En Colombia, las mujeres enfrentamos muchas dificultades para acceder al mercado laboral. En Urabá, en nuestra zona de influencia, tuvimos que desarrollar una gran campaña para que las mujeres fueran contratadas en las fincas bananeras y llevar esta reivindicación a la mesa de la negociación colectiva.
Hoy muchos se olvidan que fuimos las mujeres las que sacamos adelante la producción en Urabá cuando la violencia generalizada hizo migrar a miles de hombres de la región.
Pero además hay una constante y persistente violación de los derechos humanos de las mujeres en Colombia. En lo que va de este año unas 3.000 mujeres han sido víctimas de violencia, en su gran mayoría por sus parejas o excompañeros.
En 2017 se mató a una mujer cada 3 días y la violencia está naturalizada.
En cuanto a la discriminación hacia las mujeres lamentablemente nuestro país no es la excepción. Nos discriminan por la edad, si nos embarazamos, por la apariencia física, por el color de nuestra piel.
Para encontrar un trabajo debes ser joven, tener medidas y rostro de reina de belleza o aceptar el acoso y el asedio.
Por todo esto, a mis hermanas latinoamericanas quiero decirles que continuemos luchando. Que alcemos nuestra voz, que el silencio es también nuestro enemigo.
Las mujeres debemos exigir espacios de participación en lo social, en lo político, en la dirección de los sindicatos y, por sobre todo, en las mesas de negociación colectiva.
No queremos tan solo participar, debemos ser agentes de cambio.
¡Ni un paso atrás!