-Cuéntanos de tu trayectoria.
-Desde muy pequeña hice parte de un proceso político, del Ejército Popular de Liberación, EPL, que se desmovilizó el 1 de marzo de 1991.
Los reinsertados nos reincorporamos a la vida civil, ingresé a la universidad, me gradué y empecé a trabajar profesionalmente; vinculada a un juzgado.
Posteriormente trabajé en algunas empresas en el área social, en la Alcaldía del municipio de Apartadó. Ahora dirijo Fundamilenio.
-El proceso de desmovilización del EPL se efectúa luego del M-19…
-Sí, el M-19 se desmovilizó antes, en 1990.
Los procesos de paz se iniciaron en 1984, con la tregua que hicieron las FARC, el EPL y el M-19. El gobierno incumplió sus promesas y fracasó. Lo mismo sucedió en el 86.
-¿Cuántos años tenías cuando el EPL dejó las armas y se convirtió en el movimiento Esperanza, Paz y Libertad?
-Iba a cumplir 16 años, una patoja como decimos aquí (sonrisas).
-¿Cómo lo recibió la gente?
-El EPL toma la decisión de dejar las armas porque el momento histórico del país requería que así fuera, que hubiera una negociación que permitiera que los jóvenes y los militantes siguieran su lucha desde el escenario político, desde la participación en los gobiernos locales y en la administración central.
Dejamos las armas pero se decidió seguir luchando por los mismos ideales de una Colombia más justa.
El EPL tuvo mucha importancia en la Constituyente de 1991.
En 1991 había una fuerte movilización social para cambiar la Constitución, sobre todo de la juventud.
Colombia pasó entonces a ser un estado social de derecho, y la Constitución recogió mecanismos como la acción de tutela, por el cual los ciudadanos podemos solicitar al Estado el reconocimiento de derechos fundamentales vulnerados, a la educación, a la salud, al buen nombre. Se reconocieron los derechos colectivos.
-El EPL tenía fuerte implantación en Urabá…
-Es verdad, tan así que en Apartadó había unas 5.000 personas esperando a los desmovilizados con banderas, con aplausos, porque el EPL fue una guerrilla del pueblo, que logró interpretar las necesidades de los campesinos de Urabá.
-¿Qué motivaba a los jóvenes en aquella época a involucrarse política y socialmente de manera tan masiva? ¿Y cómo ves a la juventud hoy?
-La juventud siempre va a tener un espíritu aguerrido, luchador, rebelde.
En esa época, veníamos de una guerra fría fuerte; habían pasado hechos graves, muertes selectivas de líderes sindicales, de defensores de derechos humanos como Héctor Abad Gómez o Jesús María del Valle, de dirigentes sindicales, de profesores universitarios, de periodistas.
Los jóvenes de hoy crecieron acostumbrados a los asesinatos, las masacres, a vivir con la idea de que lo cotidiano es la muerte, la desaparición.
-¿Y eso los paraliza, los deja afuera?
-Los insensibiliza, porque han sido hijos de la guerra, han crecido con el dolor de la guerra.
Los chicos viven como aturdidos frente a otras realidades, y así es como nos comunicamos. No están en nada y están en todo.
-¿Cómo es eso?
– A veces no sabemos cómo conectarnos. Cuáles van a ser los vínculos, cuál va a ser la palabra.
Aquí en Urabá, en enero se impusieron unos peajes. El diálogo como mecanismo de concertación y de negociación no funcionó, el Estado fue intransigente, y unos jóvenes secuestraron a la región que más recursos le da al departamento por la exportación del banano.
No es un buen método, pero había que hacer algo, y fue una voz de alerta para todo el mundo.
-Los sindicatos cierran las puertas a los jóvenes. Ustedes tienen, en cambio, una experiencia muy positiva en materia de participación juvenil.
-Los sindicatos y las organizaciones se tienen que modernizar, aprender a hablar con un lenguaje común.
Segundo, hay que identificar la necesidad del otro.
Aquí hay un mito: “los jóvenes no quieren ir a las fincas bananeras”. Sin embargo, nosotros los fuimos a buscar y respondieron.
Tienen que levantarse a las 4 de la mañana, tienen labores de campo, cosecha y empaque, pero ganan un salario digno y cuentan con el respaldo de la convención colectiva, que Sintrainagro logró después de 40 años de sentarse con los dueños de las fincas.
En ese proceso algunos nos dijeron “no soy para estar en una finca, mi aspiración es otra”, pero otros dijeron “yo sí quiero estar en una finca”.
Dos testimonios me llamaron la atención.
Un muchacho me dijo: “mi papá toda la vida ha trabajado en finca, lleva 22 años, yo tengo 18 y soy mal estudiante, en el sindicato le dieron una beca para que yo estudiara, yo la desaproveché y ahora me metí a este proyecto”.
Y luego admitió: “Lo primero que hice después de un día de práctica fue decirle a mi papá: ‘siéntese porque yo hoy le sirvo comida, le voy a arreglar la ropa para que mañana vaya a trabajar. Papá, gracias, a mis 19 años sé cómo usted se ha ganado el dinero para darnos la comida y el estudio que yo no valoré’”.
Se trataba de un padre ausente, que se va a las 5 de la mañana y llega a las 7 de la noche, que no está cuando lo necesitan pero que a fin de quincena tiene el mercadito. Cuando el chico me dice eso, sé que vale la pena, que tenemos que seguir por ahí.
Otra chica me dijo: “tengo 18 años y dos hijas, y sé que la única posibilidad de sacar a mis hijas adelante es por medio de un trabajo con condiciones dignas. Me han ofrecido trabajar en discotecas o en casas de familia, donde no tengo ninguna prestación ni posibilidad de estudiar”.
Otro chico me mostró su brazo con cicatrices por heridas de machete y me explicó: “éste era yo, un pandillero, lo único que tenía que hacer en la casa era buscar con quién pelear y me fui a una pandilla. Ahora madrugo, voy a trabajar, llego en la noche, pero sé con este proceso lo que es escuchar al otro, hablar con el otro, qué es incluso el tema de no coger lo ajeno”.
Si miramos alrededor de Urabá, de Apartadó, vemos banano, no vemos fábricas, y si no dignificamos la labor del trabajador bananero, si seguimos pensando que no es digno ir a una finca a trabajar, que no es respetable esa labor, no vamos a enamorar a los chicos.
-Me aterra saber que muchos jóvenes no conocen la historia del Sindicato, su rol protagónico en esta región…
-Hay un dicho popular que dice: “quien no conoce la historia, la repite”. Y otro: “para donde va Vicente, va la gente”.
Nos acostumbramos a que no hay una cultura de educación porque hemos tenido una historia de guerra.
Sintrainagro se formó y se construyó en medio de sangre y dolor. Cuando los chicos se enteran de cómo trabajaban los obreros bananeros, la enormidad de las jornadas laborales que hacían, que no tenían dotaciones ni condiciones mínimas de labor, empiezan a entender por qué es necesario luchar por el sindicato, colocarse la camiseta.
Antes colocarse la camiseta de un sindicato era peligroso, ahora tiene que ser motivo de orgullo, porque hace parte de la historia, y Urabá es lo que es por Sintrainagro.
-Sintrainagro, la organización de tus amores y dolores…
-Yo nunca he sido sindicalista ni he hecho parte de ninguna estructura del sindicato, pero cuando nos desmovilizamos al primer lugar donde llegué fue a la oficina de Sintrainagro y aquí me recibieron con especial cariño.
En Apartadó, Gerardo Iglesias