-Decías que hay nuevos componentes que se dan en la migración laboral. ¿De qué se trata?
-Hay un cambio de los flujos migratorios. Históricamente el flujo mayor se dirige a los Estados Unidos, donde hay 30 millones de migrantes de la región.
Pero se registran nuevas características a raíz de las restricciones impulsadas por la administración Trump.
A partir de 2017 ha habido un incremento de los centroamericanos y hasta mexicanos que abren nuevas rutas y que se van para Europa, con entrada desde España y Portugal.
En segundo lugar hay que evidenciar la presión de ciudadanos venezolanos sobre la región latinoamericana.
Se estima que en Panamá han llegado al menos 120 mil venezolanos. Esto se incrementó a raíz de la política migratoria implementada por el entonces presidente Martinelli, que se llamaba Crisol de Razas.
Con el cierre de este programa, el flujo de venezolanos bajó, pero unos 92 mil se quedaron en el país.
En Guatemala ya hay unos 20 mil venezolanos y también en México hay una cantidad muy elevada.
Hace una década en Costa Rica había unos 2.500 venezolanos. Hoy en día se estima que son unos 30 mil, en su mayoría insertados en el sector turismo y transporte.
-¿Y nicaragüenses?
-Se incrementó mucho desde la crisis en Nicaragua en 2018.
Hay unos 90 mil nicaragüenses más en el país, 27 mil de los cuales solicitando condición de refugiado, lo cual te permite tener acceso a un carné laboral.
Un dato a destacar es que en Costa Rica hay unos 323 mil migrantes en condiciones irregulares.
-¿También hay cambios en la tipología del migrante?
-Sí, hay una creciente feminización de la migración. Antes migraba prevalentemente la persona que trabajaba en la construcción o en el agro y eran hombres.
Ahora son muchas las mujeres que migran y casi hemos llegado a una equidad de género en el fenómeno migratorio regional.
También te puede interesar:
Muchas de estas mujeres son jefas de hogar y la lógica es quedarse unos 20 o 25 años en el país de migración, enviar remesas para mejorar la vida de su familia y para que sus hijos estudien y, finalmente, regresar.
-Otro tema que se cruza con énfasis creciente es la trata de personas.
-Definitivamente, por ejemplo, existe una línea muy delgada entre lo que se considera trabajo doméstico regularizado y con derechos, y el tema de la trata.
Tanto en Panamá como en Costa Rica las trabajadoras domésticas son migrantes: centroamericanos y venezolanos en Panamá y nicaragüenses en Costa Rica. Y en sus condiciones de migrantes están expuestas a este riesgo.
Además, en la migración laboral regular es muy difícil que el país receptor reconozca los títulos de educación técnica de las y los migrantes. Esto se suma a una creciente desregularización de la contratación equitativa, o sea no hay agencias de empleo nacionales y las que funcionan son agencias de empleos binacionales.
Con los flujos de migración intrarregional hay casi una certeza absoluta que el migrante que se mueve desde los países del Triángulo Norte (El Salvador, Guatemala, Honduras) hacia México se va a insertar en la economía informal.
Todos estos elementos son ventanas para la trata de personas.
-Y para finalizar…el muro no es una solución…
-El muro no va, porque las redes que manejan este negocio no se van a detener por un muro. La diferencia con el muro va a ser que el coyotaje va a costar más.
Además, con el crecimiento que está teniendo la economía estadounidense, van a necesitar más fuerza de trabajo en todas aquellas tareas y oficios que los estadounidenses ya no quieren hacer.
Gerardo Iglesias y Juan José Guilarte | Fotos: Giorgio Trucchi | Rel UITA
En San José, Gerardo Iglesias.