Fabiana recuerda con nitidez cuando ella era una niña y su padre abría surcos con su tractor. La fascinación por esa máquina y el designio de manejarlo fueron creciendo al mismo tiempo.
Cuando su padre falleció ella dejó de estudiar y salió en la búsqueda de trabajo. Por medio de una amiga consiguió un empleo en una casa de familia en Rio de Janeiro.
“Salí con 13 años y unas pocas cosas, rememora. Nunca había estado en Rio de Janeiro. Imagínate sola en esa enorme ciudad…”.
A los 14 años un día se subió al tractor y de tanto ver a su padre e incorporar maniobras salió sin prueba previa arando la tierra, sintiéndose la mujer más poderosa, mirando el horizonte y desde arriba la tierra cobriza.
“Soy tractorista y feminista”, sentencia con orgullo.
“Entré al sindicato por casualidad. Había una actividad en la junta municipal que iba a tratar sobre los recursos para la agricultura y sobre cursos de formación, y eso llamó mi atención”.
Ese día se creó una comisión que participaría en nuevas instancias del tema, pero la primera vez Fabiana no fue designada para representar a los agricultores familiares y luego a los asalariados. La segunda vez sí.
“Yo estaba bastante por fuera del trabajo sindical, porque mi padre tenía verdadera aversión y yo ningún conocimiento y no me reconocía como asalariada rural. Después, mediante la formación sindical, fui profundizando mi conocimiento sobre el tema y sobre las estructuras de las organizaciones, tanto de las federaciones como de la propia Contag”.
Al cabo de unos años participó de esa transición entre la organización que representa a los agricultores familiares y la Contar, que es ahora la voz de los asalariados y asalariadas rurales.
“Hace un tiempo me convocaron a Brasilia. Cuando llegué acá me dijeron que se estaba formando la Contar, que había un puesto para Rio de Janeiro y que yo, por ser mujer y joven, estaría dentro del perfil que necesitaba la organización”.
No tenía idea de qué le esperaba.
“Soy buena con el tractor, con los motores, y todo lo que refiera a lidiar con agricultura, pero esto era algo completamente desconocido para mí. Me asusté”.
Pasado el proceso de escisión entre Contag y Contar, volvió a su casa, hasta que en diciembre de 2016 la llaman y le preguntan si ya había conversado el tema de la mudanza con su familia… “Y bueno, aquí estoy”, dice.
Fabiana ahora vive en Brasilia, lejos de su tierra, de su familia, de su tractor, en esa selva de cemento gris donde se archivan papeles y personas.
“Mi marido y mi hijo no quisieron venir pero me apoyaron completamente y continúan dando su apoyo a diario. Venir para Brasilia significaba un cambio muy grande para un adolescente y el padre se quedó a dar el respaldo necesario en esta etapa de la vida de nuestro hijo”.
La saudade es grande. Fabiana llega a pasar hasta tres meses sin ir a casa y cuando regresa a Magé se queda dos o tres días apenas.
“Acá tuve que cambiar bastante, sobre todo en lo que tiene que ver con la apariencia, la ropa, zapatos, esas cosas. Fue difícil adaptarme a esta ciudad.
Extraño andar descalza como lo hacía en mi pueblo. Sentir la tierra debajo de mis pies, sentirme parte de ella”.
“Hay muchas mujeres que están en el mercado informal y otras tantas que son víctimas de violencia y acoso en el trabajo.
El sector rural es muy patriarcal, la mayoría de los trabajadores son hombres y muchas veces si la mujer es asalariada no tiene el derecho sobre su dinero pues el marido se lo quita.
Hay una serie de cosas que se deben trabajar profundamente, porque la mujer no tiene una independencia completa, todavía la mujer rural depende del marido, no financieramente sino sobre todo culturalmente.
Se cree que somos una cosa, una cosa propiedad del hombre”.
“No hay nada que impida que las mujeres participemos en las mesas de negociación o que diga que solo puedan estar los hombres. Por lo tanto, ¿por qué no podemos estar? ¿Qué saben los compañeros de nuestros problemas? Muchas veces muy poco o casi nada.
Las mujeres tenemos muchas cosas que decir y muchos aportes que realizar para beneficiar a nuestro género. Situaciones que solo tienen vínculo con ser mujer, como por ejemplo la menstruación, que a tantas afecta y que no son tenidas en cuenta en tareas del campo.
Las mujeres deben enfrentar situaciones como trabajar en lugares donde no hay sanitarios cerca o donde se labora bajo lluvia, con botas pesadísimas, diseñadas para varones.
O la problemática por el uso indiscriminado de agrotóxicos, que las afecta de manera directa o de forma secundaria, cuando los hombres llegan a la casa con la ropa contaminada y luego contaminan todo.
Estos son apenas algunos de los aspectos que se pueden mejorar mediante los convenios colectivos, pero para ello debemos participar las mujeres en las mesas de negociación.
Debemos hacer sentir nuestra voz”.
En Brasilia, Gerardo Iglesias