Carlos Amorín
17 | 9 | 2024
Imagen: Allan McDonald – Rel UITA
No conocí personalmente a Juan López, el activista ambiental y social asesinado el pasado sábado 14 en el Bajo Aguán, Honduras, a los 46 años. Me hubiese gustado mucho haberlo conocido, compartir sus luchas, escuchar sus análisis y argumentos, sus valientes e incesantes denuncias. Aunque en ese caso, seguramente, la tristeza sería aún más dolorosa, cargada de recuerdos, de risas compartidas, de vida y abrazos en el camino.
Querido Juan, tu ausencia se suma hoy a la de otras y otros compañeros aguerridos, inteligentes, sensibles ante el sufrimiento del prójimo, el vecino, el pueblo. A mis 70 años y más de medio siglo de actividad en el campo popular, aún no me acostumbro a la masacre que ocurre en nuestra querida América Latina. Me duele cada ausencia, cada ejecución programada, una vez, y otra, y otra vez… como hoy la tuya.
Y me pregunto por qué, por qué nos asesinan con esa constancia invariable. Me hubiese gustado hacerme esta interrogante junto contigo, con Berta, con Chico Mendes, Dorothy Stang y otros y otras tantas. Pero no es posible. Y entonces empiezo a encontrar respuestas. Impedir esos encuentros, esas alianzas, ese crecimiento del campo popular es claramente un objetivo de los intereses corporativos y sus cómplices locales. Según Global Witness, de los 196 activistas sociales y ambientales asesinados en 2023 en todo el mundo, 166 lo fueron en América Latina.
Juan, Berta, Dorothy, Chico… dicen que nos matan porque luchamos, porque podremos vivir en la pobreza, en la precariedad, en la incertidumbre, incluso en el miedo, pero no sin dignidad. Me pregunto cómo serían hoy nuestros países, nuestra región, si todas y todos aquellos que cayeron hubiesen podido continuar cambiando la realidad con su lucha. Quienes sí lo saben, y lo temen, son los asesinos, los que desde hace siglos mandan matar a nuestros líderes y lideresas, los mismos de siempre, los que mandan…
Las luchas tienen líderes, pero ellos son emergentes de sus pueblos, han abrazado un compromiso profundo que los mueve más allá de sus propios intereses, de su salud y hasta de su vida. Querido Juan, hoy te honramos con el corazón estrujado, amuchados en un racimo cálido y solidario. Llevaremos adelante tu legado y tu memoria, y tus hijas, al crecer, sabrán por nosotros que fuiste un hombre franco, valiente, lúcido, cuyo ejemplo, una vez que hayan secado nuestras lágrimas, será portado en lo más alto de nuestro grito de resistencia.
¡Hasta la victoria siempre, compañero Juan!