turistización de las ciudades.

Dicho debate me parece bien, pero no deja de ser una indecencia colosal que de él se excluya el cómo se garantizan unas condiciones de trabajo dignas, con cero explotación laboral y con unos salarios realmente distributivos de la riqueza genera.

En estos términos está planteada, en mi opinión, hoy la lucha de clases en la industria turística.

En los hoteles del mundo entero sigue siendo muy cierto aquello que hace ya más de 150 años escribió Karl Marx: “En la relación establecida entre el obrero y el capitalista, el obrero cede en un tiempo determinado su capacidad de trabajo y la cede en el sentido más riguroso de la palabra. Es decir que durante un tiempo determinado su subjetividad, su trabajo ya no le pertenecen. El capitalista se comporta frente a la fuerza de trabajo como el comprador se comporta con relación a cualquier mercancía adquirida, o sea, dispone de una manera absoluta de su valor de uso”.

Gracias Ernest Cañada y gracias Alba Sud por el trabajo que realizáis y por haber dado voz a las que en la política turística casi nunca la tienen; por haber dado a conocer estas historias de vida de las que en los hoteles no disfrutan de las vacaciones sino que sufren las precariedades laborales y vitales de este capitalismo canalla del siglo XXI.

Y gracias sobre todo a “las que limpian los hoteles” por vuestra dignidad y valentía al enseñar esta cara oculta y amarga del bucólico nihilismo turístico.

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Fotos: Gerardo Iglesias