Estados Unidos | SALUD | DERECHOS
El (des)amor en la empresa Amy’s Kitchen
«He visto tanta gente lastimándose,
tanta gente sufriendo»
Gerardo Iglesias
04 | 03 | 2022
Ilustración: Allan McDonald | Rel UITA
Migración y gastronomía viajan en la misma mochila, y desembarcan juntas. La comida es huella de identidad, forma parte importante de quienes somos, nos identifica geográfica y culturalmente, vincula a la gente con sus raíces, con saberes transmitidos de generación en generación. La comida acerca al migrante a la tierra de donde partió, especialmente si esa persona proviene de México.
La diáspora mexicana porta consigo su arte culinario tradicional, fruto de un intenso mestizaje, que hoy es sumamente popular en todo el mundo, particularmente en Estados Unidos. Tacos, tortillas, quesadillas, tamales, enchiladas y en especial los burritos, son muy apreciados por aquellos lares.
El burrito es una tortilla de harina de trigo enrollada que puede contener carne, frijoles, así como otros ingredientes. Desde 1895 hay registros de su nombre en el Diccionario de Mexicanismos, aunque todavía hoy se discute de dónde procede. En Estados Unidos se encuentran referencias ya en 1900, y la primera mención al burrito en un menú estadounidense fue en la década de 1930, en El Cholo Spanish Café de Los Ángeles.
La empresa Amy’s Kitchen con sede en California, se especializa en alimentos congelados, y los burritos es su producto estrella. Fundada en 1987 por Andy y Rachel Berliner, la empresa adoptó el nombre de su hija, Amy. En su propaganda institucional Amy’s Kitchen se presenta como una “gran familia”, que respeta los derechos de todo su personal, produce alimentos orgánicos, libre de transgénicos y comercializados “con amor”.
Sin embargo, como suele suceder, la realidad es muy diferente a ese clima idílico, a la melosa “Love story” que se anuncia con untuosidad en el sitio web de Amy’s Kitchen.
“No hay amor. Te regañan, te gritan. Tanto amor nos ha lastimado”, dicen varias trabajadoras, latinas todas, en un video en el que describen su tormento diario, su deseo de sindicalizarse y en el que denuncian, además, las intimidaciones y presiones que sufren por parte de sus patrones para que no se agremien: “Tienen a toda la gente asustada con que el sindicato nos va a quitar el dinero, que no va a hacer nada para nosotros”, advierte una de ellas.
“He visto tanta gente lastimándose. Gente sufriendo. La cadencia de la producción va más acelerada de lo que debería ser. La ‘línea de burritos‘ es muy estresante. Tienes que envolver unos 10 burros por minuto”, comentan las trabajadoras. “Hay veces que la línea va tan rápido que uno no puede agarrar el burro. He escuchado a señoras que dicen que no duermen por los dolores en sus manos hinchadas por las velocidades tan rápidas. Envolver, envolver y envolver. Parecería que a ellos no les interesa si te lastimas”, enfatizan otros testimonios.
La misma situación que tantas veces hemos escuchado de parte de trabajadoras de frigoríficos de Brasil sobre el ritmo frenético, los cuerpos masacrados y el dolor invadiendo toda la existencia, está presente en los testimonios de cinco valientes mujeres trabajadoras de Amy’s Kitchen que han emprendido la lucha para pasar del dolor al derecho.
La cocina tradicional mexicana es fruto de su cultura ancestral, comunitaria, creada desde su vínculo de respeto con la naturaleza, declarada Patrimonio Intangible de la Humanidad por la UNESCO, y es celebrada como una oportunidad para agasajar la vida y honrar a los seres queridos que ya no están.
Pero Amy’s Kitchen está enfocada solo en su propio beneficio, nada más interesa, ni importa. En esas condiciones, sus productos llegan a la mesa de los consumidores cargados con la amargura, el sufrimiento, el dolor y la rebeldía de quienes los fabrican en un ambiente de maltrato y abuso.
Cada burrito se enrolla con los derechos conculcados a las trabajadoras de Amy’s Kitchen.
¿Buen provecho?