Los días 5 y 6 de marzo se realiza en la sede de la Contag en Brasilia, el Seminario Derechos Humanos y Seguridad en la Acción Sindical. Organizado con el apoyo de la Rel UITA y la CUT, el encuentro busca debatir y generar una agenda de acción conjunta en el combate a una nueva escalada de la ya vieja y conocida violencia en el campo.
Como punto central, siete líderes sindicales y comunitarios participan dando testimonio de las situaciones cotidianas de violencia a las que están expuestos.
Entre ellos está Maria Joel Dias da Costa “Joelma”, quien ocupa la presidencia del Sindicato de Trabajadores Rurales de Rondón do Pará desde que su esposo José da Costa “Dezinho” fuera asesinado en el año 2000 por mandato de un grupo de grileiros (usurpadores de tierras públicas).
“Después de 8 años de amenazas mataron a mi esposo, de esto ya hace casi 20 años y si bien el autor material fue condenado, permanece en fuga y los autores intelectuales siguen impunes”, cuenta Joelma, que vive con custodia policial desde que asumió la conducción del sindicato y la lucha por la reforma agraria en su región.
-¿La situación de violencia y amenazas se agrava con la asunción del gobierno de Bolsonaro?
-Sí, las cosas han empeorado bastante. Cuando yo tomé la decisión de seguir al comando del sindicato, que no fue algo sencillo, todas las amenazas que le hacían a Dezinho pasaron a mí.
Ahora hace dos años que el Estado no paga a los policías encargados de custodiarme, por ahora soy yo quien se ocupa de los gastos y creo que claramente es una forma de debilitar a los propios policías para que ellos mismos desistan de la tarea de protegerme.
-¿Cómo haces para vivir así? ¿Se llega uno a acostumbrar a convivir con custodios, a perder espacios de privacidad?
-Digamos que por no abandonar la lucha terminamos aceptando esta realidad de convivir hasta con tres policías en casa. Pero además no todos los policías quieren acompañarme y tampoco cualquiera puede realizar esta tarea.
El proceso de selección requiere hacer toda una investigación, y eso es muy difícil.
Lo único que no me deja bajar los brazos es la convicción que solo a través de la lucha podemos cambiar algo, combatir las injusticias. Y la fe, que es algo que me mantiene de pie.
-¿Consideras que ser mujer dificultó aún más tu lucha sindical?
-Ser mujer en el medio rural y todavía pelear por la reforma agraria al frente de un sindicato y seguir denunciando los casos de usurpación, los asesinatos y exigir justicia para mi marido y para tantos otros luchadores sociales, no es tarea fácil, menos en una de las regiones donde más se mata sindicalistas, activistas y defensores de la tierra.
Todo eso molestó mucho a los poderosos y recibí toda clase de amenazas, desde llamadas telefónicas hasta billetes donde ponían precio a mi cabeza y me trataban como una viuda que por terca iba morir.
-¿Cómo evalúas esta articulación de organizaciones para enfrentar la nueva escalada de violencia?
-Pienso que es muy importante, sobre todo porque al dar visibilidad a mi caso y al de tantos compañeros y compañeras de cierta forma nos ofrece una red de contención.
Creo que si no fuera porque tantas organizaciones me dieron su respaldo en todos estos años, hoy no estaría acá hablando contigo y brindando mi testimonio en este seminario.
Veo este espacio como una oportunidad para reorganizarnos.
Estábamos un poco apáticos ante una violencia que nunca se detuvo, han matado y siguen matando a muchos compañeros y compañeras y tenemos que volver a coordinar esfuerzos para denunciar la masacre que se vive en Brasil por los conflictos por la tierra.
Solo en mi región tenemos más de 500 asentamientos de la reforma agraria y ahora todos los que luchamos por la regularización de esas tierras para poder producir en ellas estamos a las buenas de dios, completamente desamparados.