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Antonio Ruda

Un hidalgo militante sin fecha de caducidad

Gerardo Iglesias

23 | 7 | 2024


Antonio Ruda | Foto: Gerardo Iglesias

Con Antonio Ruda y Gonzalo Fuentes quedamos en reunirnos en un café escorado en una esquina del variopinto barrio de Lavapiés, en el centro madrileño. Antonio sale a mi encuentro agitando su gorra blanca sabiendo que mi desbrujulado caminar suele jugarme malas pasadas. “Esta vez no te has perdido, vamos avanzando, parece”, se burla mientras me abraza con el cariño que lo caracteriza, mirando a Gonzalo, camarada de toda la vida en Comisiones Obreras (CCOO).

El encierro más libre

El andaluz Antonio Ruda fue camarero en el aeropuerto de Barajas, donde ingresó en 1974. Pasadas las primeras elecciones democráticas que se celebraron en España en 1978 —luego de 40 años de dictadura— y las primeras elecciones sindicales libres, se estrena como delegado sindical de CCOO, llegando, décadas después, a ser el coordinador estatal del sector hostelería de la central.

Por su militancia sindical, la empresa envió al renegado a la cafetería de atención a autoridades, donde sólo se podía ingresar con autorización, desvinculándolo del colectivo de trabajadores. El confinamiento ideado por el empleador terminó siendo una jaula abierta al mundo.

“La jugada les salió mal, sonríe Antonio. Allí conocí a destacadas personalidades del ámbito político. Exiliados de Nicaragua, Uruguay, Chile. Me tocó por ejemplo atender al general Liber Seregni, a poco tiempo de su liberación (1984), cuando vino de gira por Europa. Recuerdo con mucho respeto y emoción el abrazo que me dio”.

En aquella oportunidad, Seregni estaba acompañado entre otros, por el escritor Mario Benedetti. “Una entrañable persona”, dice Antonio. “También pude intercambiar con el expresidente Adolfo Suárez; el exministro socialista Ernest Lluch, asesinado en Barcelona por el terrorismo etarra; Enrique Tierno Galván, un alcalde único, muy querido, muy cercano a la gente, tan diferente a las actuales autoridades displicentes y autoritarias”, enfatiza.

Me contó que atendió a un joven llamado Sergio Ramírez, en aquel entonces vicepresidente de Nicaragua, cuando el sandinismo era Frente Nacional de Liberación y no el matrimonio usurpador que está en el poder ahora y dice representarlo.

El militante potenciado

Se jubiló en 2019, con 46 años de trabajo y 61 de edad. En vez de echar raíces en la sala de su casa frente al televisor, amarrado en la telaraña de la depresión, a Antonio le crecieron alas.

Energizado por una extraña fuerza, libre de las anclas institucionales, sin la necesidad de elaborar informes, exento de todo formalismo salvo lucir elegante, el hombre ahora anda por todos lados, por donde se le canta: mítines partidarios, lanzamientos editoriales, bares de parroquianos fieles y manifestaciones diversas de desobedientes entusiastas. Siendo uno más. Allí anda.

—¿Estuviste en alguno de los actos contra Javier Milei?, le pregunto a los días de la primera visita no oficial a España del neofascista.
—¡Qué pregunta es esa! ¡Claro que estuve!, responde con elocuencia y una sonrisa dirigida a Gonzalo.
—¿Por qué?
—Porque esta criatura que, a igual de Jesús Gil, expresidente del Atlético de Madrid que hablaba con “Imperioso”, su caballo, a quien le pedía consejos, Milei habla con “Conan” su perro que murió hace unos años. Esta criatura que habla con el más allá y masacra su pueblo, un dictador paranoico, merece mi total desprecio.