“Una vía para el latido de la libertad, al otro lado del desierto”, proclama.
¿Y qué decir del mensaje bajo la Estatua de la Libertad?
«¡Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres
Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad
El desamparado desecho de vuestras rebosantes playas
Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí
¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!”
Desde presidentes como Theodore Roosevelt y hasta Barack Obama, en cada mensaje del 4 de julio se evoca ese pasado tumultuoso marcado por la inmigración desde el último confín del planeta hasta esa nación forjada sobre los hombros de alemanes, holandeses, irlandeses, polacos, rusos, italianos o mexicanos.
De esos seres “sacudidos por las tempestades”.
Desde siempre, según han dicho los padres fundadores, ha estado en “el código genético” de los estadunidenses la obligación moral de abrirles las puertas a quienes huyen de la opresión, el hambre o la desesperanza.
“Deberíamos insistir —proclamó Roosevelt en 1907—, en que, si el inmigrante que viene aquí, y de buena fe se convierte en estadounidense y se asimila a nuestra cultura, será tratado de la misma manera que todos los demás.
“Porque es aberrante discriminar a cualquiera por su credo, su lugar de nacimiento, o su origen…»
Hoy, sin embargo, desde que Donald Trump es presidente de Estados Unidos, la nación que representaba a ese crisol de razas y culturas. Y a ese faro que iluminaba y alentaba la esperanza para millones que huyen de la opresión; de las dictaduras. De las guerras o las hambrunas, ha dejado simplemente de existir.
En su lugar, ha tomado el poder un presidente que ha dejado al descubierto los peores instintos racistas del hombre blanco y conservador.
Que ha hecho de la “América hermosa”, la América horrible.
Con un gobierno que, por ejemplo, es capaz de extorsionar a México, su vecino, para imponer la militarización de sus fronteras norte y sur.
De obligarle a aceptar su condición de patio trasero para encargarle la contención y deportación de los cientos de miles de migrantes que huyen de la violencia y la miseria en Centroamérica.
Entre ellos, miles de niños que soportan un insufrible calvario antes de convertirse en carne de coyotes. En botín de funcionarios corruptos, o en víctimas de centros de detención infames.
O que son devorados por las aguas del Río Bravo o se consumen en vida en el desierto de Arizona.
Las imágenes de seres humanos agolpados entre barrotes. De mujeres a las que sólo les permite bañarse cada 15 días. De menores de edad maltratados por guardias de seguridad que comulgan con el racismo de su presidente son hoy el retrato de una nación que ha perdido su brújula moral.
Bien es cierto que Estados Unidos es una nación de leyes. También lo es que, el deber de su gobierno, es garantizar la soberanía territorial y mantener a raya las amenazas contra su seguridad nacional.
El problema surge, sin embargo, cuando una marea de migrantes que llegan en busca de un refugio seguro se convierten en pretexto y materia prima para alimentar el odio y el rechazo que animan las campañas presidenciales.
Es decir, el drama de miles de migrantes y de unos niños que han caído en las garras de las redes de tráfico de personas, se han convertido nada más llegar a los dominios de “América La Hermosa” en munición de políticos sin escrúpulos como que sólo miran el beneficio a obtener en las próximas elecciones.
En pretexto de las bases extremistas para incendiar la pradera con el odio de una intolerancia y una paranoia racial que emponzoña el alma de quienes creen contados los días del hombre blanco y conservador en la otrora “América, la Hermosa”.
Que han sacado lo peor de Estados Unidos, para humillar, para ofender, para impulsar el proyecto de nación que desea Donald Trump bajo el látigo de la discriminación y la segregación económica en guetos marcados por la violencia y la desesperanza.
Que encumbra a unos pocos en esos rascacielos que se han convertido en la representación misma de la desigualdad en la nación más rica del planeta.
Por esta razón, este 4 de julio son muy pocas las razones para celebrar a esa “América, la hermosa”.
En su lugar, millones de ciudadanos se movilizarán para protestar contra el avance del racismo.
Para declararse “independientes del odio” que el presidente Donald Trump le sigue inyectando a su pueblo para dividir y tratar de vencer para siempre a quienes siguen creyendo en el legado, pero sobre todo, en el futuro de “América, la hermosa”.