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Un mar de caña y más na’…

Cuando la realidad supera la ficción

Gerardo Iglesias


Ilustración: Alan McDonald

−¿Su nombre?
−Me llamo Manuel Largaespada, señor.

−¿Ya ha cortado caña aquí? −pregunta el administrador sin la menor intensión de generar confianza.
−Sí, señor, desde hace cinco zafras −responde el cortero mirando el cañaveral agitado por la brisa mañanera.

−A ver Manuel, usted sabe que aquí se viene a trabajar, ¿verdad?
−Sí, señor −asiente Manuel algo sorprendido.

−Bueno, entonces va a firmar este contrato cada 15 días. Iremos viendo cómo usted se desempeña, si cumple con las metas, y esas cosas que usted ya conoce −dijo el administrador en tono displicente.
−Pero, antes firmábamos un contrato para toda la zafra −se atreve a comentar Manuel, desconfiado del cambio.

−Este año será diferente, cada 15 días. ¿Me oyó?

Manuel no responde, mira hacia atrás alertando a los demás compas que la mano viene dura y el administrador anda con pocas pulgas.

−Otra cosa, Manuel −el administrador se pone de pie con el contrato que Manuel todavía no firmó en su mano, y vuelve a la carga.

−¡Aquí se viene a trabajar!
−Eso ya me lo dijo −respondió algo bruscamente Manuel.

−Pero ya sabe, nada de andar con los del sindicato y metido en esas maricadas.
−Y si mi afilio, ¿qué pasa? −preguntó el cortero.

−Ay mijito, si usted se afilia, lo echamos y vendrá otro. Piense en su familia. Aquí lo que sobra es caña y gente queriendo trabajar −dijo el administrador, altanero.
−Bueno, ¿va a firmar el contrato o no? −dijo el administrador, mientras posaba el contrato y un bolígrafo sobre el escritorio, pero ya mirando al siguiente en la fila

¿Ficción? Ojalá lo fuera, aunque esta ficción seguramente no alcanza a representar la violencia de la realidad, cuando en el Ingenio La Cabaña se impone el antisindicalismo en el contrato de trabajo.

Indignante realidad.