El papel de Gautier sólo fue reconocido en la década de 2010, a pesar de su trabajo junto a sus colegas masculinos, Jérôme Lejeune y Raymond Turpin.
Su apellido, mal escrito, aparecía en segundo plano en las firmas del artículo que causó sensación en 1959, al explicar el origen cromosómico del síndrome.
Un comité de ética reivindicó el nombre de la científica en 1994 al admitir que “el papel de Jérôme Lejeune (…) fue probablemente poco preponderante” en la génesis del descubrimiento.
Gautier, quien falleció el sábado a los 96 años, sólo fue reconocida en la década de 2010. Estaba destinada a ser pediatra y en los años 50 se unió al equipo de Turpin, quien estudiaba el síndrome de Down.
Partidario de la hipótesis del origen cromosómico de este síndrome, Turpin propuso la idea de utilizar cultivos celulares para contar el número de cromosomas de los niños afectados.
Gautier se ofreció a hacerlo utilizando las técnicas que había aprendido en un curso en Estados Unidos y que dominaba a la perfección. Desempeñó así un papel clave en el descubrimiento.
El caso de Gautier recuerda al de la británica Rosalind Franklin, química que identificó la estructura de doble hélice del ADN. Sin embargo, el Premio Nobel de Medicina de 1962 fue otorgado a tres hombres por ese descubrimiento.
La astrofísica británica Jocelyn Bell descubrió en 1967 el primer púlsar, pero el Premio Nobel se lo llevó su director de tesis, sin que su nombre apareciera en ningún lugar.
Margaret Rossiter, historiadora de la ciencia, emitió una teoría sobre esa discriminación a principios de los años 90, siguiendo los trabajos del sociólogo Robert King Merton.
Según la experta, el oscurecimiento que sufren los colaboradores de grandes personalidades científicas crece cuando se trata de asistentes femeninas.
El “efecto Matilda”, bautizado así en homenaje a la militante feminista Matilda Joslyn Gage, indaga en el fenómeno que invisibiliza a las mujeres en la ciencia.
“En el siglo XIX las mujeres en Europa prácticamente son excluidas del mundo de la ciencia en nombre de su pretendida inferioridad natural”, dijo a la agencia AFP Louis-Pascal Jacquemond, historiador especialista en mujeres y ciencia.
Esa situación se prolongó durante décadas en el siglo XX. Es el caso de la esposa de Albert Einstein, la física Mileva Marić.
El nombre de Marie Curie aparece siempre junto al de su esposo.
Fue el conocido “techo de cristal” que impidió durante largo tiempo acceder a las mujeres a puestos de decisión o al renombre científico, a pesar de que “las políticas de democratización de la educación tras la Segunda Guerra Mundial que incrementan el número de jóvenes y mujeres en la ciencia”, destaca Jacquemond.
Aún en pleno siglo XXI, “las científicas de alto nivel siguen siendo consideradas excepcionales”, deplora este especialista.
“Durante mucho tiempo el papel de las mujeres fue percibido como subalterno, auxiliar”, añade la física Sylvaine Turck-Chièze.
En los libros escolares los nombres de mujeres no son citados tan a menudo como debería, comenta Natalie Pigeard-Micault, especialista en historia de la medicina y las mujeres.
“Las mujeres de las ramas científicas en las escuelas secundarias son muy buenas alumnas, pero no se les enseña a luchar contra la invisibilización, a defenderse cuando alguien se adueña de su trabajo”, sostiene Ophélie Latil, fundadora de una asociación francesa que organiza talleres en ese nivel de estudios para cambiar la situación.