DERECHOS HUMANOS

Haití, ¿un país pobre?

Profesor de Metodología de la Investigación en el Instituto de Culturas Aborígenes en Córdoba (Argentina)

Henry de Boisrolin y su prédica libertaria
Haití, ¿un país pobre?
Profesor de Metodología de la Investigación en el Instituto de Culturas Aborígenes en Córdoba (Argentina), Henry Boisrolin nació hace 36 años en Puerto Príncipe, la capital de Haití.
Ante la pregunta – un lugar común- referida a si Haití es un país pobre, “el más pobre del continente”, Boisrolin replica: “Haití no es un país pobre, es un país empobrecido”.
 
En 1791 los esclavos de Haití iniciaron una revolución violenta que concluyó en 1804 con la plena independencia. Como consecuencia, el país fue aislado, al ser considerado un mal ejemplo, algo así como sería la revolución cubana en los años sesenta.
 
Eduardo Galeano ha destacado que el principal delito del pueblo haitiano ha sido intentar recuperar su dignidad. En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó  jamás esa humillación infligida a la raza blanca.
 
Haití fue el primer país liberado del continente americano. Su empobrecimiento es resultado de una política de intervencionismo, que abarca desde la invasión e intervención directa de los “marines” de Estados Unidos a dictaduras o semidemocracias, porque el mínimo intento de autonomía era replicado por un golpe desestabilizador.
 
Los ejemplos sobran. Un caso paradigmático fue la dictadura de Francois Duvalier, conocido con el nombre de “Papá Doc” (1964-1971).
 
Boisrolin destaca que entre 1915 y 1935 hubo una ocupación yanqui -en realidad un saqueo, un acto de piratería- que exacerbó la dependencia del país. Y Estados Unidos se retiró cuando logró dos de sus objetivos de esos días: cobrar las deudas del City Bank y derogar la disposición constitucional que prohibía vender plantaciones a extranjeros.
 
El modelo que se le concedió a esta isla caribeña fue el de “mano de obra barata”. Por ejemplo: aunque en Haití no se juega al fútbol, es el principal exportador de pelotas para ese deporte.
 
Por otra parte, Boisrolin destaca que no puede haber libre competencia entre la industria haitiana y la de Estados Unidos. En su país, dice, se destruyó la producción agrícola, provocándose un aumento exponencial del éxodo rural hacia Puerto Príncipe, que pasó de 500.000 habitantes a dos millones en pocos años. Otra consecuencia fue que gran cantidad de gente se quedó sin trabajo y fue obligada a vivir con menos de un dólar por día. Otra más: un Estado ausente en un país devastado.
 
En la historia reciente, un presidente (político y sacerdote salesiano, portavoz de la Teología de la Liberación), Jean-Bertrand Aristide, sufrió dos golpes de Estado (entre 1991 y 2004) porque carecía de la confianza del poder imperial debido a su orientación populista. Entre dos presidencias boicoteadas de Aristide presidió el país René Preval, quien privatizó las empresas públicas y profundizó la miseria.
 
En 2004, tras el golpe militar contra Aristide hubo una nueva intervención de Estados Unidos, que privatizó las pocas empresas públicas que quedaban y profundizó aún más la miseria.
 
La intervención norteamericana fue legitimada luego por la ONU, irrumpiendo en el país la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití, comandada por Brasil e integrada por Argentina, Uruguay y Chile, entre otros.
 
Un terremoto derribó como a un castillo de naipes las estructuras del país. La “comunidad internacional” actuó de acuerdo a sus intereses. Estados Unidos pasó a dirigir el aeropuerto y la reconstrucción del puerto, enviando 12.000 “marines” para preservar “el orden y la seguridad”.
 
Sólo Cuba y Venezuela enviaron ayuda real: ni un sólo soldado, porque Haití necesita médicos y alimentos; no balas ni ametralladoras.
 
Boisrolin afirma que a Haití se le presentan dos caminos: “recuperar el proyecto de liberación o profundizar la ocupación”.

 

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