“Por detrás de mi voz
– escucha, escucha –
Otra voz canta.
Viene de atrás, de lejos;
Viene de sepultadas
bocas, y canta.
Dicen que no están muertos
– escúchalos, escucha –
Mientras se alza la voz
que los recuerda y canta.
Escucha, escucha…”
(“Otra voz canta”, Daniel Viglietti)
Viejo amigo y activo militante político, aunque no deja de preocuparle este momento histórico marcado por la incertidumbre, la desesperanza y la apatía ─ese potente cóctel ansiolítico global que actúa sobre el sistema nervioso de mucha gente y de muchas organizaciones─, Agudelo se define creyente de las utopías. Fue un destacado dirigente del Ejército Popular de Liberación (EPL), grupo guerrillero que en 1991 abandonó las armas después de un proceso de paz para transformarse en el movimiento político Esperanza Paz y Libertad. Alcalde de Apartadó y diputado, sufrió varios atentados, y un libro bomba enviado por las FARC mató a su hijo en 1997. Hoy trabaja con víctimas de la violencia y en temas de rescate de la memoria histórica.
Con Mario nos conocimos en 1994 en el Municipio de Apartadó, en el eje bananero de Urabá. Sensibilizada por la trágica situación que afrontaba la región y especialmente el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria Agropecuaria (Sintrainagro), la UITA se preparaba para el lanzamiento de una campaña mundial de solidaridad, sin ser aún esta organización miembro de nuestra Internacional.
Desde el inicio concebimos una campaña que no enfocara solamente la denuncia de las dificultades y la violencia, sino que también destacara la existencia de múltiples esfuerzos para construir la paz y la convivencia provenientes desde muy variados espacios y tribunas, donde la participación de Sintrainagro fue una voz importante.
“Por esas cosas de la vida, en ese proceso de revolución me tocó vincularme con los trabajadores bananeros y contribuir en su organización durante aquellos momentos tan complicados”.
Mario esboza una sonrisa cómplice, nostálgica, se me ocurre que rememorando la vitalidad de aquellos años juveniles, en una época de efervescencia revolucionaria en toda la región. “Fue sin dudas la mejor etapa de mi vida ─asevera─, y conservo un fuerte vínculo con esa historia donde logramos el fortalecimiento del sindicato en la región, y conseguimos cambiar radicalmente las condiciones sociales y de vida abriendo nuevas perspectivas para trabajadores y campesinos.
Mi temor, mi gran temor –enfatiza Mario, ahora serio– es que esa historia pase al olvido, que los jóvenes dirigentes desconozcan de dónde se viene, el camino recorrido, cuál fue el grado de violencia que se padeció. Si hay alguna historia de heroísmo, lucha y tenacidad, si hablamos de revolución en Urabá, ésta la propició Sintrainagro. Esa es la verdad.
Hubo avances, y para lograrlos contribuyó mucha gente que luchó en medio de enormes dificultades, durante una etapa en la cual el sindicalismo estaba proscripto y era visto como una amenaza a la estabilidad y seguridad del país”, recuerda Mario.
“Hoy, como tú tantas veces lo señalas –continúa–, los trabajadores y trabajadoras del banano tienen por lejos los mejores salarios y mejores condiciones de empleo de la agroindustria colombiana, y eso no es por la gracia divina, es la consecuencia de la labor beligerante y estratégica de Sintrainagro.
Sintrainagro es uno de los pocos sindicatos que en medio de todas las adversidades, del asesinato de cientos de sus afiliados y varios de sus dirigentes y principales cuadros ─en acciones aisladas o en las 18 masacres que se contabilizan en aquella época─ no sólo consiguió mantenerse a flote, sino crecer y organizar otras agroindustrias en otros departamentos del país.
Entre los años 80 y los 90, más del 25 por ciento de los trabajadores y las trabajadoras afiliados a Sintrainagro sufrieron algún tipo de violencia. Padeció más de 700 asesinatos de líderes, militantes y afiliados; es una cifra dramática, espeluznante, que demuestra la presencia de una estrategia de exterminio, con el agravante de que todo ese proceso terrorista se concentró en un mismo lugar, en Urabá, una pequeña porción del territorio colombiano.
Por ello celebro que la UITA y el sindicato hayan aprobado la iniciativa de rescatar nuestra historia, de la cual ustedes hacen parte importante”.
Mario cuenta con un archivo formidable sobre Urabá y Sintrainagro, cuando en esa región sobrevivir era un evento milagroso. Fotos, artículos, recortes de diarios, entrevistas, retazos de historia, hablan de la rigurosidad y pasión de esa labor que pretende recomponer desde su carpintería sindical, ideológica y humanista, la lucha y obra de un sindicato resiliente y sorprendente a la vez.
“Recuerdo que en Urabá el solo hecho de hablar de sindicalismo motivaba como mínimo la pérdida del empleo ─cuenta Mario─. Y en algunos casos se llegaba al destierro y hasta a la muerte. En aquel entonces los trabajadores laboraban hasta 18 horas diarias, no se les pagaba horas extra y vivían en unas pocilgas sin servicios públicos ni colegio para los hijos.
Para hacer una asamblea había que solicitar el permiso de los militares y, aun consiguiendo ese permiso, se corría el riesgo de que una vez reunidos todos los participantes fueran llevados para ser interrogados y requisaran los documentos del sindicato, entre otros atropellos”, relata.
“Muchas veces sucedía que cuando alguien era elegido como directivo sindical inmediatamente se le despedía –denuncia Mario–. En una oportunidad me tocó comunicarle a un gerente la elección de un trabajador como dirigente sindical, y cuando le entregué la nómina él simplemente rompió el papel y se echó a reír.
Además de sobreponerse a las limitaciones legales y paralegales, y a los grupos armados que nunca perdonaron que el EPL abandonara la guerrilla, el sindicato supo romper con una serie de diques, prejuicios y paradigmas. Acumuló fuerzas y avanzó en la construcción de una cultura de diálogo social
y trabajo decente, que hoy destaca hasta la propia OIT”, señala con orgullo.
“El reconocimiento histórico a este sindicato está más que justificado –expresa Mario–. Es hora de enaltecer esa historia, rescatarla del olvido, dar a conocer la represión cruel a la que fue sometida la organización y su dirigencia que, hay que señalarlo, jamás se doblegó”.
No hubo tiempo de seguir charlando. Mario había anunciado que ese día marcado para nuestro encuentro tenía una agenda complicada y debía retirarse rápidamente. “Desconocer la historia es fatal para cualquier organización”, sentenció saliendo ya de la sala, llevando consigo una enormidad de papeles, no tan pesados como el temor que siente por el futuro de Sintrainagro.