DERECHOS HUMANOS

Caminos de América

“Bogotazo” es un término que suele aplicarse para los estallidos populares en América Latina. El primero (del cual tomaron su nombre esos movimientos) ocurrió el 9 de abril de 1948. Importa tenerlo presente, como experiencia de lucha, en una América Latina que se inclina cada vez más hacia la unidad de sus pueblos y su libertad.

Las huellas de Colombia
Caminos de América
“Bogotazo” es un término que suele aplicarse para los estallidos populares en América Latina. El primero (del cual tomaron su nombre esos movimientos) ocurrió el 9 de abril de 1948. Importa tenerlo presente, como experiencia de lucha, en una América Latina que se inclina cada vez más hacia la unidad de sus pueblos y su libertad.

El 9 de abril de 1948, en la capital de Colombia, fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, abogado y político de raigambre liberal cuya popularidad amenazaba al establishment de la época, tanto liberal como conservador. Fue la chispa que encendió el fuego.

En sólo tres días “El Bogotazo” dejó 3 mil muertos, 5 mil heridos y miles de presos. Fueron destruidos centros comerciales, iglesias, conventos y residencias por la furia incontenible de la muchedumbre.

Estragos similares ocurrieron en el resto del país. Muertos, incendios, saqueos destrucción y mucho dolor en hombres y mujeres del pueblo. Ese fue el panorama de Colombia, especialmente en su capital, que el 13 de abril de ese mismo año presentaba el semblante espectral de una ciudad arrasada.

El Bogotazo fue el principio de una etapa de la historia colombiana que aún perdura llamada “La Violencia”. 

Un magnicidio a futuro

Rafael Trujillo, Gloria Gaitán (hija del líder) y Luis Emiro Valencia relataron la realidad de su país en esos días, y es vital recordarlo porque forma parte de las importantes experiencias de los pueblos de América.

Señalaron que los habitantes, exceptuando los reducidos núcleos de francotiradores aún resistentes, parecían fantasmas desconcertados.

La noticia del asesinato de Eliécer Gaitán se difundió rápidamente y el pueblo, impotente, descargó su furia contra las muestras externas del poder de la oligarquía: vehículos, almacenes, vitrinas, residencias y oficinas lujosas. Un pueblo en su mayoría religioso quemó iglesias y conventos.

El ascenso de Gaitán significaba el ascenso del pueblo al poder. Por eso no podía dejársele pasar. La oligarquía acepta incluso a los de extracción humilde, pero en la medida que adopten y adapten sus ideales y su lucha a los intereses de la clase dominante.

El revolucionario siempre está expuesto a sufrir la trayectoria de Gaitán. Y esto no tendrá solución hasta que el pueblo asuma la dirección de sus propios destinos, sin intermediarios, asumiendo el papel histórico que le corresponde.

“La masa sigue fuera de las luchas sin defensores de sus intereses” observaba Gaitán, y agregaba: “Defender esos intereses es un pecado que obliga a una cuarentena indefinida”.

Si un político se muestra partidario de la plutocracia, las puertas se le abren en el gobierno y no se le considera un hombre peligroso. Pero si deja entrever sus ideas socialistas, es decir, su posición favorable al obrero, a la clase media, al hombre de trabajo en general, se hace un indeseable, se le mira con recelo y se le obstruye. Esto tiene un fondo político profundo: expresa la negación de la democracia; es el gobierno de la minoría, de la casta, contra la mayoría, contra el pueblo. 

El hombre entregado a su pueblo

La lucha de Gaitán pude definirse estratégicamente como el tesón puesto hacia el cambio fundamental de la organización de la sociedad sobre auténticas bases populares.

Su aspiración era la democracia social, y ello lo impulsaba a procurar el relevo de las clases en el dominio del Estado y de la sociedad. En este orden de ideas fue un revolucionario. En el orden táctico sus ataques se centraron contra la expresión de las clases dominantes: la oligarquía en lo interno y el imperialismo en el exterior.

Su afán se proyectaba en llevar a las masas hacia “un estado de conciencia revolucionaria”.

“Mientras no lo logremos, todo será imposible”, destacaba.

El asesinato de Gaitán se efectuó para impedir la posibilidad de crear la organización, el aparato político, el partido que llevaría hasta sus últimas consecuencias esos supuestos tácticos y estratégicos.

Él tuvo presente, para apuntar hacia ese objetivo central, los problemas de organización. En ese sentido fue un líder popular en toda la dimensión de la palabra. Se reunió en los sitios más humildes con la gente más pobre. Compartió los alimentos, bebidas y juegos populares. Jamás transigió en sus principios, jamás se dejó sobornar.

Con Gaitán, además, la mujer se incorporó a la lucha y estuvo presente en las manifestaciones, en los grandes actos, en la tribuna. Hasta se sintió libre para manifestar en gruesos vocablos su repudio a la oligarquía.

Ésta manifestó su odio y temor “al negro Gaitán”, como le llamaba.

El asesinato no fue un hecho aislado en la historia de Colombia. Años después (en 1966) cayó, en una emboscada, un líder excepcional: el sacerdote Camilo Torres.

Ocurre que cuando al pueblo se suman líderes profundamente leales, incorruptibles, para la oligarquía queda sólo un camino: el asesinato de los líderes y el genocidio.

Pero la memoria popular es fiel y termina siendo memoria histórica.

América Latina recorre hoy varios países caminos hacia cambios profundos. Y en sus luchas renacen nombre históricos: John Sosa, Turcios Lima, Camilo Torres y el propio Eliécer Gaitán.