Se pasaron diez años desde que el presidente Manuel Zelaya fuera destituido por las fuerzas armadas que en la madrugada del 28 de junio asaltaran su casa a balazos, lo sacaran en pijama y, luego de una parada en la base militar estadounidense de Palmerola, lo deportaran a Costa Rica.
Pese a tanta represión, el pueblo hondureño tuvo la firmeza y la obstinación de seguir luchando contra la imposición de un modelo que concentra poder y riqueza en pocas manos y empobrece a la inmensa mayoría de la población.
Honduras continúa exigiendo la renuncia de un gobierno ilegal, que es el resultado de un fraude electoral, resistiendo las embestidas de una maquina represora a sueldo de la política corrupta, coludida con la oligarquía nacional y el capital transnacional.