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“Desde la madrugada inician mis labores como madre de cuatro hijos; hago el desayuno, el almuerzo y dejo a los güilas listos para que se vayan para la escuela, para el colegio.
Entro a trabajar a las seis de la mañana, trabajo ocho horas diarias en el área de lavandería; ahí se lava la ropa que se usa para aplicar químicos. Mi trabajo no finaliza ahí. Como no me alcanza el salario de las ocho horas, debo hacer algunas que otras chambillas, ahí, por fuera, para poder lograr llegar a fin de mes con los gastos.
Tengo que hacer ese trabajo también después de la jornada laboral, casi que tengo que dejar por último las labores de mi hogar, la atención a mi familia, a mis hijos, en este caso.
El trabajo sindical lo hago los fines de semana.
Un proyecto de jornada extendida es incompatible con las responsabilidades de las mujeres en general, especialmente para las que trabajamos en las partes agrícolas. ¿Cuándo voy a atender mis tareas de madre con una jornada de doce horas? No se puede.
Si por las doce horas me van a pagar lo mismo, nunca podré ganar horas extra. ¿Sacrificar mi vida para seguir trabajando? No se puede dejar de hacer nada de lo que ya se hacía; todo lo que hago en mi día es indispensable, no se puede posponer. Ni voy a decir: “Mirá, esta semana no voy a atender a mis hijos porque voy a trabajar”.
No me alcanza el salario para pagar a alguien que los cuide. Ya doce horas por el mismo salario y tener que pagarle a alguien no es rentable para nosotras.
Nunca voy a desentenderme del cuidado de mis hijos, de las tareas de la casa; complicarles las tareas a mis hijos tampoco se puede. Ya con las ocho horas que nosotras tenemos, ya es un día sobrecargado para nosotras.
En la palma africana, la mayoría de las mujeres somos madres solteras y el trabajo no es fácil. Todavía el mío no es tan complicado como el de las demás compañeras que trabajan en el campo.
Este proyecto no contempla el tiempo de traslado a la finca. Yo entro a las seis de la mañana a trabajar, debo trasladarme tres kilómetros. Otras compañeras tienen que trasladarse más; entonces, ahí no va contemplado ese tiempo de traslado ni tampoco se paga.
Esas cosas no las están tomando en cuenta. Si al tiempo de traslado le agregamos doce horas, estamos volviendo al siglo XIX. Este proyecto, en la agroindustria, es criminal: está contra la salud laboral y los derechos de nosotras las mujeres.
¿Saben lo que es recolectar coyol? ¿Cuántas veces tiene una mujer que agacharse y pararse recogiendo el coyol en ocho horas? Ahora doce horas. ¿Cómo sale ella al final del día de la columna, de los pies de estar caminando tanto? Eso no lo están valorando.
Yo estoy terminando de estudiar, pues no tuve chance en mi juventud; estoy haciéndolo ahora, nunca es tarde, dicen. Entonces no nos están dejando tiempo para descansar.
Mucha gente dice: “Pero, vamos a tener tres días libres”. No, eso es mentira. No son días libres porque, en el caso de nosotras, que llegamos a la casa, a las tareas, se nos acumularán los quehaceres del hogar. Entonces esos días vamos a pasar trabajando más en la casa. Tampoco hay descanso.
Hay que revisar las prioridades de los hijos; hay que atender las necesidades y eso se hace todos los días dentro de la normalidad.
¿Qué pasa si me quitan cuatro horas cada día de mi tiempo? Ya no podría seguir estudiando porque me imagino que debería hacerlo viernes, sábado y domingo.
Pienso que la vida es más que solo trabajar. Hace más de cien años, en 1920, se estableció la jornada de ocho horas. Tengo entendido que fue una lucha de los trabajadores.
Se estableció la jornada de ocho horas para que tuviéramos tiempo para el descanso, para el estudio, la recreación. Con este proyecto, se va a retroceder en la historia de los derechos laborales más de cien años.
NOTA: Este testimonio recoge la participación de Dania Obando en el foro “Jornada laboral de 12 horas: ¿A quiénes beneficia y a quiénes perjudica?”, convocado por Alianza por una Vida Digna.
(Los intertítulos son de La Rel)